II ~ Lucha en los baños.

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Entre el vapor del agua caliente, el bárbaro aún jadeaba, apoyando la espalda con la pared. Estaba agotado. Resacoso. Sofocado. Ahogado de turbador placer. Además esa neblina caliente, el vapor de la gran piscina circular que se encontraba en el centro de la habitación, donde había asientos de mármol hermosos. En esto que fue a sentarse sobre uno, aquel sentido innato de supervivencia, esa especie de escalofrío en su nuca que siempre le indicaba que había peligro, le alertó.
Se quedó quieto, viendo cómo por una de las múltiples puertas de arcadas rectas aparecía un hombre vestido de negro. De todo lo que llevaba puesto, únicamente podían vérsele los ojos y las manos. A sus flancos, aparecieron unos cuatro tipos de oscuro más el de en frente. El bárbaro fue retrocediendo despacio hasta notar una sutil corriente en el aire, y se volvió hacia el hombre que aparecía por la entrada a los baños, también vestido de negro. Kerish echó una mirada hacia sus armas, el mayal grande, el pequeño y los dos cuchillos, que apartaba con un pie el primer tipo que había penetrado por la entrada a la terma. Le habría venido bien tener las finas espadas que arrebatara a los salteadores hacía tiempo, si no fuera porque las cambió por dinero, y realmente, no iban a resultarle útiles. Parecían todos las imágenes fantasmales de un mismo reflejo en varios espejos, seis hombres ataviados de la misma y exótica forma.
Aunque llevaban cimitarras a la espalda, ninguno echó mano a la empuñadura.
Cada cual adoptó una pose extraña, si no con las manos una más adelantada de la otra, con las piernas separadas y un puño cerrado, dando la mano izquierda ante ellos. El guerrero de las estepas medio sonrió, mirando en derredor, y alzó los dos puños uno a cada lado de la cara, bajando un poco luego el izquierdo. Uno de los hombres de oscuro amagó desde la izquierda del nómada ir a por él, el del frente le quiso flanquear por la derecha, y el que ya se encontraba allí se giró sobre sí mismo dando un salto hacia el bárbaro.
Kerish se giró a su vez echándose hacia atrás un trecho, y empotró a uno de los hombres de negro una patada lateral con la pierna derecha bajo el pecho, lanzándole un par de metros por el aire. Los otros tipos que querían rodearle le atacaron, primero el del frente con una patada alta de revés con la pierna izquierda, ante lo que el bárbaro se agachó retirándose un poco, sin perder la postura, y el guerrero a su izquierda vino a por él con dos puñetazos que encontraron tan sólo vacío. Kerish golpeó la rodilla derecha de su agresor con la planta del pie izquierdo. Tomando con los brazos por la pechera al guerrero oscuro, metiendo la cadera y notando cómo los puños del otro flagelaban el aire, derribó al hombre que le había cerrado el paso por la entrada a los baños, haciendo que diera con la cabeza en el suelo y golpeara por casualidad con las piernas en el torso al que trataba de boxearle el rostro anteriormente. Tres de los que se habían quedado atrás ahora avanzaban; el lobo acechado se encaró con el otro extraño, que saltaba girando hacia la derecha como un remolino y golpeó la cara del bárbaro en una mejilla con la pierna diestra, casi haciéndole caer al suelo.
Luchadores mejores se vieron tumbados por tal ataque, pero para éstos de ropa sombría, los Guerreros Inmortales, era la primera vez que conocían a un bárbaro entrenado en el arte del combate y curtido a su joven edad como gladiador. El enmascarado avanzó con una patada en el aire hacia él, pero Kerish rodó por el suelo esquivándole, y cuando el tipo que había derribado con aquella técnica se levantaba dolorido, el bárbaro lo usó de barrera así el otro que falló la patada chocó contra él, interrumpiendo su siguiente golpe. Ante lo cual, el héroe de Kirrsav alzó su pierna izquierda por encima de la espalda del hombre de negro que sujetaba y obligaba a agacharse, y la suela de su bota impactó en la boca del otro, que caía echándose las manos al rostro. El que estaba aturdido le lanzó un burdo puñetazo a las costillas que Kerish detuvo con el brazo izquierdo, anteponiendo el codo pues le golpeaban con la mano derecha. El atacante se dolió de sus dedos con un quedo gemido, y el bárbaro sonrió torvamente.
Pasados dos segundos, los otros tres ya estaban a su altura, el guerrero del norte cogió del occipucio a su enemigo con ambas manos y estrelló su rodilla derecha en su cara, haciéndole saltar hacia atrás por la fuerza del impacto. Uno de los guerreros voló hacia él con un puñetazo largo de diestra, y en tanto el bárbaro le desvió el ataque usando las dos manos, despejando el golpe, un hombre más brincaba hacia él desde detrás del otro con el mismo puñetazo en el aire, la mejilla izquierda del bárbaro enrojeció por el impacto, y Kerish se tambaleó rotando sobre su propia posición hacia la derecha, y trató de golpear de revés a su enemigo invisible, pero no pudo atraparle. Desde detrás, un pie le atacó la parte alta de la espalda y le desestabilizó. Aprovechando su aturdimiento, uno de los guerreros de negro cargó a por él y le dio un golpe con la palma de la mano derecha hacia la frente, haciéndole caer en el mismo instante.
Sin sentido, Kerish dio con la espalda en el suelo, jadeando, con el cabello ocultándole la mitad del rostro.
—No peleaba tan mal—susurró el hombre que estaba más cerca del bárbaro, retirándose.
—Chí. Ha chido muy fáchil—dijo uno de ellos, que respiraba tan agitado como el resto.
Cuando estaban tratando de levantarse los otros tres, doloridos, el bárbaro abrió los ojos. Rugió con furia y se apoyó con las manos a los lados de su cabeza alzando las piernas por un instante, y con el impulso de sus brazos y de su cuerpo sobre su centro de equilibrio, se puso en pie de un salto.
—¡Aún no hemos terminado!—gritó el guerrero indómito cuya mirada estaba llena de fuego.
Los hombres de negro le miraron, sorprendidos a juzgar por la forma en que abrían sus ojos oscuros, y uno de ellos fue a encontrarse con él, saltando con un puñetazo en el aire. Kerish se echó hacia la izquierda, anteponiendo los brazos para bloquear el de su atacante, y desde atrás, en menos de un parpadeo, otro puño le golpeó por encima de los ojos, apartándole.
El bárbaro volvió a quedar aturdido, pero se agachó, quizá sabiendo que una patada iba hacia su boca, y se arrojó como un tigre por su adversario.
Se le enganchó primero con las manos en los hombros, luego le rodeó bajo las axilas con las piernas, y le dio dos puñetazos con la mano derecha sobre la ceja izquierda, tirando con la otra mano del paño que se enroscaba a su cabeza y le cubría la parte inferior del rostro. Finalizó con él con un doble puñetazo usando ambas manos, clavando sus nudillos en los flancos de la testa cubierta de paño negro, entre las orejas y los ojos, y el guerrero misterioso se derrumbó. Los otros que estaban débiles, corrieron peor suerte.
Acosado pero aún con iniciativa, Kerish saltó contra uno con una rodilla, clavándosela en el pecho, y le hizo salir por una de las puertas de seda, rompiéndola con el sonido de un desgarre. El hombre de negro se levantó, y tomándole del brazo derecho, el bárbaro le ejecutó una técnica torciéndoselo por la muñeca con ambas manos, y lo obligó a girar en el aire y caer con un desplazamiento sobre sí mismo, dando de espaldas en el piso, así como el joven permanecía con la mano derecha a la altura de la frente, los dedos encogidos como si fueran las zarpas de un león, con la palma hacia afuera. La otra mano se había deslizado a lo largo de su pierna izquierda, en la misma postura que la otra, pero estirada. La pierna de apoyo, la diestra, había permanecido flexionada en todo momento.
Otro de los misteriosos atacantes, mientras los dos que se hallaban mejor corrían en su ayuda, saltó por el bárbaro moviendo sus manos en el aire como las zarpas de un tigre, cosa que realmente no parecía efectiva, pero si Kerish no se hubiera apartado hacia la derecha, quizá se habría quedado sin ojos.
De los que llegaban en su auxilio, uno saltó en pos del norteño alzando el brazo derecho, el mismo que empleó el bárbaro al desplazarse a tal flanco, y agacharse hacia delante, anteponiendo de súbito su antebrazo con la mano abierta. El golpe en la garganta del enemigo hizo que éste cayera desequilibrándose tras el choque y dio con la nuca en el mármol que pisaban. Para darle tiempo y que pudiera recuperarse, el de antes volvía a atacar con la técnica de las garras en un nuevo salto, y su contrincante occidental le volvía a esquivar por poco. Una vez con los pies en el suelo, el guerrero de negro se giró hacia Kerish, y éste huía de él. El hombre de negro le persiguió durante una corta carrera, seguido de otro que dudaba, y el Cymyr saltó contra una pared, se apoyó en ella con el pie derecho, y con el mismo impulso se giró en el aire hacia la diestra, golpeando a su enemigo en la cara. Aquél tipo cayó al suelo sin sentido, y el otro acertó sobre el muchacho una patada alta hacia su cabeza, pero el bárbaro respondió un despiadado pisotón con la pierna derecha tras la rodilla diestra de su agresor, una vez había detenido el golpe alzando el brazo más cercano.
El hombre se inclinó dolorido, y Kerish levantó la misma pierna con que le había roto la rodilla, estirándola recta hacia sí, y la dejó caer como un hacha contra el cuello del guerrero. No en vano, le habían enseñado esta técnica como "Hacha del Caos".
Una vez el asesino quedó en el suelo, inerte, los otros dos que restaban aún de pie cogieron sus cimitarras. Tenían parecido a un sable Kirrsavo, de no ser porque su curvatura era más notable, el mango era de madera y de forma elíptica, con un remate de latón en el pomo prominente, del mismo material que la guarda que se asemejaba a una "S" tumbada.
—¡No puede ser!—profirió uno de los dos hombres de negro, jadeando con incredulidad.
—¡Echtach perdido, bárbaro! ¡Ríndete o te mataremoch!—gritó el otro.
Kerish, viendo que llevaban acero en las manos, tomó las espadas de dos de los guerreros caídos en los baños y las giró haciendo molinetes, aspavientos que destellaban el brillo del metal gris, y se encorvó hacia delante con un gruñido.
—¡Antes que rendido, muerto con honor!—sentenció recordando una máxima de su gente, y lanzó tres tajos girándose sobre sí mismo, sediento de la sangre de sus contendientes. El gangoso apoyó las manos en el suelo y realizó una pirueta, apartándose de la trayectoria mortal del acero que empuñaba el bárbaro, y el otro, menos hábil con las cabriolas, era muy diestro deteniendo sus envites. Una vez se paró, el que había escapado por su diestra giró el arma con bravura en tal brazo, y con una palmadita oportuna con la mano izquierda en el plano de la hoja, dirigió una estocada rapidísima que otras veces había atravesado un corazón.
En esta ocasión, el bárbaro que tenía delante viró esquivando la estocada con un giro de pantera, y el otro que le iba a atacar desde atrás, casi fue ensartado por su compañero de delante, deteniéndose en su carrera con los brazos estirados hacia los lados.
—¡Cuidado!—gritó el guerrero de negro, y Kerish, que había antepuesto la hoja de la cimitarra en su zurda hacia abajo, asió el arma levantando la del misterioso hombre y atacó con el filo de la que había mantenido con la curva punta rozando el suelo, en un corte a la derecha.
Sorprendentemente, el hábil enmascarado se echó hacia atrás, doblándose por la espalda y la cintura, y dio una voltereta mortal, al mismo que la espada de Kerish en la diestra había continuado su trayectoria hacia el guerrero que estaba a su espalda, describiendo un arco que le rajó el torso por la zona alta, sin que la espada del sorprendido luchador de negro hubiera podido bajar contra el bárbaro.
Volviéndose hacia él, y viendo por su ojo del tigre que el guerrero de la acrobacia preparaba un mandoble desde lo alto, el muchacho se agachó sobre la rodilla derecha y con la espada izquierda en vertical y la otra en horizontal, formó una cruz de acero que bloqueó el terrible ataque.
Al ascender, clavó en el pectoral izquierdo de su antagonista la cimitarra de la diestra, al mismo que la siniestra se incrustó del mismo modo en la carne del guerrero con el rostro tapado.
Con un grito de dolor, se inclinó sangrante; Kerish echó un rugido desgarrado apoyando un pie en el pecho del extraño asesino y lo lanzó hacia atrás, encarándose luego contra el otro, con una cimitarra empuñada desde arriba y la que sostenía con la izquierda protegiendo la parte baja de su vientre.
La punta que amenazaba con el filo hacia arriba chorreaba sangre tanto como la otra, y el hombre de negro, el gangoso, no se amedrentó.
Saltó hacia Kerish con su cimitarra dibujando un "8" volcado y el bárbaro le detuvo el golpe bajando su arma, conocía ese ataque, y sabía que el "Corte de la mariposa" tenía un único punto débil: tras el segundo tajo, que dejaba el arma hacia arriba, el oponente exponía demasiado su pecho y el costado, pero remataba la maniobra poniéndose de perfil y arremetiendo con una estocada. A Kerish le salvó la vida el conocer esto, o de lo contrario no habría antepuesto hábilmente sus dos cimitarras y detenido un ataque que le habría ensartado por el torso. El asesino le miró sorprendido, y el bárbaro que le bloqueaba la hoja levantó la rodilla derecha y arremetió con furia, dándole una poderosa patada frontal en el pecho que le arrojó como si le hubiera golpeado una enorme ballesta.
Entonces el guerrero de las estepas intentó salir de allí echando a correr, pero los demás hombres, o al menos cuatro, se habían agrupado y rodeaban al bárbaro. El gangoso echó una risa loca, y fueron todos a una con las armas.
—¡Demachiado taaardeee!—.
Kerish rugió y sintió que su furia poseía su cuerpo, arrojó la espada en su derecha contra el guerrero gangoso, y éste antepuso la suya, deteniendo el arma que hubo volado con celeridad asesina hacia su pecho, pero acto seguido, su presa se había abalanzado sobre él embistiéndole con un brazo por delante, y le apartó, derribándole contra un banco. Una vez hubo roto el círculo, el norteño trató de escapar de allí. Sus adversarios eran formidables, y no sólo le superaban en pericia y entrenamiento, sino que además, eran endiabladamente ágiles y sus cimitarras buscaban incesantemente su ración de carne.
No le daban un respiro, pero si supiera a quién se estaba enfrentando y poniendo en aprietos, se lo contaría a los luchadores más reputados del mundo y ellos se morirían de envidia. El bárbaro saltó hacia uno de los bancos, poniendo ambos pies en el respaldo de mármol, y luego se impulsó con las piernas todo lo que sus músculos le permitieron, separándolas, y con la espada empuñada con ambas manos y el filo hacia delante. La mano derecha de Kerish, en esos microsegundos en que la cimitarra de un enemigo fallaba su tajo hacia la izquierda y no encontraba unas piernas que rajar, se echó a la parte trasera del cuello de la camisa negra de éste y tiró, usando todo el peso de su cuerpo, cayendo sobre una rodilla, pero con la otra dispuesta una vez el pie restó apoyado.
Fue sobre la misma, la izquierda, contra la que crujió el cuello del hombre de negro, por la parte en que se unía al cráneo. El Guerrero Inmortal soltó su arma, y permaneció quieto tras unos segundos, pero Kerish, que se proponía girarse hacia un enemigo que sentía a su espalda, no llegó ni a moverse. Sus ojos rotaron hacia arriba, y también soltó su arma, cayendo junto al otro como un fardo. Una mano delicada y suave se retiró de uno de los trapecios del bárbaro. La hermosa Meriem se acarició bajo el hombro izquierdo con la mano contraria, cruzándose de brazos.
De los seis, tres guerreros aún podían mantenerse de pie. Inclinaron la cabeza servilmente y uno de ellos apremió a la hermosa y misteriosa joven.
—Señora, debéis iros. Puede que la lucha haya alertado a los guardias del Zar—.
—No, si escogí este sitio para la prueba no fue en vano. Es la parte más alejada e insonorizada del palacio y dejé fuera de combate a los guardianes, que despertarán creyendo que estaban demasiado cansados. ¿Cuál es el balance?—inquirió Meriem, con las manos ahora sobre sus seductoras caderas.
—Jarfán murió, tiene el cuello roto de una patada. Khardám tuvo un golpe en la nuca y está grave. Muhammad...—dijo el hombre, inclinándose sobre el que yacía junto a Kerish, palpándole el cuello en busca de pulso, —Ha muerto. Alí está herido, pero Achor y yo aún estamos en buenas condiciones—.
Meriem tomó un objeto de entre las joyas que llevaba, una especie de cuchara plana de oro con una gema semiesférica y pulida de color rojo, que se puso en la frente. Se concentró, mientras los otros guardaban silencio y ayudaban a su compañero herido. Luego, habló sola.
—Ha vencido a tres soldados del Ejército Inmortal. Es decir, los ha matado sin armas, aun cansado por una noche de placer, con el licor de ayer perturbando hoy sus sentidos. Y tras un esfuerzo... al límite de su capacidad masculina, y con el cuerpo recalentado por el vapor de estos baños, no hemos podido derrotarle. Ha hecho falta que interviniera yo y por la espalda, usando mis habilidades. Sí, está aquí, en el suelo—asintió Meriem.
Puso el objeto que tenía, sin separarlo mucho de su frente, hacia el joven que descansaba a sus pies, dormido.
—Tiene la marca. Pues porque lo sé, se la he visto. No hemos podido equivocarnos. Como tú digas, hermana. No te preocupes, averiguaré el momento del Encuentro antes de que nos volvamos a ver. ¿Qué? ¿Van a enviar a Delilah? ¡No, yo sola puedo con esto, y tenemos sus datos de combate! ¡Te he demostrado que valgo para el puesto! ...Está bien. Seguiré con mi misión. Saludos a la Gran Señora—.
Meriem resopló visiblemente alterada, y el velo en su rostro flotó unos segundos.
—Recogedlos y hagamos lo que vinimos a hacer. Ya tenemos lo que queríamos—.
—¡Pero mi cheñora! ¡Chi ahora podemoch matarlo!—.
—¡Sigue mis órdenes, gusano!—le reprendió ella, y el mal humor de la joven de cabellos dorados y vestida con etéreas sedas rosas hizo que el guerrero gangoso recogiera con apremio a uno de sus camaradas caídos.
Temían a su superior, y el hecho de que aquél guerrero extranjero fuera tan hábil y hubiera matado a tres de sus compañeros significaba algo. Algo muy peligroso.
Aunque, realmente, no se hacían preguntas. Sólo estaban en Kirrsav para servir y matar, y la orden que les había dado la Gran Señora desde luego, fue "intentad matarle". Meriem era una intermediaria más que valiosa, y por ello estaba al mando. Achor el gangoso echó un vistazo, una última mirada hacia la puerta de los baños.
Dejaron a Kerish allí, tirado sobre el mármol.

La Dama de la DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora