Pecados.

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Era un pequeño local, hogareño y escondido en medio de los edificios y la muchedumbre del centro de la ciudad de Los Santos. La madera adornaba casi al completo aquel barcito, con detalles en antigüedades y fotografías. Los dueños, una familia sin grandes aspiraciones, eran amables con desconocidos y amigos de la casa. Se mantenía un ambiente sencillo, con futbol trasmitido en una pequeña televisión en lo alto, conversaciones entre los comensales y los dependientes, música suave y de gusto popular hacia el fondo.

No lo mencionó en aquel momento, pero supo enseguida porqué este era el lugar favorito de Ivanov desde el primer día en que su comisario le llevó. Al igual que Volkov y él, la vida de Alex era bastante solitaria fuera del trabajo; pero en lo profundo de su ser, anhelaba el entorno familiar que había dejado tan atrás en el tiempo. Ese bar escondido le entregaba aquella sensación, y por ello desayunaba todas las mañanas allí antes de ir a comisaria.

Habían pasado cientos de lunas desde la última vez que se presentó Conway a ese local, pero el dueño, un amable señor mayor, le reconoció en cuanto se quitó las gafas.

- Superintendente, que honor tenerle de vuelta por acá –le saludo con un apretón suave, invitándole a pasar.

- Buenas tardes –correspondió el saludo tímido.

Eligió la silla que había tomado la primera vez, frente a la barra. El señor ajusto su delantal blanco y le pregunto cómo había ido su día.

- He tenido mejores –lamentó.

- Para los días tristes, lo mejor es una rebanada de pastel del chocolate que hace mi mujer –recomendó el señor, señalando una vitrina donde colocaban los postres-. ¿Le sirvó?

En otra ocasión diría que odiaba las cosas dulces, pero ese amable hombre no podía recibir su energía negativa. Asintió y pidió un café para acompañar.

- A la orden –sonrió, adornado con un saludo militar.

El partido en la televisión parecía ir empatado y un grupo a sus espaldas vitoreaba por el equipo azul. Recordaba que también le gustaban a Alex, y prestó atención a sus jugadas aunque no era su deporte favorito.

- Un submarino, con barrita doble, por favor –escuchó una voz pedir al dueño.

- ¡Comisario, bienvenido!

De forma inconsciente, sonrió. Un poco por la gracia que le hacia ese pedido, de la manera particular en que Ivanov lo hacía siempre. Otro poco, por saber que Volkov no le odiaba lo suficiente para desear no volver a verle la cara. El ruso se sentó a su lado, de la misma forma en que lo hacían cuando eran tres y no solo dos.

- Me he vuelto predecible para ti –dijo, casi en un susurro.

- También me gusta intentar regresar al pasado cuando siento que el futuro no se ve claro –admitió Viktor.

El amable hombre, acompañado de su nieta, sirvieron las ordenes de ambos y les desearon disfrute. Probó el pastel y ninguna queja llegó a su mente.

- Los agentes están felices de saber que todo fue un malentendido –comentó Volkov-. Preguntan si volverá el lunes con normalidad.

- Tengo ordenes de quedarme, en lo que deciden que hacer conmigo.

- ¿Qué cree que decidan?

- Traslado, fingir mi muerte, o un tiro en la cabeza –dijo con simpleza Jack-. Hay muchos factores a tomar en cuenta.

Volkov no se tomó muy bien las posibilidades, arrugando el entrecejo en desacuerdo. Por otro lado, Conway había recordado cuál era su posición, y que nunca sería dueño real de su destino.

- Hable con Freddy. Me dio más detalles de lo que aconteció luego de la muerte de Ivanov.

La confesión del ruso detuvo los movimientos de Jack por completo, centrando toda su atención en él. Conocía bien a su compañero de Black ops; alguien que sabía cuándo, cómo y de qué manera soltar información para lograr sus cometidos. El gran misterio era el cometido real de Trucazo detrás de esto.

- Me habló de las cámaras, del guardia, de Greco, y de la investigación. Todo lo que hicieron para proteger a los agentes, y a mí –dijo Volkov, manteniendo la mirada sobre el submarino-. Es mucho más de lo que imagine.

- No debes olvidar los daños, Volkov –recordó Conway.

El ruso asintió ante sus palabras, como si ello hubiese pasado por su cabeza antes; como si él mismo se hubiese dicho eso.

- No es que lo olvide, es que valoró todas las acciones y comprendo los motivos más de lo que usted mismo lo hace –explicó, dando un sorbo a su bebida después-. Había tenido presente los daños, en especial cuando regrese a casa y tuve pesadillas de tortura durante toda la noche. Pero usted no era el protagonista de mis terrores, como tampoco podre odiarle jamás.

- ¿Y crees que eso me libra de todo pecado?

- No –fue sincero Viktor-, creo que nunca fue decisor de pecar.






La iglesia le recibió en suaves colores, provocado por el sol de la tarde a través de vitrales preciosos. Estaba en silencio y cada paso resonaba en todas partes. Alguien estaba hincado ante el altar; se persigno, recitando primero la señal de la santa cruz y luego, santiguarse.

- ...del hijo y del Espíritu Santo –escuchó que susurraba; se puso de pie y le miro-. Santíguate al menos, Conway, por respeto.

En un tiempo había practicado la religión católica, pero eran caminos dejados muy atrás. Muchas veces hablaba con un Dios, tan solo para reprocharle y odiarle. Mojó sus dedos en el agua bendita a su derecha; golpeó suave su frente, sus hombros y llevó su mano hasta sus labios.

- ¿Lo ves? No es tan malo –sonrió el otro-.

- ¿Para que querías verme? –interrogó, siguiendo a su superior hasta los bancos del fondo.

- Destituí a Michelle, ahora estará entrenando alumnos por un tiempo –dijo, tomando asiento; a lo que Conway le siguió-. He estado viendo tu jugada, quería ver si eras capaz de remontar una derrota inminente.

- No he ganado aún, Robert.

Una media sonrisa se dibujó en el rostro de su ex-comisario, seguramente hace mucho tiempo nadie le llamaba por su nombre. Se había marchado un verano, diciendo que tomaría vacaciones; esa excusa vieja solo fue usada para cubrir su trabajo en el CNI. Había subido rápido y ya estaba casi en lo alto, e incluso siendo comisario tenía un rango mucho más alto que el Superintendente.

- Jamás vas a perdonarte, aunque el mismo Dios lo haga, ¿Cierto? –preguntó, con su mirar sobre la cruz en lo alto de la iglesia-. Eso es lo más difícil de vivir, tener piedad sobre uno mismo.

- Supongo que me enseñaron de todo, excepto a amarme tan siquiera un poco.

- No podrás amar de verdad sino eres capaz de sonreír a tu reflejo, Conway –dijo Robert-. ¿Es justo dejarte vivir?

Todo esto se trataba de una decisión que creyó que estaba tomada, pero su superior aún no tenía claro que hacer. Y allí estaba, con preguntas trampas. Guiado por la mirada contraria, observó a la representación de Dios en lo alto.

- No sé si sea justo, solo siento que no lo merezco.

- Es un gran avance que pienses que se trata de un sentimiento únicamente tuyo, y que desmerecer no es una realidad –alentó el ex-comisario.

- Robert, es suficiente con el discurso motivacional; ¿Cuál es mi siguiente misión?

La risa relajada hizo enojar más a Conway; recordándole el tiempo en que tenía que lidiar con las tonterías de uno de sus comisarios. Rob revisó el bolsillo de su negro traje y sacó un simple sobre blanco, que le entregó a Jack; se pusó de pie y camino a la salido.

- Espero que la vida no vuelva a juntarnos, Jack Conway. 

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