Capítulo Trece

488 72 70
                                    




La tarde fue avanzado, sin movernos de aquel chiringuito más que para darnos un chapuzón cuando Diego y Raquel no aguantaron más el calor. Yo llevaba tres zambullidas aquel día, una de las cuales fue junto a Rubén. No entendía cómo su hermano y Raquel habían podido aguantar tantas horas al sol sin refrescarse, con el calor que hacía aquel día.

Seguimos hablando y riendo durante un par de horas más, conociéndonos los cuatro un poco mejor. Diego nos había caído genial a Raquel y a mí, y Rubén también parecía haberle agradado a mi amiga, así que pasamos realmente un muy buen rato. No obstante, noté que comenzaba a acalorarme demasiado a eso de las cinco de la tarde. Llevaba muchas horas debajo del sol, comenzando incluso a agobiarme un poco. No quería quemarme, así que decidí que volvería a casa.

–Raquel, yo iré tirando para casa, que si no mañana pareceré una gamba. ¿Te vienes? –informé a mi amiga, levantándome de la mesa.

–Yo me quedaré tomando el sol un poco más, así alcanzo tu moreno –dijo ella, orgullosa de su plan.

–Entonces te llevo a casa, Em –intervino Rubén, levantándose de inmediato también.

–No hace falta, puedes quedarte que andando no son más de veinte minu...

–No, de verdad –me interrumpió–. Yo también llevo muchas horas bajo el sol y no aguanto tanto como mi hermano. No quiero que me dé una insolación o algo así, que estos días en el hospital no estarías tú y no sería lo mismo –siguió diciendo, guiñándome el ojo y haciéndome sonreír por ello.

–Como quieras –acabé por ceder–. Gracias.

Al final nos fuimos juntos en su coche tras concretar con Diego la hora de la fiesta. Al parecer, y cómo no, la idea de celebrarla había sido más bien suya que de Rubén. De hecho, era quien la había organizado. Justo al coger la calle del apartamento, tan solo diez minutos después de dejar la playa –durante los cuáles hablamos sobre lo mucho que le gustaba la ciudad y otros temas triviales–, escuché vibrar mi teléfono móvil.

 Justo al coger la calle del apartamento, tan solo diez minutos después de dejar la playa –durante los cuáles hablamos sobre lo mucho que le gustaba la ciudad y otros temas triviales–, escuché vibrar mi teléfono móvil

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Resoplé sin poder evitarlo al ver quién me estaba llamando, y enseguida Rubén me miró de reojo al notar mi incomodidad. Ver su nombre en la pantalla hizo que todas las malas sensaciones que me produjo el hecho de encontrarme con él aquella mañana –y con lo que pasó– volviesen a mí.

–¿Tu ex? –preguntó, aunque parecía más bien estar confirmando sus propias palabras.

–Sí... –contesté sin apartar mis ojos de la pantalla.

–¿Qué piensas hacer? –quiso saber tras algunos segundos más en los que dejé que el teléfono continuase vibrando.

–Colgar –dije a la vez que apretaba el círculo rojo, suspirando–. No tengo nada que hablar con él. No lo he hecho en cinco meses y no pienso hacerlo ahora, y menos después de lo de hoy.

Rubén tan solo sonrió con mi respuesta, algo forzado. Habíamos llegado ya delante del portal y él había parado el coche, incluso apagándolo. Su mirada continuaba fija en la carretera, teniéndome algo nerviosa por no saber cómo despedirme de él. Tenía la sensación de que quería decirme algo, y el serio semblante con el que parecía procesar las palabras que pudiese decirme me hizo querer esperar.

El piano por testigoWhere stories live. Discover now