• 12[P l a c e r]

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El placer no hace la felicidad, pero es una manera efectiva para creer en ella.

El placer no hace la felicidad, pero es una manera efectiva para creer en ella

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La pandemia tenía aburrida a la gente.

Un gran porcentaje estaba desesperado por matar el tiempo incluso con las maneras más insidiosas, pero era comprensible todo este desequilibrio. Nunca estuvimos preparados para enclaustrarnos en casa y coartar así nuestra libertad de hacer y deshacer sin que alguien nos amonestase.

Sin embargo, a pesar de lo poco correcto que podría sonar, la nueva normalidad trajo sus buenas cosas, como el ser más proactivo, más empático con el otro y, en mi caso muy singular, ganar más en mi trabajo como operadora de una empresa que entablaba citas entre hombres y mujeres.

Lo sé. De primeras parecería un vulgar negocio de prostitución y, aunque la denominación no se desviaba mucho de la verdad, ninguna chica trabajaba a la fuerza. La empresa sólo recibía una cantidad mínima proporcional por el uso de su nombre. Había suma conformidad, de hecho, los directivos se abocaban a cuidar la seguridad de las chicas con varios protocolos.

Convivíamos en un ambiente más armónico de lo que muchos llegarían a pensar, pero un negocio tal siempre será estigmatizado.

Siempre habrá alguien que diga que ser una prostituta es indignante, que es consecuencia directa de un sistema patriarcal, pero cada quien es libre de manejar su cuerpo como quiera.

La verdad es que nadie tiene voz para decir nada de alguien que opta por hacer dinero a través de su cuerpo a voluntad propia, excepto, claro, por la ley.

Ofrecer tu cuerpo no es algo fácil, a decir verdad, aunque la sacrificante actividad obtiene jugosas recompensas y, a raíz de la tristeza y el hartazgo que produjo la pandemia, comunicarse por teléfono para obtener ciertos servicios entonces fue la mejor opción.

A diario recibíamos llamadas de hombres que buscaban alguien para pasar el rato y así olvidarse del caos de la rutina. Las llamadas de este tipo de hombres eran comunes, no obstante, también había otro tipo: los acosadores con cero masa encefálica que llamaban para hacer comentarios estúpidos y nada ingeniosos sobre sus penes.

A algunos hombres les falta mucha pericia para seducir. Creen que contar que tienen una erección es suficiente para poner cachonda a una mujer. Y es muy gracioso porque esta clase de hombres son los que más decepcionan al final.

Tras la tercera llamada de nuestro acosador yo ya estaba realmente molesta. La empresa sabía de esto, pero no se arreglaría la situación mientras el hombre hablara de distintos números.

Ni siquiera era entendible cómo había conseguido llegar a nuestras líneas. Debido a obvias razones, un exclusivo grupo de personas tenía disponibilidad para conseguir nuestros servicios. Alguien había filtrado información. De momento, además de soportar el acoso, nuestros jefes nos habían exhortado a mantener un bajo perfil para que ninguna autoridad se involucrara.

RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora