Masacre y sinceridad.

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Desde lo alto de la fábrica, a cuadras de su objetivo, tenían visión perfecta. El viento soplo con fuerza, pero no apartó sus capuchas de abrigos negros. Cargaban con armas de todos los tipos, casi como destinados a la guerra; pero la que empuñaban traía silenciador.

- Matar o morir, ¿Eh? –rompió el silencio Freddy.

- ¿No querías acción? –exhaló el humo de cigarrillo y lo apagó. Su corazón latía con fuerza, ansioso- Recuerda no usar lo pesado sino es necesario.

- Sigiloso y sin rastros. A la orden.

Freddy tomó de los pies al francotirador que vigilaba el área, abatido desde hace rato, arrastrándolo donde no fuese visible. Luego bajaron juntos, Conway y él, subiendo a las motocicletas y tomando caminos contrarios para rodear la base de sus enemigos.

Cubrieron sus rostros, encendieron las gafas de visión nocturna y se mimetizaron con las sombras de la noche. Los sujetos que charlaban amenamente fuera, cayeron primero. Nadie escuchó nada, no supieron como acabaron esas balas en sus cráneos.

Silencio. Tenían que esperar, ver si había movimiento, si alguien se percataba de lo sucedido. Una señal, una confirmación como respuesta, avanzaron. Su entrada era precaria, una ventana abierta de una habitación. La persona que dormía jamás despertaría.

La sangre salpico, pero nadie tuvo tiempo de reaccionar de verdad a la masacre que se avecino. No usaron las armas largas, no llamaron la atención.

Sonrió, este era su lugar en el mundo. Entre los cuerpos inertes y la pólvora, era su hogar. Tan natural en él, tan fácil de provocar. 

Las botas militares salpicadas de sangre se esfumaron por la noche, y al salir el sol, zapatos lustrosos pisaban el mismo suelo. El CNP había marcado un perímetro alrededor de aquella casa y trabajaban en el caso. El Superintendente observó la escena del crimen desde lejos, sin dañar la evidencia que el equipo de forenses estaban recopilando.

- Es una masacre –comentó Greco, observando los cadáveres de dos sujetos en la sala-. Una banda entera.

- Seguramente fue un grupo enemigo –aportó Volkov, observando desde su teléfono la documentación que habían podido salvar de los cuerpos.

- Sea lo que sea, no nos incumbe.

Dijo Conway, listo para salir de esa casa que olía tanto a sangre seca. Los comisarios le siguieron, cada uno en sus deberes.

- Aunque sean criminales, esto es grave y merecen justicia como cualquier...

- Son criminales, Greco –interrumpió el Superintendente-. No merecen justicia, ni florcitas, ni ostias.

- Conway, nuestro compromiso es otro.

El mayor suspiro, encendió su cigarro y miró de arriba abajo al comisario.

- Si quieres, investiga, resuelve el caso, gánate una puta medallita de la comunidad de criminales; pero a mí no me toques los cojones –sentenció, subiéndose a su patrulla-. Volkov, nos vamos.

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En aquel momento, se calló y obedeció. A decir verdad, aquel caso le resultaba muy alarmante, jamás habían visto algo así. Las bandas, mafías y demás, solían enfrentarse; pero morían soldados de ambos lados del tablero. Eran hombres de palabra luchando en una guerra con códigos. Pero aquí, esa noche, hubo un asesinato a sangre fría. Habían acabado con ellos, de uno en uno y sin detenerse o darles una razón.

¿Qué pecado fue tan grave para que ese fuese su fin?

Miró la evidencia entregada por los peritos, antes de dársela a Greco. Sin huellas, sin rastros de que nadie más hubiese estado allí. Hasta la tierra afuera había sido despejada de marcas de zapatos, caminando sobre sus propios pasos. Había o habían sido muy inteligentes, mucho más de los criminales que acostumbraba procesar.

- Ten –extendió la carpeta hacia Rodríguez.

- ¿Piensas como él? –interrogó, mientras tomaba lugar en uno de los ordenadores de la sala-. Yo sé cómo piensa Conway, pero últimamente ha estado más...

- Franco –completó, habiéndolo notado también.

También estaban los secretos que retornaban, esa actitud abierta de apartarlo de él. Todo le resultaba realmente extraño, y tenía que tener un sentido. ¿Qué pasaba con Conway? ¿Por qué ya no le importa ser moralmente correcto en su trabajo?





Dejó caer todo su peso sobre el pequeño sofá negro de la sala de descanso. Freddy lo miro desde la máquina expendedora, juzgándole.

- Te-lo-di-je –canturreó.

- Déjame en paz, y tráeme vendas –exigió, quitándose el cinturón.

- ¿Otra vez te tengo que ver en paños menores? Ni mi novia se me desnuda tan fácil como tú –dijo Trucazo, desapareciendo por el pasillo con un jugo en la mano.

Volkov no había notado la sangre que había hecho una pequeñísima mancha en su pantalón, pero sí se percató de su cojera. Se había excusa, diciendo que estaba cansado y era culpa de su espalda, pero era mucho más grave que eso.

La noche anterior, aunque el trabajo fue excelente, un sujeto alcanzó a clavar su navaja en la pierna de Jack, justo mientras torcía su cuello en una posición imposible. No pudo sacar la hoja de ahí hasta estas lo suficientemente lejos; si una sola gota de su sangre se derramaba en la casa, estarían perdidos o tendrían que incendiar la residencia.

Su muslo no se veía bien. Hinchada y morada, la herida no parecía querer cerrarse.

- Como va a curarse si no te estas quieto –le reprendió Freddy, esparciendo antiséptico sin piedad.

- ¡TU PUTA MADRE, TRUCAZO!

- Que llorica me saliste, neno.

Después de calmarse, y de que el vendaje se ajustará correctamente a su pierna, se estiró a lo largo del sofá.

- ¿Sospechan? –preguntó Freddy, desde el sofá de enfrente.

- No, nada. Volkov obedece. Greco sigue siendo el predicador de siempre, pero no es un problema. ¿Los tuyos?

- Esos tipos no eran nadie para mi gente, les da igual quien se los cargo.

- Ahora, ¿Quién será el siguiente? 

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