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— ¡Jihoon! ¡Jihoon, tranquilo!

Noté unos golpes en la cara, pero era incapaz de despertarme del todo. La oscuridad me había apresado con unas garras grandes y potentes, y no tenía forma de escapar de ella.

Unos fuertes gritos me taladraban los oídos, acallando la otra voz.

— ¡Jihoon, cariño! ¡Despierta!

Abrí los ojos por fin y me di cuenta de que esos ensordecedores gritos eran míos. Me llevé las manos a la cara húmeda para secármela con el dorso.

— Lo… lo siento —respondí con la voz ronca de tanto gritar, algo desorientado. Pero me encontraba empapado en sudor en mi habitación, en el mundo real, no en ese mundo horrible de oscuridad y tinieblas. La luz estaba encendida, y yo no me hallaba solo.

En este mundo mi abuela seguía viva, pero era incapaz de deshacerme de las imágenes de su cuerpo en el suelo, del tacto de su piel fría bajo mis dedos, y el corazón aún me latía como si fuera a destrozarme el pecho. Noté náuseas solo de recordar el sueño.

— Jihoon, cariño… tenías una pesadilla.

— Lo sé —logré mascullar, mientras dos nuevas hileras de lágrimas bajaban deslizándose por mis mejillas—. Siento haberte despertado.

Con lo sorda que estaba mi abuela, tenía que haber gritado muy fuerte para que hubiera podido oírme desde su habitación.

— ¿Qué estabas soñando? —preguntó, y yo sacudí la cabeza con fuerza.

¿Cómo iba a contárselo? No podía decirle cómo había sido la pesadilla, qué era lo que pasaba en ella… resultaba demasiado vergonzoso. Jamás podría contarle toda la verdad.

— Jihoon, cariño, puedes contarme lo que sea. Me estabas llamando una y otra vez… ¿qué soñabas?

Observé su rostro arrugado y ajado por el tiempo. Saltaba a la vista que estaba muy preocupada, y no pude evitar que mi corazón se partiera en dos al verla. Debía de haberle dado un susto de muerte con mis gritos, así que no podía dejarla con esa preocupación. Tenía que decirle la verdad o, al menos, la verdad a medias.

— He soñado… —comencé, pero tenía la garganta demasiado áspera. Tragué saliva y volví a probar—. He soñado que te morías.

Su expresión se enterneció.

— Cariño… —dijo simplemente, y me abrazó con fuerza contra su pecho. Le devolví el abrazo mientras las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas. Me apresuré a secármelas antes de separarme de ella.

— Estoy bien, no te preocupes —le aseguré, no muy convencido—. Siento haberte preocupado. Vete a la cama, que es tarde. Será mejor que vuelva a intentar dormir…

— No puedes dormir así —objetó—. Vete a la ducha, anda. Yo te lavo esto y te cambio las sábanas.

Al principio no entendí sus palabras. Pero entonces comprendí que había algo extraño; algo en lo que no me había fijado con las imágenes de la pesadilla todavía en la mente, el corazón a punto de explotar, la garganta dolorida y la cara de preocupación de mi abuela. Y lo raro era que no hubiera reparado en ello todavía.

Tenía el cuerpo húmedo por el sudor… pero esa no era la única causa. No. Antes no me había dado cuenta, pero ahora que me fijaba resultaba obvio. Húmedamente obvio. Pegajosamente obvio. Asquerosamente obvio.

Me había meado encima. Como cuando era un crío. Como cuando tenía pesadillas cada noche después de la muerte de mis padres. Una oleada de asco y vergüenza me recorrió todo el cuerpo, erizándome el vello húmedo.

霜┆𝚏𝚛𝚘𝚜𝚝 ; 𝚙𝚊𝚛𝚔 𝚓𝚒𝚑𝚘𝚘𝚗Where stories live. Discover now