La metamorfosis de la Granja Byron

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Sobre Gaby Asceyndez


Mi nombre es Gaby Asceyndez, aunque no es —del todo— mi nombre real. Escritora con sus fallas desde los ocho años, soy amante de Ito y me comparan con Barker y Samara. Publicada en una antología wattpadiana y una revista terrorífica, sigo labrando mi camino a lo que quiero ser.

Impulsiva más que impaciente, perfeccionista y con un montón de ideas locas en la cabeza, parezco una tríada mortal para acabar cualquier historia. Me gusta narrar sobre familias excéntricas y descensos a la locura, aunque me encantan los monstruos y nunca los descarto. El terror es mi pedacito de cielo.

Usuario de Wattpad: BlueBlackFeather2



La metamorfosis de la Granja Byron


Georgine Valley era uno de esos pueblos que, por más que los buscases en el mapa, no parecían menos que una mota de polvo entre ciudades como St. Mary Castle, que tenía (y tiene) esos enormes desfiles navideños en plena nochebuena, o Beach Sand, con sus costas repletas de turistas satisfechos tras un fabuloso cuatro de julio. Geevalley, como lo conocían los niños de entonces, solo tenía Halloween. Y ni siquiera eso lo hacía destacar del todo. Los habitantes se gastaban los ahorros del año en calabazas que tallar a mano, en esqueletos que luego vestían de espantapájaros y colocaban al lado de sus buzones, en arañas falsas y ratones muertos de plástico. La madre del desconocido solía comprar luces disfrazadas de ojos momificados, tan penetrantes que, cuando pasabas frente a la casa, poseían la habilidad de hacerte creer que te seguían hasta dónde caminaras. Era, sin duda, su fiesta favorita. Pero desde que el viejo Dankworth empezó a difundir la historia de la granja Byron, las cosas fueron a peor y ni los pobladores de toda la vida quisieron quedarse en Georgine Valley.

El viejo Dankworth vivía en una de las casas de la colina. Pogo, un galgo delgaducho y albino que no paraba de saltar de aquí para allá, era el único que le hacía compañía. Nunca se había casado, ni jamás se supo si había tenido hijos; era todo un ermitaño cuyo contacto humano se reducía a algunos pocos miembros de la comunidad. Los que en aquel momento eran niños tenían terminantemente prohibido acercarse a él. En Georgine Valley siempre corrían malos rumores de la gente antisocial... ¿Quién iba a pensar que después se volvería un borracho tan extrovertido?

—Chico, ¿sabes lo que le pasó a la granja Byron? —recuerda el desconocido que decía a cualquiera que pillara desprevenido, semioculto en un rincón oscuro, con la botella de Conecuh Ridge siempre a medio beber— Yo te diré lo que pasó con la granja Byron, sí, yo te lo diré... Algo tan horrible que no podrás creerte.

La hora del Terror: veni, vidi, viciWhere stories live. Discover now