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Lyra camina a través de los pasillos y aunque lo odie, admite que lo hace con la guardia bien en alto. Se fija en el suelo antes de avanzar, presta atención a lo que sucede a su alrededor por el rabillo del ojo y también escucha a mayor consciencia lo que dicen las voces a su lado. Sí, gatita, zorra y maldita son algunos de los calificativos que le dan. Intenta ignorarlos, no es tan fácil. Su barrera, esa que creía impenetrable, empieza a resquebrajarse y no sabe qué hacer.

Es difícil entenderlo y, sobre todo, aceptarlo. Ser odiada solo porque a las niñas populares no les agrada. Lo que más la enfurece y sí, la hace sentir mal, es que ni siquiera hayan tenido el sentido común de ir y conocerla por sí mismos. Puede entender la razón del desprecio de Grecia, bueno, tanto como entender no, porque la chica está como una cabra, Lyra y Tristan apenas si intercambiaron palabras y ni siquiera del tipo personal... ¡Hablaron de clubes! En fin, su punto es que, de las dos, quizá la razón de la rubia sea un pelín más válida que la de la morena, pero solo por muy poco. Expresado en peso serían... dos gramos de diferencia. Suspira y decide sacarlas de su mente, ya bastante tiene con verlas casi a diario como para tener que pensarlas también.

Los sucesos del día anterior sustituyen los de las princesas. La comida con Diana fue tensa, los ojos grises de Aarón no la abandonaron en ningún momento y lo que fue peor: se comportó con amabilidad. Lyra habría esperado que fuera un desgraciado, como lo había sido con Avery, pero no. De hecho, le dio la impresión de que ser otra persona y de no haber sido porque le preguntó a Diana si Aarón tenía un gemelo, todavía lo creería así.

Entra a clase y corre a su sitio. Sobre la mesa hay un papelito. Lyra lo recoge y se sienta. Lo abre, despacio, como si fuera una bomba o algo peor. En cierto modo lo es. Son simples palabras, letras repetidas, pero el sonido constante en sus oídos y cabeza comienza a crispar sus nervios. Respira profundo para tranquilizarse, está en medio de un montón de niños que se reirán en su cara a la primera señal de debilidad. No se consentirá semejante espectáculo. La profesora llega, Lyra guarda el papelito entre sus libros, y comienza a escribir.

El receso lo comparte con Diana, come en silencio mientras su compañera relata lo preguntón que estuvo su hermano el día anterior acerca de Lyra. Eso dispara su pulso y el apetito se le esfuma, de hecho, su estómago se aprieta tanto que teme que vomite a mitad de la nada.

—¿De verdad? —Se esfuerza por preguntar.

—Sí —dice emocionada Diana—. Cree que eres guapa.

Gime de consternación, su compañera no la escucha. El timbre suena avisando que restan tres minutos para la siguiente clase. Diana es la primera en levantarse, se escusa alegando un profesor tirano y obsesionado con la puntualidad. Lyra asiente y entonces baja la mirada a la bandeja de comida, donde aún quedan alimentos. Tira los comestibles, no sin cierta culpa. Mucha, en realidad. Los alumnos se disipan y ella avanza tanto como puede en el mar de gente. Decide tomar una vía alternativa y rodear el edificio para llegar del otro lado.

[Completa] En manos de la ÉliteWhere stories live. Discover now