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El que su hermano desapareciera tenía a Horacio con los nervios a flor de piel, es por eso que se encontró dando vueltas por toda la sala en espera del superintendente y todo bajo la atenta mirada de Volkov, quien no sabía que hacer o decir para calmarle . El humano lo agradecía, porque sinceramente no había nada que logrará calmarlo; a menos, claro, que trajeraA de regreso a su rubio hermano.

Decir que las cosas entre ambos se solucionaron era una mentira total, al menos para él lo era. Sus sentir no había cambiado y, aunque el resentimiento no era dirigido a Gustabo, por su mente aún rondaba la idea que mientras se mantuvieran juntos, a su lado siempre sería visto como el tontito. Además de ello, la gente de la mafia logró caerle en gracia, se sintió más cómodo con ellos que en comisaría la mayoría de las veces, pero era algo que prefería mantener para él, no confiando ni en el mayor para expresar tan oscuro sentir .

Luego estaban las cosas con Volkov. El vampiro le atraía, pero estaba comprometido y estaba convencido que la atracción por parte del ruso era sólo por el aroma de su sangre, nadie le haría quitarse eso de la cabeza. Además de ello estaba Emilio, alguien que con sólo pensarle daba calidez a su corazón. El mexicano era alguien con quien resultaba fácil sentirse cómodo, disfrutando de la forma en que lo hacía sentirse necesitado y querido; eso era lo más sorpresivo de aquella relación, la forma en que el mafioso cambiaba al estar con el humano. Pero para Horacio, eso lo hacía sentir bien y culpable a partes iguales; culpable porque por más que lo intentara, el mexicano no provocaba ni la mitad de sensaciones que el comisario en él.

El insistente golpeteo en la puerta lo alertó pero, para su sorpresa, Volkov ya estaba ahí. Jack Conway se abrió paso en el departamento del ruso, con la mirada teñida de tristeza y preocupación, por primera vez sin tener idea de que hacer y esperando indicaciones por parte del humano que le dedicaba una mirada asesina. El superintendente lo entendía, no habían pasado ni dos días y el rubio se desapareció en sus narices, menuda forma de cuidar a alguien. Se sintió tan culpable y mortificado, en poco tiempo aquel hombre de personalidad picante había logrado calar muy hondo en sus huesitos y la sola idea de que estuviera en riesgo, lo hacía perder el control.

- Estuve pensando. - Comenzó el peliazul, no tomándose la molestia ni para saludar al recién llegado, pues este tampoco lo hizo. - No conocemos ninguna sede de la mafia, así que el único lugar al que podría ir es el taller. Si vamos ahí y no lo encontramos, tendremos que separarnos a las zonas que les indique.

- Necesito respuestas, capullo. - Gruñó Conway, ganándose una mirada de advertencia por parte del ruso ante el tono utilizado al dirigirse al menor.

- ¿Cómo? - Cuestionó el menor, incrédulo. - Usted sale con mi hermano, ¿no debería saberlo ya? Menuda mierda de dios que es.

Sí, definitivamente Horacio había perdido parte del respeto por el hombre más temido de Los Santos. Desde el día que vio aquella mirada incrédula y no recibió ningún tipo de aliento o afecto, todo respeto que podría haber adquirido por el vampiro pelinegro, se fue a la mierda. Además, si le sumamos los comentarios emitidos por parte de los mecánicos, era normal que tuviera una visión diferente del mayor y su forma de llevar las cosas. Pero ni lo uno ni lo otro fueron la razón que le llevo a ser mordaz con él esa noche, esta fue simplemente por no cuidar a Gustabo.

- Dijo que lo cuidaría, nos separó diciendo que con usted estaría mejor y me obligó a venir con Volkov. - Su tono se endureció y la mirada que le dedico al pelinegro era más gélida que el corazón del ruso. - Se escapó en sus narices, Conway. Si algo le pasa a Gustabo, le voy a mostrar cuán blandito puedo ser.

Sin esperar respuesta de ninguno, salió a paso rápido, internándose en el ascensor con rapidez, rogando a los dioses por realizar el viaje en este solo; sin embargo, nuevamente la vida le daba exactamente lo contrario.

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora