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Cuando despertó estaba en una de las camillas de la enfermería. Adolorido por supuesto, y mal humorado porque por culpa del entrenador, Chuuya ya no le dio su tan ansiado beso. Ahora que no sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces, sería más difícil convencerlo de aquello.

Recorrió las cortinas que no sabía para que le habían puesto y se sorprendió un poco de ver en el reloj de la pared que ya habían pasado algunas horas desde el toque de salida, ese que marcaba el fin de la jornada escolar diaria.

Tal vez el enfermero seguía en la institución porque su abrigo y maletín descansaban en el escritorio, pero su presencia era gozada en la sala común de maestros.

Algo molesto por no haber sido despertado por nadie, se bajó completamente de la camilla calzando sus zapatos para irse. Pero la puerta siendo abierta le distrajo.

— Oh, veo... Veo que ya despertaste. –Se dirigió tímido el pelirrojo, bebiendo del juguito de cartón en mano y sosteniendo muchas golosinas, que parecían sacadas de alguna máquina expendedora, sostenidas sobre su pecho. — Acabó la jornada. Le dije al enfermero que me quedaría hasta que te sintieras mejor.

Osamu le mantuvo la mirada inexpresivo.

— Co-- ¿Cómo te sientes? –Extrañamente se sentía abochornado y que no le quitara la vista de encima sin decir nada le ponía tanto nervioso como molesto a partes iguales.

Dazai alzó su ceja.

Las orejas de Chuuya enrojecieron. Lo había evidenciado sin siquiera proferir una palabra.

— Cierto, fue una pregunta estúpida... –Se abofeteó mentalmente. — Hace tiempo que no te veía con una venda en tu cabeza... –Solo quería salir corriendo de ahí. O pegarle de nueva cuenta al castaño para que lo dejara de retar con la mirada.

— Desde que caí aquella vez, durante Navidad, sí. –Por fin le respondió algo, pero de modo acusador.

— ¡Fue tu culpa! –Contestó Nakahara rápido a la defensiva. — Pensabas colgarte de la viga que sobresalía de la entrada.

— Chuuya. –Le llamó en tono frío. — Acomodaba las luces en el pórtico, no pensaba matarme en víspera de Navidad. Por favor ¡mi viejo hizo cangrejo esa noche!

Chuuya enrojeció aún más de vergüenza.

— La cena que preparó Mori–san estuvo deliciosa... –Contestó quedándose sin aire. Estaba quedando como un estúpido frente a Dazai.

— Pero entonces llegaste tú, gritando algo de esperar a año nuevo y me tacleaste del banquito donde me encontraba parado. –Continúo sin hacerle caso.

— ... Golpeaste tu cabeza contra el Santa Claus de plástico que saludaba en el jardín. Acudieron dos ambulancias y mamá tuvo que lavar el suelo para quitar la sangre... –Completó recordando. — Para cuando llegaron Ace y los otros tú ya tenías puntadas y una venda.

— Entonces ¿De quién fue la culpa? –La mirada que recibía el pequeño era una macabra, acusadora y exigía sangre para redimir sus pecados.

— Mía. –Contestó sin aliento, temiendo por lo que le fuera a hacer Dazai, quien se acercaba lento, como un depredador asechando a su presa. Había encontrado una abertura para empezar a jugar~.

En un rápido movimiento en el que apresaron su brazo e hizo tirar todas las golosinas y el poco jugo que le quedaba, Dazai le había acomodado en una posición donde se sentía vulnerable.

Sus manos por delante, siendo apresados por su estómago entre el colchón de la camilla y su peso propio más el de Dazai apoyado de pecho, quien solo le lanzó a lo mullido en paralelo con la cabecera. Su torso estaba sobre la suave superficie, pero al ser una cama alta, sus piernas (que sobresalían por el bordo) no conseguían tocar el suelo, más que con la punta de sus zapatos. Una vez más, maldecía su corta estatura.

Confesión [Soukoku]Where stories live. Discover now