12. Ocho meses

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Estoy segura de que Eric ha notado mis nervios, en especial porque me he quedado detenida con la mano sobre el pomo de la puerta de la sala, sin animarme a ingresar.

Todo mi cuerpo me advierte que entrar podría ser un error.

—¿Estás bien? ¿Quieres que le diga que no puedes recibirlo? —pregunta con ternura.

Niego, a pesar de lo fuerte que me aprieta el pecho.

—Gracias, Eric, no te preocupes.

Hago un esfuerzo por empujar la puerta e ingresar, cerrándola de nuevo a mi paso. Lucas está parado delante del televisor apagado, con las manos en los bolsillos, y se gira apenas me oye. Ninguno de los dos dice nada. Me acerco unos pasos hacia él, conservando mi distancia, y lo analizo.

El dolor se ve en cada rasgo de su rostro, nunca ha sido bueno para ocultarlo. Tiene tanto miedo de esta conversación como yo. Sin embargo, también noto en sus ojos determinación y entiendo que no se irá de aquí sin una respuesta.

—¿Podemos hablar? —pregunta en un susurro.

Asiento a pesar de las dudas que no me sueltan. Hablaremos todo lo que quiera, pero no puedo decirle la verdad y eso me carcome.

Él se sienta en el sofá y espera que haga lo mismo, aunque me abstengo. Me preocupa acercarnos demasiado porque me estoy muriendo por sentir sus caricias y no sé si me pueda contener.

—Di lo que necesites y te escucharé —propongo, sin moverme de mi sitio.

No deja de mirarme, como si me hubiera extrañado tanto que quisiera aprovechar cada segundo que estamos en el mismo lugar. Yo también estoy así y eso me hace sentir muy frágil.

—Es que no entiendo nada de lo que ha ocurrido... —empieza, pero se queda ahí, como si no supiera qué más decir.

—Lucas, hemos terminado—insisto, buscando dejar claro mi punto—. No vamos a volver.

Sé que soy dura, pero con él es necesario serlo porque, de otro modo, seguirá haciéndose ilusiones. Él jamás se ha dado por vencido cuando se trata de mí. No se rindió ninguna de las veces en que lo había rechazado antes de ser novios.

Sus ojos se enrojecen levemente.

—Lo sé, y no estoy aquí para presionarte, solo quiero entender por qué. ¿Qué es lo que hice mal?

Sabía que iría a culparse a sí mismo y eso me duele incluso más.

—Nada —me apresuro en aclararle—. No se trata de ti o de algo que hayas hecho.

Ojalá pudiera decirle que me gusta todo de él, que no le cambiaría nada.

Mira hacia otro lado y se rasca la nuca, nervioso y atormentado.

—Entonces... ya no... ya no me qu... —Se queda en silencio y veo un temblor en su garganta.

Mis ojos se llenan de lágrimas al entender cuánto le duele siquiera pensar que podría haber dejado de amarlo.

Doy un paso adelante, incapaz de controlar mi propio cuerpo por un segundo, pero me detengo de nuevo. Aun así, se percata de mi indecisión y estoy segura de que no le cuesta descubrir en mi mirada lo que todavía siento por él. Se mueve hasta llegar a mí y toma mis manos entre las suyas, desbaratándome.

—Lucas... —Intento detenerlo, pero es tarde, su cuerpo está tan cerca del mío que siento reducido el espacio y me envuelvo por esa familiaridad tan dulce que se produce alrededor cada vez que estamos juntos.

Ese último momentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora