Treinta y cuatro

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—Mañana no abrimos —anunció Emilio. 

—No podemos hacer eso. Hoy ya llegamos tarde. 

Joaquín se dio la vuelta en la cama y miró la hora que marcaba el reloj que había sobre la mesita. Eran las siete. La noche anterior se habían dormido de madrugada entre risas, besos y un montón de tonterías que se susurraron al oído (desde: «Quiero vivir dentro de ti ...», pasando por: «¿que posibilidad hay que los mosquitos infectar a toda la raza humana de un virus mortal hasta su extinción? »).  

—Es que es festivo. Todos los comercios lo hacen. 

No podemos permitirnos ser como todos los comercios. 

—Ahora sí. Tengo grandes planes para la pastelería. —Lo retuvo cuando intentó levantarse y lo tumbó de nuevo en la cama—. ¿Adónde crees que vas, gatito? No pienso dejar que te escapes. 

—Emilio ... —había una leve advertencia en el tono de su voz, pero al final terminó que las puntas de sus dedos se colasen bajo la goma de la ropa interior y tirasen con suavidad hacia abajo—. ¿Cómo puedes seguir teniendo ganas? —Bromeó, aunque se estaba derritiendo por sus caricias. 

—Siempre tendré ganas de ti. 

—Eres muy cursi. 

—Me haces ser cursi. —Sonrió divertido. Todas sus dudas se encuentran esfumado bucear la noche anterior en aquellos ojos que tanto lo perdían —También, me haces ser mejor persona O que cuando te miro tengo la sensación de que nos conocemos desde hace un millón de años, que tuvimos que estar juntos en otra vida o algo así.

—Es bonito pensarlo, como en una realidad paralela, ¿no? Quizás en esa otra vida tú eras ..., hum, arqueólogo y yo medico y nos conocimos en un hospital cuando viniste sangrando porque una roca milenaria se te había caído en la cabeza. 

—¿Tengo pinta de arqueólogo? —Preguntó riendo. 

—Tienes pinta de ser lo que tú quieras. Lo sabes, ¿verdad? 

Él tragó saliva, nervioso sin saber por qué, y lo abrazo con fuerza. Hundió el rostro en su cuello y respiró contra su piel. Joaquín se apartó con suavidad cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. 

—Es Linda. Habrá pasado por la pastelería y le extrañaría verla cerrada— dijo antes de descolgar la llamada y levantarse de la cama. 

Emilio se quedó allí, tumbado, con la cabeza recostada sobre los brazos cruzados, observando a Joaquín mientras se vestía con torpeza y hablaba con Linda. 

De pronto dejó de hablar. 

Silencio. 

Y Emilio supo por qué. 

Se incorporó con el corazón desbocado. 

—Joaquín, espera, no es lo que piensas. 

Dejó caer el brazo, inerte, tras colgar la llamada, y rápidamente se movió hasta el armario para abrirlo. Estaba vacío. Era imposible no advertir el hueco enorme que el día anterior había estado ocupado por la maleta y la ropa de Emilio. 

Sintió la acidez trepando por la garganta y se le encogió el estómago. Se sujetó a la puerta de madera del armario, incapaz de dejar de observar esa ausencia. Ni siquiera pudo moverse cuando los brazos de Emilio lo rodearon por detrás y su aliento le hizo cosquillas en el cuello. 

—No es lo que parece. De verdad que no. 

A él le costó hablar.

—¿Cuándo ...? —Preguntó dándose la vuelta. 

Para Quedarme- Emiliaco (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora