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Horacio y Gustabo intentaban mantenerse impasibles, pero para el primero era bastante difícil ante la actitud de su hermano para con los oficiales que tenía frente a él. Le divertía en demasía lo fácil que había sido para el más bajo impacientar a los vampiros de tal forma que tanto Conway como Greco, He perdido un poco de deseo en la mirada que le regalaban al rubio. 

Ambos mantenían sus rostros cubiertos con pasamontañas, el mayor de un color rosa y el de Horacio de un azul igual que su cresta; porque sí, si iban a hacer algo, no podía dejar de lado el glamour. El de cresta agradecía que el ruso no estaba presente, eso facilba mucho las cosas y no se veía en la necesidad de estar a la defensiva. Horas antes de iniciar el atraco, Gustabo se había comunicado con el superintendente y le había avisado de sus sospechas, sorprendiendo a ambos como este había aceptado sin hacer más preguntas, presentándose en el badulaque al código 3. 

Gustabo no recordó la última vez que se sintió así de bien, observaba a su hermano ansioso y con aquella emoción que siempre lo caracterizó, esa diversión algo oscura que ambos compartían. Desde que inició negociaciones, ambos habían mostrado esa química que compartían, esa familiaridad para bromear y entenderse sin necesidad de palabras, todo como si la pelea anterior no hubiera existido. El rubio estaba más que bien con eso, en los últimos días su relación con el peliazul se había deteriorado de tal forma que incluso Pogo había salido y cuando el aparecía solo anunciaba el comienzo de la tormenta. 

- ¿Quién va a negociar? - Cuestionó Greco, cruzando ambos brazos sobre su pecho. 

Para ambos oficiales fue fácil identificar a los hermanos pues no solo los delataba la estatura, sino también el aroma de su sangre. La del menor era tan dulce que a ambos les recordaba a las nubes de azúcar en las ferias, por el contrario, el rubio poseía un aroma embriagador para ambos vampiros; su sangre tenía un cierto toque amargo que a ambos hacía salivar antela idea de probarla, pero ojalá y solo fuera su sangre lo que los atrajera. 

- Aquí, guapo. -Respondió un burlón Gustabo, divertido por la expresión de indiferencia que ambos policías se esforzaban en mantener: sin embargo, conocía bien sus sentimientos para con él.- Hagamos esto rápido, barbas. Primer rehén, 1 segundo. 

- Primero quiero ver los rehenes aquí delante, esa es mi primera condición. -La voz gruesa del superintendente los interrumpió, ganándose la atención. 

- Debo avisarle que uno de ellos tuvo un pequeño golpe de calor. -Dejó caer el rubio, como si fuera cosita e nada, riendo internamente ante el ceño fruncido por parte del más alto. 

- ¿Un golpe de calor o el golpe se lo haz dado tú? -Cuestionó el pelinegro con sarcasmo. 

- No no no no. Supongo que los nervios, el calor. 

Mientras Gustabo se mantenía conversando con los oficiales, él menor se encargaba de llevar a los rehenes hasta la parte delantera para que el super se cerciorara de que se encontraran en perfecto estado, ayudando incluso al que se golpeó por andar de toca huevos.

- Ahora sí, viejo. Primer rehén, un segundo. -Repitió el rubio, centrando sus ojos azules en la oscura y penetrante mirada del mayor. 

- Vale, sacas el primer rehén y seguimos negociando. 

Con un movimiento de cabeza, Gustabo indicó al menor que tomara uno de los rehenes y liberarlo. 

-Segundo rehén, fuera obstáculos. -Continuó el mayor de los hermanos, observando atento como el hombre abandonaba el lugar y rápidamente era auxiliado por un oficial, alejándolo del lugar. 

- Claro, fuera obstáculos aquí. -Concordó el superintendente.

- No, solo aquí no. -Interrumpió Horacio, regresando a su lugar junto a Gustabo.- Ni aquí, ni allá, ni en su casa. Queremos huida limpia, corbatitas. 

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora