Capitulo Cuatro

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San

Hoy hacen once días desde que llegué ha esta casa. Once días en los que vivo bajo el mismo techo de un hombre al que evito a toda costa desde que me abofeteó. La señora Jung no sabe de lo que sucedió aquel día y me da miedo que lo sepa por las consecuencias que eso pueda traer.

Sentado en mi cama, siendo casi las nueve de la mañana, se que hoy es mi día libre y no quiero salir de mi habitación a pesar del buen tiempo que hace. Cruzándome de piernas, abrazándome a ellas, veo el pequeño bote con la pomada de golpes en mi mesilla de noche.

Lo tengo desde ese mismo día, siendo un recuerdo que aún me saca una sonrisa a sabiendas de quien me lo dejó aunque no pueda verle. Desde entonces lo guardo como si fuese un tesoro, no teniendo más que aplicármelo pero tampoco atreviéndome a devolvérselo aunque suponga dejarlo rápidamente en la puerta de su habitación.

O quizá en la biblioteca tal y como él lo hizo.

Tres golpes en mi puerta me sacan de mis pensamientos, obligándome a levantarme y acercarme a la misma. Abriendo no se bien con quien me iba a encontrarme.

La confusión de pronto me invade, asomándome lo suficiente para mirar a ambos lados sin encontrar a nadie en absoluto.

A nadie pero si veo algo.

Agachándome, sonriendo a pesar de la confusión que me ha invadido, cojo con cuidado de no tirar nada la bandeja que me han dejado con un vaso de zumo, un plato de tostadas y dos más llenos de fruta y arroz que huele de maravilla y abren rápidamente mi apetito.

Con mi pie cierro la puerta, evitando por supuesto dar un portazo, y vuelvo a mi cama donde tomo asiento situando la bandeja sobre el colchón. Todo huele tan bien que la pena por comérmelo me llena casi por completo.

Pena que no supera a los gruñidos de protesta que salen de mi estomago, saciándolos con un poco de arroz que llevo a mi boca y sabe tan bien que no puedo parar de comerlo hasta que, al igual que con todo lo demás, no queda un solo grano.

Dejándola sobre mi cama, queriendo agradecer por esto aunque no deba ni pueda, voy al cuarto de baño donde cepillo mis dientes, incapaz de perder mi sonrisa en ningún momento mientras veo mi rostro en el espejo, acariciando mi mejilla sin golpe ya, recordando como he podido curarla sin recurrir a la señora Kang.

— Si tan solo pudiese agradecerle de alguna forma o comunicarme aunque no podamos vernos..

Limpiando el cepillo, dejándolo en su sitio antes de enjuagarme con agua que previamente ya había preparado en mi vaso, vuelvo a mirarme en el espejo, esta vez lavando mi cara para así deshacerme de los restos de la noche, saliendo ahora tanto del cuarto de baño como de la habitación, cargando con la bandeja, con la única intención de dejarla en la cocina y agradecer por el desayuno aunque no sea a la persona que realmente lo merece.

Mis pasos, mientras que aún voy vestido con mi pijama, son tranquilos en lo que recorro la distancia hasta las escaleras, bajando de igual forma cada uno de los escalones que me lleva hasta la planta baja.

Hasta esta planta, frente a esa puerta donde se que ese chico tan misterioso para el ojo ajeno y el mismo al que no he vuelto a escuchar gritar desde aquella madrugada se encuentra.

Mirando a mi alrededor, cerciorándome de no haber nadie que me vea me castigue por lo que estoy a nada de hacer, camino lentamente hasta esa puerta a sabiendas de no recibir respuesta alguna.

Un cuidadoso golpe hacia la puerta, siendo casi un roce de mis dedos con la misma, lo suficientemente fuerte como para que lo escuche. Uno más y me atrevo ha hablar, aunque las palabras en cierto modo se atascan en mi garganta.

Promise // Sanwoo //Where stories live. Discover now