XX ~ Partida de Solka.

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Una hora después, él la vistió con ropas para el frío y le compró dos caballos dándole además bastante oro y algunas gemas de su parte del tesoro. Puso en las alforjas raciones para el viaje, y la acompañó un trecho por el camino del bosque.
La doncella rescatada entrecerró los ojos yendo a paso suave sobre uno de los corceles, y miró al bárbaro con el corazón pulsándole de un modo que sólo aquellos que encuentran pasión y sentimientos pueden reconocer.
—¿Estáis seguro de que no queréis venir conmigo?—le preguntó la joven princesa, entristecida y sin poder ocultarlo.
—Tengo unos asuntos que resolver que no pueden esperar. Un amigo me necesita, y los peligros a los que podríamos enfrentarnos...—.
La princesa lo cortó más que una de las dagas de las que se hubiera apropiado de los enseres de los bandidos, fulminándole por unos instantes con la claridad acerada de sus ojos, mas se vio engullida por otro tipo de acero, más oscuro, en los de él. Así las cosas, como tenía sabido de la corte, formuló mejores palabras sin ceder al repentino impulso aunque prescindiendo de la formalidad y reemplazándola por la directa fórmula llana. Más personal, más íntima, menos frecuente para sí.
—¿Temes por mi seguridad y no me llevas contigo? Es una forma extraña de protegerme—. 
—Donde voy, los títulos, toda la dote que te dado, y la gente buena, seguramente no abundan—. 
—Imagino que, tampoco, los que saldrían vivos de allí. No has mencionado que viajes con una escolta junto a ese señor al que sirves—. 
—Es mi compañero—. 
—Está bien—. 
—Yo no sirvo a nadie—. 
—Eres un rebelde, ¿verdad?—. 
—Tú lo has dicho, princesa. ¡Aunque no tiene ventajas sino todo lo contrario!—. 
Una risa y un gesto de buen humor aliviaron cierta tensión en la fémina que, sin creerse que pudiera sentirse tan cercana y adicta en tan poco con aquél insumiso, casi le consideraba de su familia. Boqueando suavemente, le susurró con un parpadeo lento, atenta a sus rasgos: —Temo por ti. Apenas nos conocemos y me tortura el no volver a saber del hombre al que debo todo—.
—Céntrate en la tarea del regreso. Con estos recursos, no será difícil hacerlo y encontrarás más ayuda por el camino. En cuanto a mí, si debo luchar, lucharé. Ya lo has visto. Es lo que hago. Es lo que soy—. 
Silencio. Y a ese silencio lo acompañaba esa tristeza anunciada sin voz, como si tuviera aún que llegar a las puertas de su ser tras una espera que la horrorizaba, y que sin embargo, ya estaba allí alojada en su pecho ocupando su espacio mucho antes de tocar a la puerta. 
—Si lucho, no te quepa duda de que lo daré todo. Pero nos volveremos a ver cuando pase por tu tierra. Prometo volver a ir un día de estos—.
—¿Ya estuviste en Enoda?—preguntó sorprendida.
—Hace algún tiempo, era gladiador. Ahora, coge el camino a Kuln en el mapa que hallarás entre las raciones de viaje. Allí habrá algún barco mercante que te acepte a bordo y te lleve a las costas doradas de tu patria de águilas—.
Por supuesto, conocía o al menos sabía de una parte de la costa que diera nacimiento a su país, su reino, mas el origen que revelaba de sí mismo despertó en ella la curiosidad y un palpitante sentimiento que la conmocionaron. Ojalá, se decía en su mente, le hubiera conocido entonces y no se hubiera separado de su lado. 
—Hay hombres de mi padre que esperan cerca de donde dices que vaya. Pero no deben de haberse movido aún, ya que seguro tienen la tarea de estar atentos por si reciben noticias de mis captores. Al no hacerlo, deberán enfundarse de paciencia así que supongo que, si no demoro mucho mi viaje, estaré a salvo y en casa al poco—.
—Ese es el plan, princesa—. 
—Mi padre tiene un hombre de confianza, llamado Graides. Le prometió a mi prima por su parte y suele comandar una unidad en algunas ocasiones. Sabiendo de mi secuestro, lo más seguro es que me encuentre con él y los soldados. Tienes corazón, amigo, y sabes usar la mente cuando el primero la podría enturbiar. He aprendido de ti—. 
—Y yo de ti—confesó Kerish. 
—¿El qué?—. 
—Que el sufrimiento no dura siempre—. 
No supo lo que el hijo de los páramos del norte quería decir, pero entendió del modo en que algunas personas pueden, que él tenía sus propias aflicciones y que no paraba de combatirlas. Así, recuperó el orgullo de su posición y alzó la cabeza y la barbilla, aunque entre ambos esa frivolidad férrea no era más que una máscara que de quererlo, caería sola. Su melena al sol se teñía de claros y acogedores destellos, y sus iris grises en algo de sombra, tornáronse cálidos como un río tras el deshielo en la primavera.
—Os doy las gracias por todo, guerrero. Pero no conozco el nombre de mi salvador. El nombre que daré a mis padres y al que honrarán en mi tierra—sonrió la princesa, aunque él tampoco conocía el nombre por el que podía llamarla.
—Kerish—.
La joven entrecerró los ojos y frunció un poco la suave frente, boqueando despacio tras unos segundos hasta que articuló palabra, recordando la sangrienta diversión en los combates de espadachines de cuya violencia había disfrutado para su vergüenza desde niña, al lado de sus padres. No podía negar que la emoción y el crúor eran tan intoxicantes como espantosos, y que no se imaginaba el mundo de quienes, en las balconadas, se respirara su lucha por prevalecer y su muerte. Por fin, acudió a ella un destello del pasado, algo que no pasó inadvertido aunque fue una de muchas cosas en su vida.
—¿Kerish el gladiador?—.
—Kerish—dijo él tras unos segundos de silencio y pensarse la respuesta, en lo que era él para todos ahora y evitando un pasado que lo relacionara y en el que la muchacha, —Kerish el bárbaro—.
—Que las Furias y las Gracias del mundo te guarden hasta el día de nuestro reencuentro, Kerish el bárbaro—. 
A su vez, el guerrero salvaje le respondió como sabía que los sacerdotes hacían en su tierra.
—Que el Sol te guíe y proteja con su luz y los espíritus de los ríos no sequen tu camino a casa—.
Ella sonrió, e inclinándose, le dio un beso suave en los labios. 
—Elýsia—pronunció en queda voz sobre la boca de Kerish, y luego, partió altrote hasta que su figura se perdió en el bosque.

La Dama de la DestrucciónWhere stories live. Discover now