Día 12: Passion

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Fanfic
Fandom: JoJo's Bizarre Adventure
Ship: DioPucci

ADVERTENCIA: NSFW

***

Los sonidos de sus gemidos llenaron el pequeño cuarto en el que estaban, su respiración se entrecortaba, su cuerpo moreno sudaba, y su mente no dejaba de pensar en cómo lo que estaba haciendo con aquel hombre de cabellos dorados era un pecado. ¿Pero por qué algo que se sentía tan bien sería pecado? ¿Por qué? ¿Por qué el joven Enrico Pucci se seguía cuestionando la moralidad de sus actos aunque ya llevaran días de hacerlo? Quizás porque la diferencia esta vez era que él decidió dejarse recibir en vez de dar, guiado por el rubio de nombre DIO. Esta vez quiso entender el placer que sentía el rubio en esos actos, y ahora lo entendía perfectamente, pero esos pensamientos haciéndole cuestionar toda su relación con el rubio no dejaban de fastidiar, eran como mosquitos molestos en una húmeda noche de verano que no dejaban de picotearte, impidiéndote dormir plácidamente.

Empezó a contar en voz baja números primos. Eso siempre lo calmaba.
-¿Pasa algo, Pucci? -susurró dulcemente DIO en su oído, haciendo la piel del moreno estremecerse en escalofríos a pesar de lo caliente que se sentía el sudor sobre ella.
-No -respondió, también en un susurro, pero más grave, casi un gruñido-. Siga por favor, Señor DIO.
Era extraño que le pidiera así a DIO que continuara, con ese susurro grave, ese casi gruñido, pero sabía que eso le encantaba a DIO, sabía que eso lo prendía más. Semanas de estar juntos en esta extraña pasión, de que DIO se le pusiera encima, le besara por completo el cuerpo hasta que el miembro de Enrico se irguiera como edificio para el disfrute personal del rubio. Ya conocía cada detalle que lo prendía y en esta ocasión que decidieron experimentar un cambio de roles, sabía usar lo que había aprendido a su favor.

DIO chasqueó la lengua con un sonido de complacencia.
-Como gustes -dijo antes de volverlo a embestir, sus manos explorando las caderas de Enrico antes de que una de ellas le agarrara su miembro erecto para masturbarlo, inundarlo del ese placer carnal que Enrico había sido instruido a repudiar.
¿Pero cómo lo podría repudiar? Sentir al rubio dentro, sentir ese cosquilleo por todo el cuerpo, ese dolor tan irónico que en vez de sufrimiento traía placer, todo ese mar de sensaciones lo inundaban. Volvió a susurrar números primos entre los ligeros jadeos y gemidos que todo eso lo hacían soltar. La idea del pecado no lo dejaba en paz. Todavía no era capaz de despojarse de ella totalmente, aún llegaba para hacerle sentir cierta culpa de cosas tan placenteras como esta.

DIO le había enseñado a Enrico cosas que nadie más se dignaría a hablar, respondido preguntas que ni siquiera sabía que tenía hasta que lo conoció. Le dio las respuestas que buscaba a preguntas que harían a cualquiera mirar a otro lado mientras se movían con cierta incomodidad. DIO le había movido todo lo que creía, lo había volteado y le había sacado todas las dudas de él, ¿y aún así las cosas viejas que lo limitaban osaban a decirle que estaba mal? Esas ideas y la culpa que conllevaban... debían morir. Su nueva y renovada forma de pensar no tenía cabida para esas limitaciones que DIO mismo le había quitado.

La Petite Mort, la pequeña muerte, era una expresión usada en francés para hablar de un pequeño momento donde uno perdía consciencia. Curiosamente, había un momento después del orgasmo descrito con esa frase, un momento donde la mente de uno se apagaba y se reiniciaba y Enrico estaba seguro que ya se estaba acercando. Lo sentía, el cosquilleo en su cuerpo se estaba haciendo más potente, sus labios dejaban de contar porque ya se estaba volviendo incapaz de recordar qué números primos había dicho ya y cuáles le seguían. Era el momento perfecto para deshacerse de esa última limitación que le impedía entender completamente la perfección de DIO y la misión que éste tenía para él, una que iba más allá de ser amantes y permitirse sentir las pasiones que por mucho tiempo a ambos se le habían negado, aunque fueran por circunstancias diferentes. A Enrico le inculcaron el alejarse de todo eso, DIO estuvo encerrado y solitario por tanto tiempo que ni la oportunidad de negarse por voluntad propia a estos placeres tuvo.

-DI...O.
El rubio se detuvo por un momento.
-¿Cómo dijiste, Pucci? Tu voz sonó tan diferente que creo que mis oídos me engañaron -respondió, su aliento calentando el cuello del moreno antes de besarlo dulcemente.
No lo había gruñido, lo había gemido, con suavidad, con imploro, como el de un estudiante rogándole a su maestro por más información de un tema que de verdad quería entender pero encontraba limitante la información que se le estaba dando.
-DIO -volvió a murmurar con ese mismo anhelo.
Y claro que tenía uno, el de ser digno de la absoluta confianza de DIO, quería que DIO lo viera como alguien especial, quería atesorar cada caricia que le daba como si se tratase de alguna relación tan íntima que nadie más entendería. DIO le volvió a besar el cuello, a morderle ligeramente como si quisiera saborear su piel, pero no lo suficiente como para romperla y tener acceso a su sangre. Una delicadeza que ningún monstruo sería capaz de poseer. Si DIO la tenía eso significaba que no era un monstruo.

Volvió a embestirlo, su miembro volviendo a penetrar sus entrañas mientras su delicada mano se movía y acariciaba el miembro erecto de Enrico.
-Dilo más fuerte.
Obedeció.
-Más.
Empezó a acelerar el ritmo, el dolor aumentaba pero también el placer. Cualquier duda que tenía Enrico sobre dejar todo lo que solía ser para abrazar a este muevo Enrico Pucci parecía desvanecerse con cada gota de líquido preseminal que derramaba. Volvió a obedecer, DIO pidió que lo dijera más fuerte mientras le dividía las entrañas en dos con más fuerza y su mano agarraba más fuerza y velocidad mientras lo masturbaba para hacerlo venirse. Enrico sólo obedecía, su mente apagándose entre tantas sensaciones antes desconocidas para su cuerpo pero que ahora nunca olvidaría, olvidándose de todo. Sólo existían DIO y el placer que le estaba causando el sentirse penetrado por él, masturbado por él, incluso sentir cómo ahora jugaba con sus pezones como recompensa por gemir su nombre de una forma tan artística a sus oídos, acelerando cada vez más y más.

La Petite Mort. Ni te das cuenta que pasó, un micro-segundo donde tu cuerpo se paraliza totalmente, electrificado por placer. Un micro-segundo donde la mente de Enrico se quedó en blanco mientras se venía y estaba seguro que también sintió a DIO venirse, sellando esa conexión que no había hecho más que volverse más estrecha y estable desde que se conocieron.
-Eres tan lindo, Pucci, mi fiel amigo... Mi fiel seguidor, mi mejor amante -susurró DIO con palabras más dulces que la miel mientras le agarraba de la quijada y lo volvía para verlo a los ojos.
Enrico no opuso resistencia, sólo cerró los ojos mientras recibía un caluroso beso de DIO. Amigo, seguidor, amante. Esas tres palabras fueron las que había usado DIO para referirse a su relación, y juntas. Lo que tenían entre ellos iba más allá que el amor, la devoción, la amistad, o incluso la pasión. Era algo poderoso, algo que perduraría la Eternidad y sería lo que eventualmente llevaría a ambos a alcanzar su destino, su verdadero destino, no las cosas falsas que le habían enseñado a Enrico de ese lugar: El Cielo. Juntos, en su confianza y todo lo que compartían llegarían al Cielo y nada los detendría... jamás.

Fictober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora