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El deseo es una actitud que se transforma a arte.

Chaeyoung unnie había sacado un tema muy interesante a colación esa mañana: fortalecer una relación amorosa

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Chaeyoung unnie había sacado un tema muy interesante a colación esa mañana: fortalecer una relación amorosa. ¿Y cómo se fortalecía? Pues con atención, respeto y comunicación.

Jungkook y yo fortalecíamos nuestro noviazgo cada día, pero había un intruso que a veces nos hacía difícil la convivencia: la insufrible distancia que nos separaba cuando nuestras actividades absorbían todo nuestro tiempo.

Había ocasiones en que no hablábamos durante todo el día. Nos sumergíamos de lleno en nuestros horarios y se nos terminaba olvidando hablar con el otro o tan siquiera mensajearlo. Por eso llegamos a un acuerdo, el de comprender siempre que habría ocasiones donde hablaríamos poco, otras donde sólo uno de los dos podría comunicarse y otras más donde ambos seríamos incapaces de hacerlo.

Sin embargo, nunca era fácil mantenerse alejado de tu persona amada. Sería muy tonto menospreciar los medios tecnológicos que se tenían para estar en contacto con otra persona, pero era honesta al decir que esto me consolaba muy poco pues siempre echaba de menos a Jungkook.

Esta era la primera vez que estaba tanto tiempo fuera de Corea del Sur. Llevaba poco menos de dos meses en el extranjero. La gira con su grupo se había extendido porque la empresa decidió agregar diez fechas más en siete ciudades distintas de Asia. Jungkook ya me había contado acerca de la fatiga de todos y que, aunque contentos de estar con sus fans, no veían la hora de estar de vuelta en casa. A menudo lo alentaba y le decía que el esfuerzo valdría la pena (pero no lo suficiente para hacerlo pensar que no me importaba) y esto lo ponía tranquilo.

De repente oí que mi móvil sonaba fuera, en mi habitación, y quise estrellar la cabeza contra las baldosas del baño. Me lo había dejado en la cama, suponiendo que hoy también Jungkook no iba a llamarme, aunque hubiese dicho que lo haría.

Terminé de ducharme en tiempo récord mientras las llamadas incrementaban, además de los mensajes. En algún momento escuché que el teléfono se caía al piso y yo pensé lo peor: Leo estaba jugando otra vez con él.

Mi suposición resultó cierta al salir. No me di el tiempo de siquiera envolverme el pelo en una toalla. Sólo me cubrí el cuerpo y salí para hallarme con la escena de un Leo arrastrando el móvil por la madera con las patas delanteras.

—¡Leo! ¡Gato malcriado! —grité, aproximándome a toda velocidad.

Por más que empleaba todas mis tácticas para domarlo, Leo, sobre todo, no dejaba de ser un petulante que hacía lo que se le viniera en gana. Pero nunca me molestaba demasiado como para arrepentirme de acogerlo en adopción junto con mis demás gatitos. Era una amorosa empedernida de los gatos, para suerte de ellos.

Leo casi voló en cuanto corrí a quitarle el móvil y se escabulló en alguna parte del apartamento. Al menos distinguía cuando algo estaba mal.

RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora