Capítulo 11

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La idea pareció fascinarle, porque días después mientras nos reponíamos de otra sección de sado ella encantada me confesó que quería acompañarme a París por todo un fin de semana. Yo que no cabía de tanta alegría arreglé todo, nos iríamos en camioneta hasta una pista de mi propiedad cerca de ahí, mi helicóptero nos recogió ya amaneciendo y le mostré desde las alturas mi amada París y su torre. Aterrizamos exitosamente en otra pista privada a mi nombre y mi chofer de emergencias nos llevó hasta mi apartamento, no quise ir al del sexo, ella era demasiado especial, y era la primera en entrar en mis sagrados espacios, la primera en llegar a mi soledad. Le mostré la vista desde mi habitación totalmente al descubierto y construida por cristal, eso sí, de las refinerías Santos. Le di un paseo por el salón y ese piano que nunca tocaba. Le preparé algo de comer y nuevamente la sorpresa al verme cocinar, todas reaccionaban de la misma forma. Le pedí que tomara una ducha, y se relajara, yo solo daba tiempo a que las rosas que había mandado a encargar llegaran, y justo a tiempo pude decorar el cuarto. Me desvestí y entre a la ducha, la apresé contra una de las paredes y la cargué, sentí su sexo frotarse contra mi abdomen, y nos besamos por unos minutos. Tomé gel y acaricié todo su cuerpo, ella estaba excitada, sus senos estaban redondos y sus pezones apuntaban al cielo, su boca emitía sus característicos gemidos. Fui bajando y deleité con sus labios enrojecidos, con su vagina toda abierta, le clavé mi lengua y gimió, subió su pierna a mis hombros y comenzó a balancearse, cuando supuse que estaba al punto de llegar paré, casi me mata, pero así era más divertido, se veía que no le habían enseñado mucho del placer. Callé sus quejas con un beso, y así entre besos la saqué del baño. Iba a seguir quejándose hasta que vio la habitación toda sumida en velas, y decorada con pétalos de rosa. Se quedó sin palabras, y solo escuché su suspiro en el silencio que tanto me gustaba causarle.

       -Qué significa esto.-preguntó al fin que consiguió entrelazar coherentemente sus palabras.

       -Necesitaba mostrarte lo especial que eres. Nunca una mujer ha entrado en este apartamento, en esa cama solo he dormido yo, quiero que seas la primera.

    -Yo quiero ser la primera mujer en decirte que es mentira lo que los demás te obligaron a creer, eres una persona maravillosa Alexandra, si solo te lo creyeras, si solo supieras la forma en que me haces sentir, soñar, amar.

     -Amalia, confías en mí.

     -Sí, sin dudarlo.

     -Entonces esta noche solo disfruta, quiero mostrarte ese placer que nadie te enseñó a sentir.

     -Todo en una noche.

    -Te dije que después de tu visita a París no te sentarías en un mes, tú aceptaste, ahora te toca responder.

    -Confió en ti, sé que nunca me harías daño Alexandra Santos.

   Comencé por vendarle los ojos, solo de rozarla su respiración se agitaba, veía como sus pechos subían y bajaban desesperados. Mantenía sus piernas cerradas, pero por poco, pensé para mis adentros. Me desnudé completamente y llevé mis labios a su boca, solo así la tocaba, no rocé su cuerpo de ninguna otra forma, y aún así nuestra excitación crecía a grandes pasos. Fui acariciando su cuello con mi lengua, y besé apenas sus senos, oí su queja, pero no me importó, ahora estaba en mis manos. Busqué todos mis juguetes y puse a mano. Tomé un trozo de hielo con mis labios y lo acerqué a sus labios, ella gustosa lo lamió, y saboreó el frío néctar que escurría de él. Me fascinaba su cuerpo desnudo, y fui bajando por su piel, y dejando pequeños lagos de lava hirviendo, llegué a sus senos y los inundé, enseguida  erguidos me cautivaron y con mis labios aún fríos los mordisqueé y logre arrancarle varios gemidos. Luego seguí mi camino hasta que el hielo totalmente descongelado por su calor se escurrió por la curva de su sexo y produciéndole un escalofrío mágico. Me incorporé en mis manos y apoyé todo el peso de mi cuerpo en el suyo, sentí como sus piernas se abrían para tenerme más cerca, poco me importó, quería verla gozar. Mi boca extrañaba su sabor y me posicioné para dejar entrar toda mi lengua en ella. No recuerdo cuantos orgasmos tuvo, pero seguía pidiendo más, pasé a su cola y sus caderas perdieron el control como de costumbre. Me detuve antes de que cayera exhausta. Me incorporé sobre su cuerpo y busqué su boca, jugueteé con su lengua y me acerqué a su oído.

Invítame a ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora