10. Ira

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DISCLAIMER: LOS PERSONAJES, ASÍ COMO EL UNIVERSO EN EL QUE SE DESENVUELVEN, PERTENECEN A J.K. ROWLING. YO SOLO LOS TOMO PRESTADOS

N/A: Bueno, vamos ya... Hoy definitivamente me he obligado a mi misma a escribir porque no tenía ni tantitas ganas. Así que espero de todo corazón que esto no sea taaaan malo jajaja ¡Nos vemos mañana!

La palabra correspondiente al día de hoy es: fantasma


10. Ira

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El paso del tiempo perdía su significado cuando se vivía tanto tiempo como él... Aunque vivir sólo era un eufemismo para la exigua existencia que poseía.

El barón sanguinario llevaba casi mil años sumergido en ese limbo gris y solitario. Ya había olvidado su nombre, había olvidado el rostro de aquellos a los que alguna vez llamó padres, había olvidado la sensación del aire entrando por sus fosas nasales y expandiendo sus pulmones, y la sensación del latido de su corazón dentro del pecho.

Había olvidado muchas cosas. Aunque otras, sin embargo, seguían dolorosamente presentes en su memoria. Seguía cargando con la culpa de haber matado a quien más amaba. Aún podía sentir la calidez de la sangre que manchaba sus ropas, como si acabara de derramarla, y el peso de las cadenas que arrastraba a su paso.

Estaba dejando de hablar. A veces pasaban semanas sin que pronunciara una palabra... Era como si el esfuerzo de conjuntar palabras fuera demasiado grande para alguien tan trivial como un ser vivo. Y definitivamente había perdido el timbre de su voz, que ahora era un eco ronco y agónico de lo que alguna vez fue. Se limitaba a gritar en la torre de astronomía hasta que, por un segundo, sentía que desaparecía... sentía que el vacío lo engullía... Pero era un placer efímero y de nuevo se encontraba a sí mismo vagando por los corredores del castillo.

Había visto tantas cosas en aquellos pasillos. Los alumnos, ya acostumbrados a la presencia de seres como él, miraban al fantasma de Slytherin con la sombra del miedo atorada en la garganta y se marchaban lentamente a otra parte.

Ya ni siquiera tenían la decencia de salir corriendo despavoridos.

Cada dos o tres generaciones, sin embargo, encontraba una buena razón para hablar. Cuando entre los corredores descubría una mirada que reconocía: Ira. Ira cegadora. Ira por un amor no correspondido.

Sentía que, de alguna forma, se lo debía... se lo debía a ella, a su Helena.

No dejaría que nadie más cometiera sus mismos errores si estaba en sus etéreas manos impedirlo.

Y ese chiquillo rubio miraba a la otra chiquilla despeinada del mismo modo que él solía hacer con Helena. Con anhelo y desesperación. Con la certeza de que ella jamás lo querría. Con las ansias ardientes de tenerla entre sus brazos brillando en el fondo de sus ojos y con la oscuridad cerniéndose sobre su cabeza...

Ira cegadora y anhelo.

Eran la combinación más peligrosa.

El chiquillo rubio estaba mirándola desde una esquina apartada de la biblioteca, con la varita girando entre sus dedos, como si paladeara la idea de obligarla a ser suya.

Al barón sanguinario no podían engañarlo. Había vivido demasiado.

La chiquilla de cabello alborotado estaba escondida detrás de sus libros, como siempre hacía, y no se había percatado de la presencia del otro.

Esa niña le recordaba mucho a su Elena y, por desgracia, el otro saco de huesos y sangre era muy parecido a él.

Se acercó al rubio en silencio, todo el silencio que sus pesadas cadenas permitían, y se detuvo detrás de él, flotando:

—Ni lo intentes —su voz de ultratumba fue tan grave que pudo ver cómo el chiquillo palidecía al tiempo que volteaba hacia atrás para mirarlo.

Sus ojos grises abiertos. Su quijada trabada por el miedo. La piel erizada.

Miedo... qué delicia.

—Ella nunca va a ser tuya, mocoso. —El fantasma miró con desprecio la varita en la mano de Draco—. Aprende a vivir con ello desde ahora.

—Yo... no...

—"Yo no sé de lo que habla" —se mofó el barón, observándolo fijamente—. Lo sabes. Y peor para ti es que yo lo sé...

El chiquillo retrocedió un par de pasos, intentando alejarse del fantasma, pero él no iba a permitir que tal cosa pasara. Flotó hacia él nuevamente con gesto amenazador.

—La ira mata. El deseo mata. El anhelo mata. —Draco chocó contra una estantería y el barón sanguinario se detuvo a sólo un centímetro de él—. Matan lo que añoras y te condenan, tal como hicieron conmigo...

El chiquillo aferró su varita en su puño y el fantasma bajó la vista hacia la mano.

—No seas idiota, niño. No quieres tener a un espectro como yo siguiéndote los pasos por el resto de tu vida. —Draco aflojó el agarre de la varita y la guardó temblorosamente en el bolsillo de su túnica. El barón sanguinario asintió complacido—. Eres sensato. Bien por ti. Por eso te dejo esta advertencia: Déjala ser feliz —el dedo translúcido del barón apuntó hacia la niña de Gryffindor leyendo en la mesa—. Ella no es para ti. Si vuelves a perseguirla, si vuelve a cruzar por tu mente la idea de tocarle un cabello... de obligarla a quererte, yo me encargaré personalmente de arrancarte el alma por la boca y la colgaré en mis cadenas. ¿Entendiste?

Con los ojos humedecidos y los labios temblorosos, el mocoso rubio asintió.

—Ahora lárgate.

El chiquillo se fue corriendo, tropezándose en su camino a la salida, y el barón sanguinario se deleitó un momento mirándolo marchar.

Era cansado hablar con esos humanos... le desagradaba. Pero a veces era necesario.

Vagó con sus cadenas resonando por el castillo hasta que logró divisar a su hermosa dama gris a la distancia.

Ella lo miró un instante antes de darse media vuelta para alejarse.

Tal vez, algún día, si seguía evitando que la historia se repitiera una y otra vez... Si seguía evitando que la ira de no tener a quien amaba se apoderara de otro... ella al fin lo perdonaría.

DRAMIONE : Treintaiún formas de morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora