La Guerra.

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Era el tercer de las oposiciones que realizaba y la tercera que fallaba. No podía entender cómo es que nadie pasaba una prueba tan fácil, incluso cuando intentaba ayudarlos, porque de verdad necesitaba nuevos agentes. Masajeó su sien y compartió su cansada mirada con la diversión en los ojos de Greco.

- Le traigo buenas noticias –sonrió el más joven-. No hay más aspirantes por hoy.

- Excelente. Necesito un cigarrillo.

Se dejó caer en su silla y permitió al humo escapar de su boca, mientras el comisario se alejaba por el pasillo. Aun se sentía adormecido, pero al menos el dolor se mantenía al margen, había sufrido daños peores en sus años de militar.

- ¿Súper? –habló Torrente, asomando su cabeza hacia la oficina.

- ¿Qué pasa ahora?

- Horacio y Gustabo están aquí.

- Que pasen.

Tan ruidosos, impresentables y molestos como siempre, los amigos entraron haciendo escandalo a su despacho. Saludaron con sus faltas de respeto y las bromas de por medio, pero Jack no se movió de su lugar, ni siquiera les grito. No había suficientes fuerzas en él para eso.

- ¿Estas... triste aun? –preguntó tímidamente Horacio.

- ¿Venimos en mal momento? –dijo Gustabo, compartiendo miradas preocupadas con su amigo.

- No –habló Conway-. Solo estoy cansado.

- ¿Y si vamos a divertirnos por ahí de nuevo? –se emocionó Horacio de solo pensarlo.

Fue con ellos y su pierna reclamó por el esfuerzo, cuando apenas habían entrado al casino, luego de dar vueltas por la ciudad. Trago dos de las pastillas que Volkov le hizo jurar que se tomaría, y no tardaron en vencerlo. Cerró los ojos de camino a casa, recostado a lo largo del asiento trasero del Audi amarillo. Las luces de la nocturna ciudad creaban haces pasajeros que se colaban por las ventanillas. Escuchaba voces lejanas y bocinas como música de fondo.

- ¿Y a quién llamamos?

- ¿Tienes el número de Volkof?

- Por supuesto, esta entre mis favoritos.

El mundo se apagó definitivamente y ni siquiera fue capaz de soñar. Perdió razón del tiempo y lo próximo que lleno sus sentidos, fue el perfume fuerte que usaba Volkov.

- Dios. Como pesa –le escuchó quejarse, mientras el clic de un ascensor sonaba como un eco en su cabeza.

Victor hizo un movimiento rápido para agarrarlo mejor, pero Conway sintió que caería en ese milisegundo, por lo que se aferró con fuerza por sobre los hombros del menor. Estaba sobre la espalda del ruso, pero sin señales claras de la realidad para poder tomar el control de la situación. El mundo volvió a apagarse poco después.

Despertó sin saber quién demonios era, pero al menos estaba en su casa. No se había quitado la camisa manchada de cerveza, ni el pantalón con su cinturón desabrochado. Se estaba quitando la ropa sucia para ducharse, cuando escuchó ruidos en la cocina.

Tomó el arma de su mesa de noche y prosiguió con sigilo. Ubicó rápidamente al intruso y se movió con cuidado hacia él. Puso el dedo sobre el gatillo y lo enfrentó, poniendo el arma peligrosamente cerca de su cabeza.

- ¡¿Acaso quieres que te pegue un tiro?! –reclamó al darse cuenta que era Volkov. - ¿Qué demonios haces aquí?

- Sale de fiesta y nadie sabe cómo llevarlo a casa, ¿A quién cree que llamen?

The GameWhere stories live. Discover now