Capítulo Veintidós

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Pese a que acabé quedándome dormida realmente tarde, la mañana siguiente a aquel fin de semana tan intenso me desperté con facilidad y especialmente descansada. Incluso tuve tiempo de arreglarme un poco para ir a trabajar, cosa que no solía hacer cuando iba de mañana.

Lo vivido el fin de semana con Rubén todavía mantenía en mi rostro una sonrisa que era incapaz de borrar, y eso me ayudaba, sin duda, a afrontar la nueva semana –con unas ganas inmensas de volver a estar con él–.

Tras asomarme por la ventana, vi que el cielo estaba nublado y hacía algo de viento. Dada la pronta hora de la mañana que era, decidí ponerme una sudadera encima de la ropa para no pasar frío de camino al hospital.

Antes de salir de casa, tras mirarme en el espejo del recibidor, decidí hacerme una selfie y subirla a las redes sociales. Hacía tiempo que no colgaba ninguna foto nueva en Instagram y aquella mañana me apetecía hacerlo. Me sentía llena de energía.

Tal y como hacía siempre, en cuanto subí la publicación me olvidé de la misma

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Tal y como hacía siempre, en cuanto subí la publicación me olvidé de la misma. Y más en cuanto llegué al hospital, pues acostumbraba a dejar el teléfono móvil en la taquilla de la sala de descanso para que no me desconcentrara mientras estaba trabajando. Siempre había pensado que, si alguien quería contactar conmigo con urgencia, sabría llamar al hospital para localizarme, así que llevar el móvil encima tan solo podía ser una distracción.

Rápidamente llegó el mediodía, y con él el descanso de la mañana para almorzar –tras una ronda con bastante medicación nueva y pacientes casi todos de nuevo ingreso, al haber tenido cuatro días libres–. Como hacíamos todo el equipo de enfermería y también algunos médicos de la planta, a esa hora nos dirigimos a la sala de descanso para desconectar un poco durante media hora y, al ser lunes, comentar también el fin de semana.

–¿Qué tal tus días libres? –me preguntó Carla mientras me acercaba a la taquilla a coger mi almuerzo y el móvil.

–Muy tranquilo. –Y no pude retener la sonrisa que se escapó a través de mis labios, pues aquellos días habían sido de todo menos tranquilos, pero no quería dar pie a preguntas y a que pudiese ponerme nerviosa– Me han venido muy bien para recuperar fuerzas después de la guardia del miércoles.

–Sí, no debió de ser fácil siendo tu segundo día trabajando –comprendió mi compañera–. Pero bueno, tener a Rubén Varela durante aquellas veinticuatro horas seguro que te alegró la guardia –dijo alzando sus cejas de modo divertido, haciéndome reír.

–No te creas, no fue un paciente fácil –volví a mentir, intentando quitarle importancia al asunto.

–Ya... claro... –comentó sin creerme– Cuando le dieron el alta por la mañana nos pidió tu teléfono, así que supongo que te habrá hablado, ¿verdad? ¡No me escondas nada, Em! –casi suplicó con gracia, ante la que no pude evitar reír.

Aproveché aquella tregua que nos dio la risa para cerrar la taquilla, ya con las cosas en mi mano, y pensar una respuesta. No quería contarle la verdad y ser el cotilleo del hospital, así que debía suavizar lo ocurrido.

El piano por testigoWhere stories live. Discover now