XXXVIII

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El miedo es una parte esencial de nuestra supervivencia. Nos mantiene alerta.

Eso había visto en uno de esos programas que pasaban tarde en la madrugada por la tv los sábados, y era lo único que podía pensar en ese momento, en cómo el miedo no le permitía enfocarse en otra cosa que no fuese miedo, porque estaba segura que donde fuese que Bruce la estaba llevando no sería bueno.

Sintió la cabeza pesaba cuando abrió los ojos, su brazo izquierdo dormido por la manera en la que él la había dejado. El sol había comenzado a bajar y el auto estaba sumido en luz gris, dando la impresión de que era muy tarde en la noche aunque el reloj en el tablero marcaba las tres con diez. 

La ventana del asiento del conductor estaba abierta, el aire frio de enero entrando con fuerza. Eso siempre le había molestado de Bruce, su eterna temperatura alta. Quería tomar su abrigo y arroparse con él porque el sueño seguía presente entre sus ojos, pero luego de un corto escaneo se dio cuenta de que no estaba junto a ella, tampoco su bolso y celular.

Miró al frente, Bruce conduciendo sereno hasta la oscuridad, como si no tuviese el cuerpo de su ex esposa tirado tras él. Quería estar molesta en ese momento pero sólo quería cerrar los ojos una vez más y que al levantarse se encontrara en su cama junto a Steve, este abrazándola luego de explicarle su pesadilla, porque aquello simplemente no podía ser cierto.

Se dio cuenta de que la ventana del asiento trasero estaba también abierta unos cuantos centímetros, y por allí entraba el olor salado del mar. 

Mar. Playa. Le había llevado a la costa.

No tenía referencia de tiempo, pero no podían haber llegado tan lejos. Apenas eran las tres, lo que significaba que aún estaban en Nueva York.

Sus ojos comenzaron a cerrarse uno vez más y poco después el auto se detuvo. La puerta delantera se cerró con un doloroso bang y su corazón comenzó a latir con fuerza en su pecho. Los brazos de Bruce rodearon su figura, cargándola con delicadeza hasta fuera.

—Vamos, Tasha. Tenemos que entrar— le escuchó decir, su voz escuchándose lejana y distorsionada.

En ese punto sus ojos estaban bien abiertos, tratando de guiar a su drogado sistema a defenderse, cosa que no pasó porque estar dormida y estar de pie en ese momento era casi lo mismo.

Cuando volteó la mirada siente una corriente eléctrica bajar por su columna. 

Frente a ellos se encontraba una inminente casa. Su inminente casa, decorada de azul y verde pastel como había decidido. La nieve congelada sobre lo que era el jardín delantero y pinos bien podados y altos recordándole que no había estado allí en años.

La casa de verano le había costado veinticinco millones de dólares y él le había convencido de comprarla. Nunca se imaginó haciendo un gasto así, pero cuando le alimentó las falsas promesas de tener un lugar en el cual podrían relajarse y estar sólo ellos dos en verdad le creyó y no pensó dos veces en dejar un depósito.

Viéndola de frente otra vez se sentía estúpida al hacer un gasto tan grande comprando una vivienda en Southampton que sabía muy bien que no usaría.

—¿Recuerdas este lugar?— susurra en su oído. Aunque no lo puede ver sabe que tiene una sonrisa en el rostro—. Ya finalmente podemos estar sólo tú y yo aquí.

Comenzaron a caminar lentamente por la entrada, ella tratando de pensar en alguna manera de escapar.

Pensó en Roberto Costello, el vecino de al lado, que decía que pasar las vacaciones de verano en Los Hamptons era despreciable, y que el mar se apreciaba más cuando estaba frío. Pensó en los padres de Steve, ahora devuelta en el calor y confort de California, queriendo estar inmersos en un verano eterno y vacacionando justo al Este de donde estaba.

Quizás si grito lo suficientemente fuerte ellos me escucharán y vendrán a rescatarme, piensa ella  ahora temblando.

Al entrar a la casa todo está como la última vez que había entrado, los sofás blancos relucientes y los cristales pulidos gracias a Clara y el Señor Lee de la compañía de limpieza. No obstante, se siente fuera de control cuando se adentran más a la casa y comienzan a bajar las escaleras.

Cuando llegan finalmente a una habitación que nunca había visto—podía ser un garaje, podía ser una cámara de tortura—, Banner la sienta en una silla colocada estratégicamente en el centro de la sala, atando sus manos a su espalda. 

—Tengo que mostrarte algo— anuncia con alegría, como si cada poro de su cuerpo emanara emoción. 

Cansada, trata de aclarar sus ojos ante la poca luz que entra al lugar. Escucha los pasos entusiasmados del castaño acercándose.

—Hice esto para ti— informa, mostrándole en objeto en sus brazos—. Siempre estuve junto a ti, no quiero que lo dudes.

Su mandíbula casi cae al piso al ver el tablero de corcho frente a ella. Fotos, cartas con información y recibos lo decoraban, y si antes tenía miedo ahora estaba aterrorizada. 

Él se había obsesionado con ella. Cada paso que daba, cada palabra que hablaba, a cada lugar al que había ido, cada persona que había visto. Todo lo que hacía él lo sabía.

—Te amo, Tasha. Yo nunca te abandoné.

«Boss: Obsession» Remake.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora