LXI ~Consecuencias impredecibles.

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La noche era tormentosa como algunas veces en las tierras de Solka, y dos figuras con mochilas de viaje habían partido hacía ya varios días por la tarde sobre sus caballos.
Con ese recuerdo de su visita, Gonrys se acariciaba la perilla rojiza anaranjada preguntándose dónde habrían llevado las corrientes del destino a este par de viajeros: un mago tan zalamero como talentoso y un bárbaro irritable y desequilibrado pero con el corazón de un niño.
Lon nunca juzgaba mal a la gente y el druida, en consecuencia, no era engañado con facilidad. Esos dos chiflados tenían lo que hacía falta para avanzar, o por lo menos resistir a las maldades y tribulaciones del mundo e imponerse cuando llegara el tiempo de ganarse su lugar.
Con un perol lleno de agua vaporosa delante en una mesita junto a una de las ventanas, Gonrys se deshizo de su atavío superior de pieles y telas para descubrir un torso ligeramente robusto, felino a un tiempo, con el núcleo de su abdomen recto formando una ligera curvatura que demostraba la costumbre de ejercer la fuerza y alimentarse al gusto.
Saludable y de brazos ágiles en los que se destacaban músculos al contraluz violento de los relámpagos, el druida destrenzaba su larga cabellera mirando hacia el hogar en el cual ardía fuego. Con ayuda de un paño algodonado, vertió algunas esencias en el recipiente acompañadas de pétalos de flores, dedicándose caricias higiénicas allí donde el olor se asentaba. Tenía el cuerpo de la edad correspondida a un mortal, pero en sus costillas de aspecto rasposo por el lado derecho, había marcas que parecían hechas hace dos vidas y que correspondían a salvajes fieras que lo atacaran en su juventud.
Un lobo blanco de lomo grisáceo se acercó a él dejando una pelota de juguete en el suelo, mirándolo con la cabeza torcida a un lado y la lengua colgando de un lado de sus terribles mandíbulas. Una especie de alargado y agudo gañido salió de entre aquellos dientes como si se tratase de una pregunta o sólo algo que ambos podían entender al modo que lo hicieran los animales.
—Sí, ya lo sé—contestó el druida vivía en una choza cercana al bosque de Solka, sonriendo a su compañero tras dedicarle una mirada al levantar el brazo derecho y pasarse el paño por una de las vellosas axilas, —Pero es por esto que lo comprendí todo mejor y que, aunque por accidente, puedo ser tu amigo y tú el mío—.
Lon se sentó con una pose hermosa, las patas delanteras estiradas, las traseras cada una a un lado dispuestas al impulso y la cabeza erguida con el orgullo que todas las bestias poseían en su gracia y a su modo cada una. Un lengüetazo sobre su propio hocico cerró un sonido que parecía una queja y terminaba en un quedo gruñido.
Durante la limpieza, ambos se sentían en calma a pesar de estar rodeados de la furia de la naturaleza. Al lobo no le gustaban para nada estos fenómenos y era sabido que en el reino natural poca o ninguna fiera era incapaz de no temer los truenos, por lo que buscando cobijo, el cánido fue avanzando agazapado muy suavemente, hasta que terminó bajo la misma mesa que soportaba el envase con agua caliente. Gonrys ya sabía que él estaba ahí y contuvo una risa entre dientes, buscando con la mirada una toga que hubiera dispuesto con anterioridad para secarse, y al no hallarla por más que mirara, parpadeó tras volver los ojos hacia el techo y dijo: —Looon, ¡vale ya!—.
En efecto, Lon asomó la cabeza por entre las patas de la mesa con la toalla sobre su cabezota, escondiéndole todo menos el morro.
—¡No puedes estar así siempre, amigo mío! Tarde o temprano, todos debemos afrontar nuestros temores—.
Con un gesto airado, le tomó la tela de una de las puntas para arrebatarla de su rostro peludo y el animal con la boca abierta jadeaba mirándolo fijamente, como si hubiera podido atravesar las fibras con sus ojos en todo momento.
—¡Ah, no puedo contigo, mamoncete!—le gruñó, frotándole la cabezota entre las orejas, con lo que Lon se sintió más animado.
El druida hizo por secarse el torso y las axilas buscando una túnica gris de mangas largas, vistiéndola tan pronto la viera perchada del pico de una de las estanterías del fondo de la sala, y entonces inclinó ligeramente la cabeza para lavarse el cabello. Estuvo un par de minutos revolviéndoselo en el recipiente entre que Lon, encogiéndose con las orejas hacia atrás escapaba del sonido de un trueno nuevamente y gateaba hasta un flanco de la chimenea. Pareciera ser que, pese a todo, hay cosas que son inevitables. Sucedía con las personas, ¿no iba a ser así con los animales?
Gonrys se lió la toalla en la cabeza tras escurrirse el pelo y la tormenta pareció calmarse perezosamente, o por lo menos, la lluvia y el viento frenaban su agresión contra la tierra y los seres vivos.
—No sé tú, Lon, pero nunca me aburro las noches de tormenta. Hay portentos que leer en ellas por medio de los sentidos, si uno sabe escuchar lo que le dice este mundo. Mi hermana me lo dijo cuando yo apenas era un niño, justo la tarde en que fui a probarme como iniciado entre los druidas. Como bien sabes, aquello terminó algo mal, porque cuando salió la luna esa misma noche también lo hizo el que me dio esta marca y ahí comenzó todo. Conocí a tu padre, y a su padre, y a su padre y a todos antes que él, y desde entonces los lobos y los hombres aquí hemos convivido pacíficamente en los bosques. Pero siempre hay otras fuerzas que ignoramos, fuerzas oscuras alimentadas por los misterios más peligrosos que acechan en las esquinas sombrías del mundo. Lo que dijo mi hermana sobre eso, es que si eres tocado por esas fuerzas, puedes rendirte a ellas o puedes luchar por salvar tu alma y aquellos a quienes quieres. Me gustaría pensar que muchas personas elegirían lo segundo—.
De nuevo, pensó en el mago y el guerrero, sabiendo que sobre ellos, como sobre cada ser, el sino actuaría cayendo sobre ambos. La marca, el Signo de los Tiempos, todo decía que se acercaba un cambio en el que de algún modo estarían implicados. ¿Cuál sería la conclusión? No podía saberlo. Nadie podía. ¿Y las consecuencias?
Cuando estuvo sentado sobre un cómodo sillón leyendo un libro, imaginando posibles finales para aquéllos dos aventureros de los que no había vuelto a oír hablar, dio con una página en la que se estudiaba el significado del texto por parte de los autores de tal volumen. 
"En antiguos tiempos, un sabio hombre dictó la profecía. Él lo vio todo, la destrucción, el fuego, el fin de todos los tiempos...".
No tuvo tiempo de continuar ni terminar de leer el párrafo completo, porque Lon se encogió gruñendo a la par mostraba los dientes en una mueca de fiereza y protección hacia su compañero humano.
Con un sobresalto, Gonrys se puso en pie dejando caer el libro a la vez que deshaciéndose de la toalla con gesto intenso. Las salvaguardas arcanas ocultas en las esquinas de su casa deberían haber saltado ante cualquier amenaza, ya fuera un monstruo, un atacante con obvia intención o un no-muerto, siendo que por tal razonamiento contuvo su mano en alcanzar una reliquia que reposaba, atenta y limpia, en la pared frente a él.
Relajando el gesto ante una aparición ante la puerta de su casa, permaneció atento a un espíritu druídico que le miraba en la penumbra apenas iluminada por unas velas en la mesa, el quedo resplandor de las llamas en el hogar y algún reflejo de luna que entraba por una ventana entre las nubes que se apartaban dejando a su paso los restos de un vendaval lluvioso. Si supo achacar una naturaleza druida al espectro, fue porque el cabello largo que flotaba y la túnica etérea que vestía se asemejaban mucho a los de alguien que ya conociera en el pasado, si bien de su forma completa no se apreciaba demasiado para un mortal corriente. Pero él sabía quién era cuando la aparición femenina le habló ya que tenía la misma voz que en vida.
—Gonrys—.
—Hermana, ¿eres tú?—.
—He venido a avisarte. Los dos muchachos que fueron a la búsqueda se enfrentan a un peligro mayor del que han corrido. Debes ir tras ellos y ayudarles. Aún puede evitarse una catástrofe—.
—Pero... ¡me necesitan aquí, en el pueblo!—.
La espectro druida le miró con una cálida sonrisa. Sabía que su hermano era reticente a abandonar a los Solkans, su gente, que escaseaban de protectores debido a los tiempos que corrían y a la guerra a la que los druidas se enfrentaron en los bosques hará unos ciento veinte años. Invasores al pillaje, profanadores, violadores y aborrecibles hijos de perra que ejecutaron en las ruinas de Eriann a casi todo el consejo. Fue cuando las hostiles criaturas que acechaban en los antiguos lugares y los humanos hicieron un pacto para la guerra contra sus enemigos. Los aniquilaron la llamada Noche de los Aullidos, destrozándolos con gran violencia, mas la mayoría de Hijos del Montículo Lunar desaparecieron de Solka habiendo entregado sus vidas en la batalla. Fueron enterrados en un túmulo secreto junto al que, a veces, se veía bestiales sombras aullando con pena y dolor por su recuerdo.
—Tranquilo hermano—dijo al fin la mujer espectral con tono entre la dicha y el consuelo, —Que nosotros los espíritus cuidaremos del pueblo. ¡Ahora ve, aprisa! ¡Encuentra al guerrero del cabello negro! ¡El destino de los dos jóvenes es salvar el Monasterio Blanco y has de ayudarles en su tarea!—.
Ella desapareció como llevada por un soplo de aire, y los rayos de la luna en la fría noche penetraron a través de los cristales reflejándose sobre la superficie del agua con pétalos de flor que restaba en el envase.
Gonrys Aalrix miró con determinación a Lon, su guardián y compañero, sabiendo lo que debía hacer. Que era su deber. Que al menos, un Hijo del Montículo Lunar protegería a los humanos y al mundo mientras le quedara sangre en las venas.
Dirigiéndose a uno de los baúles en un lado de la estancia, el druida lo abrió para, al poco, tomar una espada enfundada. Aprestándose a unirla a un talabarte tosco sorteado de ornadas placas de bronce verdoso, dirigía pues sus pasos a la habitación del fondo donde se encontraba la cama junto a otros enseres y se equipó con un escudo redondo que extrajo justo de debajo: era antiguo y de estilo indefinible, ahuecado hacia el centro y sorteado de nudos grabados en el metal para hacer juego con las guardas doradas de la espada que ciñó a su cintura.
Tirando de mango, Gonrys sintió la caricia en la parte inferior de su puño correspondiente al pomo. Éste tenía la cabeza y brazos de un hombre fraguados de manera icónica, así lo que parecieran las piernas con ese trenzado destacándose en ellas, daba lugar a la hoja.
—Lon, es hora de partir. Sacude ese pellejo tuyo de sobre la alfombra y abandona el calor del fuego. Esta noche, viajaremos bajo el frío cielo que nos ha dejado la tormenta—.
Con una mirada al druida, el lobo giró la cabeza ligeramente a la izquierda, sacando la lengua entre sus afilados colmillos engancho. La bestia se alzó sobre sus cuartos traseros, estirándose luego para desperezarse como si entendiera cuál era su cometido al oír al druida, cuya mano derecha extrajo de su emplazamiento la venerable lanza para formar su ajuar guerrero. Una mirada a su punta ancha, casi una espada corta, revelaba los huecos que se habían rellenado de plata pura formando runas. La madera crepitó, viva, despidiendo desde cada una de sus fibras un fulgor verdoso y tibio que dejaba una nimia estela al mover el astil.
Allí donde la aparición se desdibujase anteriormente, flotaban aún volutas luminosas que, como con propia voluntad, abrieron la puerta de la choza para guiarlos. Arrancando a correr, hombre y animal pusieron pies en camino al abandonar el hogar, el pueblo y las ruinas donde los espíritus de los druidas les contemplaban, dejando tras de sí las luces de las casas que se reflejaban mortecinas en los charcos de agua con barro creados por las lluvias.
Y cuando se encontraron ya en los bosques de las afueras, ambos aullaron como un solo lobo bajo la luna.

La Dama de la DestrucciónWhere stories live. Discover now