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Gente de mierda, denuncias de mierda. Jack Conway estaba hasta la polla de que todos los días, comisaria estuviera lleno de gilipollas quejándose por cada mínima cosa, incluso los que cometían algún crimen tenían el descaro de presentarse ahí y denunciar a otros, menudos hijos de puta.

Muchas veces se cuestionaba por qué seguía esmerado en proteger a todos esos malagradecidos pero al final, cuando se tranquilizaba, recordaba que era algo innato en él intentar proteger a todos. Y que sí, le exasperaba muchas veces, pero su trabajo le gustaba.

Había sido llamado por el agente Diego cuando la cantidad de personas había sido exorbitante, por lo mismo se encontraba ahora en medio del lugar, vociferando.

- Voy a tomar yo las denuncias hoy, gilipollas. - Advirtió, notando pronto la presencia de sus comisarios, flaqueándolo. - Si alguno viene con la intención de hacer el capullo, haciéndome perder mi valioso tiempo, voy a meterles la puta porra por el culo y se comerá una multa como su puta madre me la comió ayer.

A Volkov le inquietaba muchas veces el mal hablar de su jefe, pero en situaciones como esas, si no fuera por lo acostumbrado que estaba a ocultar sus emociones, se hubiera reído como sus compañeros, que luchaban por guardar la compostura. Es así como comisaria empezó a vaciarse de forma rápida, ninguno siendo tan tonto como para arriesgarse a soportar la ira del vampiro pelinegro.

En su mente, desde que inició el día, sólo se encontraba Horacio. Hoy era el día que se encontrarían con la mafia y no estaban seguros de lo que iba a pasar, aún no habían recibido noticias del dúo dinámico. Intentaba mantenerse tranquilo y centrado, pero no estaba funcionando en absoluto.

Estaba por regresar a su despacho a por unos papeles que le solicitó Greco, cuando se desató el caos. La primera explosión fue tan cerca de la entrada, que la estructura se estremeció sobre sus cimientos, haciendo trastabillar a más de uno. El humo y escombros impedían observar todo con claridad y al tener más de un humano presente, muchos de los oficiales no fueron capaces de desplazarse a gusto.

La explosión lo había dejado descolocado, el intenso pitido en sus oídos le impedía concentrarse en los más mínimo. Observaba a Greco frente a él, diciéndole algo pero sin lograr escucharle. Al tener un oído más desarrollado, estando tan cerca de la explosión, logró atontarle al punto de perder minutos valiosos hasta recuperar el sentido.

- ¡Volkov! - Gritó el comisario de barba, palmeando un par de veces su rostro. - ¡Espabila, coño! Conway nos necesita.

El ruso observó el lugar y cuando dejó de sentir que el piso se movía bajo sus pies, siguió a su compañero en búsqueda de su jefe. Lo encontraron intentando calmar a los civiles y resguardarlos en los vestuarios de comisaría para que no sufrieran mayores daños, no era muy seguro que abandonaran comisaría sin que el equipo antibombas apareciera.

Al ver el pánico en los civiles, sólo necesito una mirada de su jefe para entender lo que tenía que hacer. Se apresuró a quedar en medio de la recepción, al tiempo que sus ojos se tornaban totalmente rojos.

- Todos los humanos, prestadme atención. - Su voz fuerte y clara se escucho sobre los gritos fuera del lugar, captando la atención de todos los presentes; sin embargo, esta solo afectaría a los civiles que no fueran de su misma especie. - Resguardarse en los vestuarios, tienen prohibido abandonar el lugar hasta que algún oficial de alto rango les de permiso de salir.

Para los vampiros más jóvenes, ver aquella pequeña demostración de poder fue bastante sorpresivo. Muchos habían escuchado del don que poseía el ruso, don que lo hacía letal y un gran activo policial, pero no todos habían tenido el agrado de verle en acción hasta ese momento. Los humanos no tardaron en obedecer, quedando en el lugar solo los de su especie.

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora