Si mi madre me viese en aquellos momentos, me daría un pequeño discurso sobre lo malo que es el alcohol y cómo no debía subirme al coche de ningún extraño. Y si esto fuese un año atrás, yo me hubiese reído y asegurado que sabía perfectamente lo que hacía. Porque hace un año la vida era más fácil, y yo una persona diferente.
Bajé nerviosa las escaleras de aquella casa, siempre fiel a mis zapatillas blancas de tela, con el bolso cruzado llevando lo esencial dentro: teléfono, pañuelos, cartera, llaves.
—Oh, estás preciosa —murmuró Cristina mientras terminaba de bajar las escaleras.
Sentí una pequeña punzada. Mamá probablemente hubiese dicho lo mismo, incluso si vestía un saco de patatas. Aunque cuando ella vivía, solía ponerme pequeños vestidos para salir, parte de lo que le ponía tan nerviosa. Pero hacía tiempo que había perdido el interés en arreglarme más allá de una ducha y cepillarme el pelo.
Porque mamá ya no estaba allí para decirme qué llevar. Nunca lo estaría, y tendría que aprender a vivir, algún día, sin su recuero.
—Gracias.
De nuevo, Cristina deslizó un billete de veinte dólares como si se tratase droga, recordándome que le llamase si tenía cualquier problema. Agradecía su ayuda, pero nunca sería mi madre. Nadie la reemplazaría nunca.
Y solo por mi madre, seguía aquí, al final. Resistiendo.
—¿Irás con Daniel?
Llevé los ojos a Gabriel, sentado al final de la mesa del comedor mientras pinchaba unos macarrones tristemente.
¡Claro que sí! ¡Y volveríamos a la casa agarrados de la mano!
—Daniel ya se fue —intervino Cristina, que sí se daba cuenta de lo que sucedía en su vida—. Pero seguro que vuelven juntos.
Vale, quizás no se diese cuenta de verdad...
Apenas había cruzado más de cinco palabras con su hijo, y ninguna indicaban que estuviese feliz de tenerme en su casa, más bien todo lo contrario.
Por suerte, me importaban una mierda,
—Llamaré si tengo cualquier problema —aseguré.
Mi teléfono vibró y salí de la casa mientras me despedía. Caminé unas cuantas casas lejos, hasta que vi un coche azul doblando la esquina. Cuando redujo la velocidad hasta quedar a mi lado me di cuenta de que se trataba de Ash. Me lanzó una mirada confundida mientras abría la puerta.
—No sabía que vivías en este barrio —comentó, encendiendo el motor y sacándonos de allí—. Es un buen barrio.
Eso tenía entendido cuando le mandé la dirección por el google maps, pero ella no había dicho nada. Si me preguntaba, le diría que vivía en casa de Daniel, pero tampoco me apetecía gritarlo si él no se había dignado a decir que ya me conocía durante el almuerzo.
Tardamos alrededor de quince minutos en llegar a otra urbanización, del estilo a la de los Black. No adivinarías en qué casa era la fiesta hasta que no entrases, ya que la música sonaba en el interior y no había gente vomitando en el jardín delantero, como había visto en muchas películas y libros.
Ash, que sí usaba uno de esos vestidos cortos que yo había dejado junto con mi vida pasada, me guió a través de la entrada principal de la casa. Saludó a unas cuantas personas en su camino, pero parecía saber perfectamente hacia dónde se dirigía.
—¡Aquí estáis!
Saludó a un grupo de gente, entre los cuales identifiqué a parte de los que había visto en la mesa de la comida. Logan devolvió la sonrisa que ella les dirigía y, poco después, sus ojos fueron un poco más allá, encontrándose con los míos.
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Hazme Olvidar ©
Teen FictionHISTORIA +18 || Emily ha sufrido mucho. La muerte parece acecharla, y solo quiere escapar de ella. Pero cuando no lo logra, es enviada a vivir con los Black. Y con el estúpido, prepotente e idiota de su hijo, Daniel Black. Sin embargo, Daniel parec...