Diecisiete

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No supo cuánto tiempo estuvo observando a los chicos jugar, pero sin duda fue insuficiente. El entrenador, un hombre bastante mayor pero de cuerpo rudo y no dejaba de dar órdenes. Lo miró con cierta envidia, mientras recogía la mochila de las gradas, y, cuando todos se habían ido la noche ya había llegado, Emilio siguió allí con los ojos fijos en las briznas de hierba. 

Solo cuando el móvil comenzó a vibrar en el interior del bolsillo, reaccionó y apartó la mirada del suelo. Descolgó la llamada. 

—¿Qué quieres? —masculló. 

—Vaya, bonito recibimiento. 

—Me agarras en un mal momento. 

—Siempre es un mal momento. No contestas mis llamadas, Emilio. Y me prometiste que me ayudarías.  

—Ya no puedo ayudarte, Ángel. 

—¿Por qué? 

—Todo ha cambiado. No quiero lo que tenía en San Francisco. Y sé que te sientes perdido, de verdad que lo sé, y nadie te entiende mejor que yo, pero necesitas encontrar el modo de ser feliz. 

—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Emilio? 

—Estoy... Creo que estoy intentando encontrarme. O algo así, joder. ¿No es eso de lo que se trata todo? 

—Tenías razón cuando decías que te pillaba en un mal momento. Te llamaré cuando hayas dormido o se te hayan pasado los efectos de lo que sea que te has tomado. Pásalo bien. 

—¡Ángel! —Miró el teléfono. Había colgado. Volvió a llamar, pero estaba apagado—. Mierda. 





Algo cambió entre ellos. Joaquín seguía regalándole una sonrisa cada mañana con su habitual buen humor. Pero sabia que él había retrocedido unos cuantos pasos. Cuando le hablaba, ya no lo hacía de un modo tan espontáneo como antes, sino que pensaba bien qué iba a decir y qué palabras utilizar para hacerlo. 

Y a Emilio le jodía aquello. 

Mucho. 

Más de lo esperado. 

Era sábado por la noche. Emilio acababa de llegar al club después de estar un rato en la cafetería de la plaza intentando comunicarse con Ángel (quien no contesto). Diego y Jason habían vuelto a preguntarle cuándo pensaba regresar. En realidad, hasta él mismo era consciente de que su visita se estaba alargando más de lo previsto. Llevaba exactamente un mes en aquel pueblo. Y se le había pasado volando. Mientras los días en San Francisco parecían eternos. De hecho, se había sorprendido al mirar el calendario. 

Ese día se celebraba un cumpleaños y le habían pedido a Joaquín si podía acudir como refuerzo. Javier se sentó en el taburete libre que había a su lado. 

—Mi padre me ha dicho que un tipo raro se quedó el otro día de pie frente a la valla mirando todo el entrenamiento. Por tercera vez consecutiva. No te ofendas, pero empieza a resultar algo extraño...

—Pasaba por allí. 

Emilio se encogió de hombros. 

—Ahora en serio. Necesita que alguien lo ayude con el equipo. De hecho, está pensando en retirarse. Tú estás libre. Podrías ocupar el puesto hasta que encontrásemos un sustituto. 

—¿Me estas jodiendo? No pienso perder el tiempo. Me iré de aquí dentro de nada.

Joaquín levantó la vista tras la barra y le sostuvo la mirada durante unos segundos, antes de volver a centrarla en el vaso que estaba secando con un trapo. 

Para Quedarme- Emiliaco (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora