Capítulo 24

32.1K 2.4K 533
                                    

La casa sin Ian hay que admitir que se siente un poco triste; ya hace un día desde que se marchó y extraño discutir con él. Nunca estoy por completo en soledad, pues Cooper y Roger no se apartan de mí. Por si fuese poco el día de hoy llegan a la hacienda Diana y el abogado Mason, la primera aprovecharía que era su tiempo libre en la librería y vendría a visitarme, por otra parte, Mason se quedaría en la hacienda una temporada para ayudar a Ian con unos negocios y papeles. No obstante, a pesar de tener a tantas personas cerca no es la misma sensación ¿Cómo es posible que me acostumbrase de esta manera al vikingo en tan poco tiempo?

Me encuentro sentada en el despacho a la espera de nuestros invitados, tengo el bolígrafo en una mano y mi agenda de notas en la otra. Desde que desperté esta mañana siento la sensación, o mejor dicho la necesidad, de escribir algo que pueda utilizar en mi novela más adelante. Después de todo vivir en este lugar sí me trajo buena inspiración. Releo varias veces el último texto que escribí en la libreta antes de pasar a una nueva página en blanco; vacío mi mente y dejo que la tinta viaje sola sobre la hoja.

... Era como el fuego, ese fuego que brota de un volcán ardiente, que quema la piel y destruye la tierra. Era como el aire, difícil de controlar, libre, siempre preparado para volar. Era como el agua que corría de una cascada interminable, puro y limpio, solo dañado por los males ajenos. Era un guerrero, lleno de fuerza y voluntad, pasión por la vida, por lo que creía correcto.

Así era él, era nada y a la vez lo era todo. Era mi estrella guía, siempre a la vista y a su vez tan inalcanzable, tan imposible para mí. Era la fruta prohibida escondida en el jardín del Edén, llevándome al borde de la tentación, provocándome caer al precipicio sin las alas listas para volar...y yo dispuesta a saltar, con la vana esperanza de que esté ahí para protegerme, pero todo esto no pasa de ser un anhelo, un sueño, una quimera. Quizás al despertar vuelvo a estar a salvo en mi cama, aunque nuevamente en la lejanía de su abrazo y talvez, solo en ese instante, preferiría continuar soñando...

Cierro la agenda de golpe, esto no puede ser posible «¿Qué diablos estoy escribiendo?». Es como si cada línea, palabra y letra estuvieran dedicadas a... No, no puede ser. Este es mi borrador para mi nueva novela, lo único malo es que aún no sé de qué diablos tratará, solo tengo dos escritos realizados por instinto. No poseen puntos en común además de... «¡No!», vuelve a gritar mi mente, es imposible que ambas cosas traten de Ian.

Dejo la pequeña libreta sobre el sofá y me pongo en pie para dar vueltas de un lado a otro de la habitación. Son demasiadas cosas en las que pensar, muchas decisiones que tomar. Gracias a Dios, Ian estará fuera hasta pasado mañana y tendré el tiempo suficiente como para reflexionar en todas las cosas.

Me encuentro tan perdida en mis propios pensamientos que no escucho cuando tocan a la puerta, tuvieron que transcurrir unos segundos y sentir una fuerte voz masculina para cerciorarme de este hecho.

—Adelante—anuncio con la voz un poco más elevada de lo necesario.

La puerta se abre y veo a Cooper aparecer.

—¿Molesto? —pregunta con cautela, ante mi negativa sonríe y continua—. El abogado ya llegó, está en la cocina charlando con Roger y Diana acaba de llamar que ya casi llega.

—¿Ya? —digo asombrada, la verdad es que esperaba al abogado para luego del mediodía.

Miro el reloj, es exactamente mediodía, no puedo creer que el tempo hubiese pasado tan rápido. Salgo del despacho y me dirijo a la cocina seguida por Cooper; cuando entro a la estancia veo a dos hombres sentados a la mesa con tazas de café en sus manos. Ambos trigueños, altos, no obstante, uno de piel más bronceada que el otro, ese era Mason, mientras el más pálido se trataba de Roger.

OJALÁ...Where stories live. Discover now