Capítulo 3

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Las clases empezaron con toda la fuerza inicial del curso. Durante el desayuno no se dejó de hablar del nuevo cambio del profesorado, pues aún ninguno podía creer que Snape hubiera conseguido su tan anhelado puesto. No se le veía muy entusiasmado por ello, nada parecía haber cambiado en él de la imagen que yo tenía en la memoria. Podía estar planteándose mil cosas a la vez o simplemente dejando la mente en blanco, estar imaginando un homicidio o pensar en qué habría para comer. Nunca se sabía.

La primera asignatura nos tocó compartirla con los de Ravenclaw, Historia de la Magia. Fue tan petardo como siempre, una de esas clases que parecen repetirse indefinidamente cada año y de las que no encuentras forma de quitarte de encima. No es que las guerras mágicas o la lista de hechiceros más importantes no consiguieran llamar mi atención, el mayor inconveniente era que el profesor Binns, el fantasma de Hogwarts por antonomasia, no lo hacía demasiado... ameno. 

La clase que provocaba mis nervios matutinos ese día era Alquimia. Desde que había oído hablar de ella me moría de ganas de que llegara mi sexto año en el colegio. Los gemelos solían contar que el profesor era una risa, de esas pocas personas que podía enseñar a la vez que entretener, pero que también sabía dónde estaban los límites. De mi grupo no la había cogido nadie, pues por muy bien que se hablara de ella, también corrían rumores de que los exámenes eran muy difíciles. Además, no era extrictamente necesaria para ninguna de las carreras que ellos habían elegido y supongo que preferían centrarse en otras cosas.

Me despedí de ellos y quedamos en vernos después. La clase se impartía en la zona de Ravenclaw, aunque no sabía exactamente el número del aula. Recorrí el pasillo entero, llamé a dos puertas que resultaron no ser la que andaba buscando y, después de preguntar a un chico muy alto que andaba por allí, logré llegar.

Llamé a la puerta con el miedo subiéndome por el cuello y una sensación de vergüenza que se intensificó cuando, al abrir, todas las miradas recayeron en mí. Al parecer no habían empezado todavía, ya que la mayoría estaba sacando el libro y abriéndolo por la primera página.

- ¿Stanford, no? - dijo la grave voz del profesor.

- Sí, soy yo.

Sus ojos oscuros me observaron durante un momento. Era bastante alto, con unas gafas cuadradas a las que calificar de modernas sería un poco arriesgado, barba negra no demasiado larga y pelo desordenado. No parecía mayor, aunque se sabía que lo era por algunas canas traviesas aquí y allá. Tenía un estilo informal de jersey azul oscuro y camisa blanca que sobresalía por arriba, aunque ambas prendas parecían desgastadas. Se daba un toque al profesor Keating en el Club de los Poetas Muertos, no solo físicamente.

- No hace falta que me mires con esa cara de miedo, solo llegas un poco tarde - río educadamente - Eso sí, espero que no se repita muchas más veces. Puedes sentarte donde quieras.

Con un rápido vistazo elegí el asiento libre que más cerca se encontraba. En esa clase, como en la mayoría en el colegio, las mesas eran de dos personas y justo ka que yo había escogido venía con una chica de regalo. No quería interrumpir más la clase, por lo que me senté en seguida y saqué el libro lo más rápido que pude.

- Genial, ahora seré la fea del pupitre - la chica de mi lado habló como para sí misma, pero lo suficientemente alto como para que lo oyera. Me giré para ver si la conocía - Era un cumplido.

La imagen que me regalaba mi compañera no era la de alguien que conociera, aunque sí que me sonaba de haberla visto en alguna clase. Tenía los ojos marrones, la cara redonda y unos labios prominentes que me ofrecían una sonrisa sincera. El pelo estaba recogido en una coleta terriblemente mal hecha, con algunos mechones increspados a ambos lados de las pequeñas orejas. Supuse que me había dicho aquello porque no tenía lo que se llama un cuerpo normativo, sino unas tallas de más, pero parecía ser de estas personas a las que no les importan demasiado esas cosas. Llevaba el uniforme de Hufflepuff con mucho estilo. Me regaló en seguida un sentimiento reconfortante y al instante me pareció que no podía perder la oportunidad de conocerla, porque estaba segura de que aquella chica tenía mucho que ofrecer. Y aunque su primera interacción no fuera la más adecuada para empezar una amistad, ahora me miraba como si fuera una amiga de la infancia a la que llevara mucho sin ver.

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