Capítulo 12

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Lloré sin cesar toda la noche, y sin fuerzas el amanecer me sorprendió aún de rodillas en el suelo, mi vida ya no tenía sentido, estaba ahí, como al principio, con el corazón destrozado, pero no por una puta que jugó conmigo, sino por una mujer maravillosa a la cual no pude decir quédate porque sino me muero. Como fantasma sin alma y sin ganas de seguir respirando tomé una ducha. Arreglé los papeles que faltaban, y esa noche sería la última en esa ciudad, al día siguiente me marcharía. Me imaginé mil veces cual sería mi reacción al verla, me preparé para su indiferencia, para que no me viera, para que como otras veces me comparara con Casper. Misteriosamente no la encontré, a pesar de caminar voluntariamente por frente a su trabajo. Todo estaba claro, esa noche indiscutiblemente era la despedida, y yo como idiota por tanto pasar por el bufete no pude esconderme del alcalde que me recordaba que esa tarde era el casamiento de su hija. Por dios, se me había pasado por completo, tuve que disimular mi sorpresa y hacerme quien lo tenía todo planeado. En cuanto encontré un motivo para dejarlo hablando solo lo hice y busqué el traje para la boda. Quería usar un vestido, hacía tiempo que no usaba uno, pero preferí usar un traje de mi propia marca, nada mejor para un pueblo judío y arcaico, culpable de sacarme al amor de mi vida, que ir a la mejor boda del pueblo sin nombre a la forma de Alexandra Santos, los mataría, eso sí. Lo tomé como una broma, me vestí, y llegué elegantemente tarde, ya todo estaban sentados, y el novio esperando a la novia que no llegaba, como mismo lo prometió el alcalde tuve un asiento privilegiado. No conocía a nadie, excepto de mirada, y parecía yo la protagonista, pues no paraban de mirarme y comentar, me encantaba causar ese efecto en las personas. De repente sin que pudiera darme cuenta la novia irrumpió en silencio, acompañada de la banda sonora, la misma de siempre. El alcalde la traía de brazo, ella se aferraba nerviosa, lo sentía en sus pasos. Sin percatarme su cuerpo se me hizo conocido, al igual que su estatura, ese rojizo cabello bajo el velo; esa palidez en su faz, sus manos finas, su paso apurado, el velo no me dejaba verle muy bien los rasgos de su rostro, pero yo conocía a esa mujer. El vestido se ceñía a sus caderas y yo más me convencía que la conocía. Me pasó por el lado, y noté que viró su rostro, me estaba huyendo. Me quedé lela, como en un sueño, no descifraba su identidad, pero tarde o temprano dirían su nombre o hablaría. Mientras tanto intentaba buscar en mi memoria a quien pertenecía aquella espalda halada, y esos hombros de luna.

        Pasaron tantos nombres por mi mente excepto uno; no, no puede ser ella, me repetí en silencio, busqué entre los presentes y no la encontré, solo había una posibilidad y mientras más miraba su figura y su cabello más me convencía. Sentí una punzada en el pecho, ella no podía estar haciéndome esto. Ella no podía ser tan cruel. Se retiró el velo y casi infarto, mi peor pesadilla se estaba convirtiendo en realidad. No pude evitarlo, una lágrima escurrió por mis mejillas, toda ceremonia me contuve para no salir corriendo, para no parar esa broma de mal gusto. Por parte lo entendía todo. Era lo mejor, me repetí mil veces, y mil veces me dije idiota, si Anna pensaba que solo servía para la cama, entonces que eres tú, una prostituta que no cobra, solo suplica un poco de amor. Esperé impacientemente el sí, quería que su sí acabara con todo ese amor que yo sentía por ella, que me mostrara que no valía la pena, y yo pensando que debía buscarla, todo siempre fue mentira, y yo la despedida de soltera por supuesto. No dudó en pronunciarlo o besarlo, sentí la segunda y la tercera puñalada en el corazón, mis latidos se perdieron y reaparecieron lentamente, pero una punzada permanecía, me estaba muriendo, y recién me enteraba.

      Sonriente miró a la audiencia, y cuando me halló entre los invitados su sonrisa se esfumó, una lágrima corrió por su rostro y calló en su vestido blanco, nuestras miradas se quedaron fundidas, y ella entendió mi silencio, y esos restos de mi llanto. Hizo un leve gesto hacia mí, pero su marido eufórico le robó el segundo beso de la noche y me regaló la cuarta puñalada de la noche. Sus labios lo besaron, pero sus ojos seguían pendientes a mi mirada que se difuminaba en el aire. Di media vuelta y salí de ese lugar, el alcalde más pendiente de mí que de su hija me persiguió y me tomó de la mano, me llevó casi a la fuerza a la lujosa fiesta. Entramos en el inmenso salón todo decorado de blanco, imitando la pureza de su hija, si supiera como yo le daba en la cama, y como ella pedía más, ese salón no estuviera decorado de esa forma, sino que fuese un burdel, porque Amalia en la cama, no era una santa propiamente dicho. Me presentó a sus socios, y no tardó en comenzar la cantaleta de siempre, que si esto, que si lo otro. Luego de su tediosa charla, y de mi quinta o sexta copa de champán el novio apareció en la conversación, ella se quedó por la parte de las mujeres y no paraba de mirarme, todos se lo achacaban a que su novio estaba a mi lado, pero yo sabía que era a mí. Más de una vez intenté escaparme de las conversaciones, y las inversiones en ese pueblo del infierno, esperaba ansiosa el momento en que me presentaran a la novia, y yo mirándola a los ojos desearle un feliz matrimonio. Quería torturarla con mi presencia, que se sintiera igual a mí, pero por otra parte necesitaba irme de ahí, respirar sin sentir que cada bocado de aire me ahogaba más.

Invítame a ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora