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Gustabo daba vueltas por la sala como un león enjaulado, intentaba no caer preso del pánico porque así no podría ayudar a Horacio en lo absoluto. Se maldijo a sí mismo por no haber escuchado a su hermano y no quedarse en casa a cuidarle desde que le dijo que no se sintió bien.

El rubio había conseguido trabajo al día siguiente del accidente. Luego de que Horacio llegara a casa y observará que estaba completo y en buen estado con sus propios ojos, se aventuró el solo a las calles en busca de trabajo. Agradecido estuvo cuando conoció a cierto mexicano que no dudo en brindarle apoyo; debe admitir que en un principio desconfío mucho de aquel hombre moreno de coleta, más aún cuando notó en aquellos ojos oscuros las mismas pequeñas chispitas color rojo al igual que los dos agentes policiales que lo ayudaron anteriormente.

- Si buscas trabajo, estás con la persona correcta, wey. - Exclamó el de coleta, palmeando ligeramente el hombro de aquel curioso rubio.

Cuando abandonó el taller por orden de su jefe esa mañana, definitivamente no esperaba conocer a tan particular hombre. Ambos coincidieron cerca de comisaría y el escucharlo murmurar palabras poco amistosas para con los policías sólo lograron robar su atención.

El rubio se encontraba camuflado entre los basureros que hacían plantón frente a comisaría. Como si de un diablito se tratara, caminaba entre ellos murmurando algunas cosas, logrando enfurecer a estos y que alzaran la voz en un nuevo grito.

Emilio no pudo evitar carcajearse ante esa escena, más aún cuando lo escuchó gritar: "Venga, supervergardiente, deje de enviar sus perros y de la cara". Que el cabrón tenía huevos, pero si no lo sacaba de ahí terminaría por comerse un par de horas en la cárcel.

Pero lo que no sabía es que Gustabo era de todo menos tonto, cuando notó jaleo dentro de comisaría, sin llamar mucho la atención, se fue alejando hasta desaparecer. Incluso el mexicano estuvo cerca de perderlo hasta que logró dar con su rubia cabellera a nada de voltear la calle.

Así fue como Emilio siguió a aquel tipo y después de intercambiar algunas palabras, optó por ofrecerle trabajo. Que sí, notó la desconfianza por parte de este, pero al escuchar que el y su hermano recién llegado, no pudo evitar sentir un poco de empatía y extenderle aquella propuesta incluso a Horacio.

- No es nada ilegal. - Continuó, Emilio. "Bueno, no lo que ustedes harán" pensó. - Es un bar, de 6 de la tarde hasta la hora de cierre, un día de descanso que no sea fin de semana y la paga es buena, wey.

Gustabo continuó mirándole con desconfianza y es que como hacerlo si después de lo que sucedió con su hermano, se sintió un poco paranoico. Fue peor cuando noto que, al igual que los policías que conoció, el mexicano poseía unos ojos oscuros y unas cuantas chispitas rojas decorando sus iris; pero dada la situación en la que se encontraban, no tenía otra opción.

- Está bien, dime cuando empezaríamos y estaremos ahí. - Mantuvo ambos brazos cruzados e intentó sonreír, pero sabía que su desconfianza era palpable para el contrario.

- Este es mi número, los espero el día de hoy para que empiecen a trabajar. - Emilio extendió su diestra hasta Gustabo a fin de cerrar aquel acuerdo con un apretón y que tomara su tarjeta, sonriendo divertido. - Con camisa y bien elegantes, cabrón. Sean puntuales.

Así fue como los hermanos se encontraron el mismo día frente a aquel elegante bar pero con un nombre que no era para nada adecuado para como se veía.

- Ahora sí que estamos en "La chingada", Gustabo. - Exclamó Horacio, rompiendo a reír a la par de su hermano.

Cuando Gustabo llegó con aquella buena noticia no se lo podía creer. Tenía algunas dudas porque aquel hombre era un completo desconocido para ambos, además de ello no supo si sería aceptado dado los golpes y lo inflamado que aún estaba su labio; sin embargo, no podían perder esa oportunidad. Un poco de maquillaje y Horacio estaba como nuevo, el moretón camuflado y sus ojos verdes resaltando gracias al delineado en sus párpados.

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora