capítulo ocho

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―¿Desea pastel de arándanos o tarta de fresa en la cena?

Christopher rodó los ojos, mientras apoyaba un codo sobre la mesa y le daba una fría mirada a la anciana que tenía en frente.

― Traiga lo que sea, me da igual ― la mujer asintió pero no se movió.

― Le traeré una toalla para que se seque el cabello, está todo húmedo y puede pescar un resfriado.

― ¡Que no, joder! ¡No quiero nada! Solo métase en sus asuntos.

Golpeó las palmas sobre la mesa, ¡estaba tan cabreado con todas las preguntas de la maldita vieja! Tan solo quería tragar y la mujer estaba haciéndole una lista de preguntas y comentarios estúpidos, mientras su estómago hacía sonidos raros cada cinco.

― Está bien, joven Bang, como usted ordene ― empezó a marcharse a pasos lentos.

Se había pasado toda la tarde en su cuarto; fumando, durmiendo y hablando con todos los del instituto. Al parecer, habían atrapado a Yukhei con el aparatito durante alguna clase y le habían echado del aula, pero eso no era su culpa ¿o sí? Soltó una carcajada aburrida. Al final todos los profesores eran unos jodidos demonios arruina vidas ¡todos eran igual! Así que iban a echar de la clase al estúpido adicto al deporte con o sin celular.

Su estómago se quejó de nuevo y estuvo a punto de gritar para que se apuraran con la puta cena, pero terminó cerrando la boca cuando se percató de la persona que entraba con una bandeja en sus manos, la mirada en el suelo y una suave sonrisa en sus labios.

Esos malditos labios.

― Aquí tiene su cena ― murmuró, colocando algunos platos sobre la mesa.

― ¿Es tan difícil tutearme?

Cuando los ojos de Minho se encontraron con los de Christopher, el menor tembló un poco colocando las brochetas de langostinos sobre la mesa y ruborizándose totalmente al recordar las palabras que había escuchado esa misma mañana. Inclinó la cabeza, aún sonriendo.

Los oscuros ojos de Christopher se encontraban clavados en él, sin moverse, mientras tenía su rostro apoyado sobre la palma de su mano totalmente entretenido.

― Lo siento, creí que solo podía hacerlo cuando estuviera fuera de la casa.

― Claro que no, nene ― tomó una brocheta y se la llevó a la boca ―. Tutéame en todas partes, tienes mi permiso.

Los langostinos estaban tan calientes que los sentía arder contra su boca. Se relamió los labios observando cómo el cabello de su criado caía sobre su frente y sus labios gruesos se entreabren aunque sus ojos aún no se volvieron a mirarlo.

― Está bien.

Recogió la bandeja y volvió a mostrar una sonrisa tímida, dirigiéndose nuevamente hacia la cocina. Los ojos de Christopher recorrieron desde su camiseta blanca holgada hacia sus pantalones azul oscuro algodonados, deteniéndose en ese lugar que le atraía tanto.

Se pasó la lengua alrededor de los labios.

― ¿A dónde vas, Minho?

El menor se quedó quieto, regresando su confundida mirada hacia la de Christopher. Sus ojos lucían tan inocentes en comparación con los suyos, ¡qué lástima sería corromperlos!

― Iré a cenar también.

― ¿Por qué no cenas aquí entonces? ― Chris señaló el asiento frente al suyo ―. Conmigo. No quiero cenar solo.

El rostro de Minho cambió enseguida, sintiendo cómo los nervios recorrían cada parte de su cuerpo y, como era costumbre, su rostro empezaba a arder con fuerza. Quería que la tierra se lo trague completo.

inocencia pasional, banginho.Where stories live. Discover now