CAPITULO 20 IMPACIENCIA

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     Me desperté confusa. Mis pensamientos eran inconexos y se perdían en sueños y pesadillas. Me llevó más tiempo de lo habitual darme cuenta de dónde me hallaba.

     La habitación era demasiado impersonal para pertenecer a ningún otro sitio que no fuera un hotel. Las lamparillas, atornilladas a las mesillas de noche, eran baratas, podríamos decir incluso de mal gusto, lo mismo que los cuadros de las paredes y  las cortinas que colgaban hasta el suelo  hechas del mismo material de la colcha.

     Intenté recordar cómo había llegado allí, sin conseguirlo al principio.

     Luego, me acordé. del elegante coche negro con los cristales de las ventanillas polarizados aún más oscuros que los de las limusinas. Apenas y se oyó el motor, a pesar de que durante la noche habíamos corrido al doble del limite de la velocidad permitida por la autovía.

     También recordaba a Sango, sentada junto a mí en el asiento trasero de cuero negro. En algún momento de la larga noche reposé la cabeza sobre su cuello de granito. Mi cercanía no pareció alterarla en absoluto y su piel dura y fría me resultó extrañamente cómoda. La parte delantera de su fina camiseta de algodón estaba fría y húmeda a causa de las lágrimas vertidas hasta que mis ojos rojos e hinchados, se quedaron secos.

     Me había desvelado y permanecí con los doloridos ojos abiertos, incluso cuando la noche terminó al fin y amaneció detrás de un pico de escasa altura en algún lugar del gran Tokio. Pequeños rayos de luz gris poblaron el cielo despejando las tinieblas al despuntar el día, me herían los ojos, pero no podía cerrarlos, ya que en cuanto lo hacía, imágenes de recuerdos demasiado atroces, aparecían en mi mente como diapositivas proyectadas desde detrás de los párpados; y eso me resultaba insoportable. La expresión desolada de Onigumo, el brutal rugido de Sesshomaru al exhibir los dientes, la mirada resentida de Kikyo, el experto escrutinio del rastreador, la mirada apagada de los ojos de Sesshomaru después de besarme por ultima vez . . . . .  No soportaba esos recuerdos, por lo que luché contra la fatiga mientras el sol se alzaba en el horizonte.

     Me mantenía despierta cuando atravesamos un ancho espacio montañoso y el astro rey, ahora a nuestras espaldas, se reflejó en los techos de teja de las casas que íbamos dejando atrás. Ya no me quedaba la suficiente sensibilidad para sorprenderme de que hubiéramos efectuado un viaje de tres días en uno sólo. Miré inexpresivamente la llanura amplia y plana que se extendía ante mí, Tokio.

     La calzada brillante y sin tráfico, incluso parecía agradable. Pero no sentí ningún alivio, ninguna sensación de bienvenida.

     – ¿ Cuál es el camino al aeropuerto Kag ? – pregunto Miroku y me sobresaltó, aunque su voz era bastante suave y tranquilizara. Fue el primer sonido, aparte del ronroneo del auto, que rompió el largo silencio de la noche.

     – No te salgas de la I-10 – contesté automáticamente –. Pasaremos justo al lado.

     El no haber podido dormir me nublaba la mente y me costaba pensar.

     – ¿ Vamos a volar a algún sitio ? – le pregunté a Sango.

     – No, pero es mejor estar cerca, sólo por si acaso.

     Después vino a mi memoria el comienzo de la curva alrededor del aeropuerto internacional HANEDA . . . . . , pero en mi recuerdo no llegué a terminarla. Supongo que debió de ser entonces cuando me dormí.

     Aunque ahora que recuperaba los recuerdos tenía la vaga impresión de haber salido del auto cuando el sol acababa de ocultarse en el horizonte, con un brazo sobre los hombros de Sango y el suyo firme alrededor de mi cintura, sujetándome mientras yo tropezaba en mi caminar bajo la mirada vigilante de Miroku.

EL AMOR BAJO LAS SOMBRAS DEL SENGOKUWhere stories live. Discover now