Capítulo 7

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NATHALIE

Los días en Hogwarts se sucedían unos con otros como las tardes felices de verano o la caída de hojas en un otoño cualquiera. Nada pasaba entre trabajos y clases, entre entrenamientos de Quidditch, partidas de naipes, novelas de romances imposibles e intentos vanos de recordar algo que sabía perdido.

Las clases me gustaban, sobre todo la aritmancia, que se había convertido en mi asignatura favorita por encima de todas. Hablaba con Hermione, veía muy poco a Ginny, compartía todo tipo de comentarios con Lot, e incluso llegaba a tener alguna rápida charla con Adam, pero casi siempre me encontraba sola. Con los chicos tenía muy poco contacto, la mayoría de las veces estaban practicando el deporte rey o tenían que acabar este u otro trabajo, y al final solo lograba estar con ellos en las comidas. Lo único que me mantenía un poco alegre dentro de la monotonía de esos días era la próxima excursión a Hogsmeade.

En ese día, sin embargo, sí que íbamos a tener algo nuevo durante la tarde. Era nuestra primera clase de Aparición, dada por un grupo de magos especializados que venían directamente al colegio bajo todas las medidas posibles. Como aquello no formaba parte de las clases propiamente dichas de Hogwarts, había que pagarlo con una gran cantidad de monedas, doce galeones para ser exactos, era como lo que sería el carnet de conducir en el mundo muggle.

Me había despertado algo más pronto que los demás a propósito. Sentía que aunque hacía poco que había empezado el curso, estaba en clara desventaja con los demás y todo se me venía encima como una montaña de arena. Por eso me di una rápida ducha y bajé a la biblioteca con un buen número de libros de texto bajo el brazo y la presión respirándome en la nuca. El sitio me parecía reconfortante porque me recordaba a todas las veces que solía venir con ansias de olfatear algun volumen y las preocupaciones demasiado lejanas, pero esta vez mis propósitos se reducían a estudiar y adelantar algunos de los trabajos que, si me despistaba, acabarían por acumularse.

Saludé a una chica Ravenclaw con la que coincidía en algunas de las clases y luego me senté en uno de los sitios más apartados para poder esparcir todo mi material por el largo de la mesa. Estuve mi buen rato escribiendo una redacción de Historia de la Magia y estudiando algo para Herbología, pero en cuanto pasaba más de cinco minutos frente al pergamino, me ponía a pensar. Era una tarea que me había restringido solo para las noches, para la soledad de mi cama, cuando los nervios están más calmados y te pones a revivir paso a paso todo lo ocurrido en el día. No quería pensar en exceso porque sabía que sería una pérdida de tiempo dar vueltas y vueltas a algo que al final no tenía solución, pero la tranquilidad del ambiente relajaba mi organismo y cuando menos lo esperaba me lanzaba todo tipo de preguntas escurridizas para el intelecto.

Miraba las letras grabadas en el papel, tinta negra que se desvanecía con un poco de desconexión. Me venían a la mente escenas con mis amigos bajo la luz del sol, en los jardines del castillo, riendo, jugando a las cartas, sentados en los sofás de la sala común debatiendo algún tema ya muy gastado. Escenas con Ginny de la mano y Hermione regañándonos porque ya llevábamos más de media hora en Zonko. Eran imágenes que se me aparecían ahora tan lejanas y que se difuminaban con los sueños hasta el punto de que ponía en duda si las había vivido o no. Imágenes que ahora veía improbables, como deseos navideños, tenía la vaga sensación de que mis amigos se estaban alejando de mí y me preguntaba si no sería yo la que lo estuviera haciendo.

Cuando quise darme cuenta, mis pensamientos habían adquirido un rumbo muy distinto. Recordaba aquel libro nuevo que había encontrado al fondo del cajón de mi dormitorio, El perfume. ¿Por qué tenía esa sensación tan rara? ¿Por qué sentía que mi subconsciente me estaba engañando a mí misma? Había visto la dedicatoria tan poco explícita que estaba en la primera página. La había leído una y otra vez esperando encontrar algo nuevo o poder contradecir lo que ahí se decía, pero no, era su letra. Le había visto escribir varias veces en clase, y aunque no lo hubiera hecho, aquella caligrafía estirada no podía pertenecer a otra persona. Ya le había preguntado sobre aquello, había tenido el valor de dejar nuestras diferencias a un lado para quedarme como estaba, porque él no me había dado ni la más mínima pista. A juzgar por cómo me había contestado, podía deducir que, o se arrepentía de ese obsequio tan extraño o era tan poco importante para él que ni se acordaba. Probablemente fuera lo segundo, a una persona como Malfoy no parecía importarle el dinero ni lo que hiciera con él, podía gastarlo a su gusto cuando le viniera en gana sin notar la diferencia. Tal vez lo había hecho para sobornarme, para que le ayudara con algún trabajo igual que me había pedido hacía poco. Era raro, todo ese asunto no tenía el más mínimo sentido y no parecía tener relación con lo que me estaba pasando.

Si decides querer (Draco Malfoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora