«La Verdad Que No Ven»

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Desde que el ser humano decidió echar la cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo.

Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible.

Pero no por ello se rindieron ante la incertidumbre e intentaron hallar una explicación, para ellos razonable. Los más curiosos e insistentes se dieron el título de «Astrónomos», siendo estos quienes trazaron hipótesis, elaboraron teorías e imaginaron historias que ni siquiera rozaron la realidad. La verdad sigue oculta a sus ojos. Y no es extraño que así suceda, dado que, como suele decir el profesor Isaac Osamayor, «La ignorancia de los terrícolas es tan grande, que a pesar del tiempo avanzar más rápidamente en la Tierra que en nuestro mundo, no lograron alcanzar aún nuestra sapiencia, nuestra gran cultura, nuestra organización».

Muchos siglos terrícolas atrás, intrépidos y aguerridos exploradores astrolianos —los Terranautas—, arriesgaron sus vidas en pos del avance en el estudio de estos seres tan inferiores pero interesantes al mismo tiempo, los seres humanos.

Durante los primeros viajes a la Tierra no se registraron más que enormes monstruos —verdes en su mayoría— de enormes dientes, piel escamosa y en algunos casos de brazos pequeños, que amenazaron, derrotaron y deglutieron a un sinnúmero de exploradores, enfureciendo al rey —por ese entonces Cráter Saros— que en represalia decidió ponerles un fin definitivo, enviándoles un gigantesco meteorito, el más grande de su colección.

Cráter no era un rey demasiado piadoso o paciente, ni siquiera con sus propios súbditos, cosa que les sirvió de lección a sus descendientes.

La siguiente expedición confirmó el éxito del meteorito. Ni un solo lagarto gigante había logrado sobrevivir al impacto o a los cambios en el planeta que sin querer provocó el rey con su reacción colérica e impetuosa.

Pasaron muchos años y el rey Cráter fue sucedido por su hijo mayor, Cometa Saros; «...el primero de los dos únicos reyes que en toda la historia astroliana hayan liderado ellos mismos una expedición».

El intrépido rey Cometa y sus exploradores no encontraron demasiado. La Tierra se transformó en un lugar inhóspito y aparentemente desprovisto de vida. Lo que desconocían los astrolianos en ese entonces, era que la vida se gestaba en lo profundo de los océanos. El agua era algo totalmente desconocido para ellos, y muchos terranautas perecieron al acercarse a ella.

Al pensar equivocadamente que la vida no regresaría a la Tierra, los astrolianos se olvidaron de ella por un buen tiempo, hasta que el bisabuelo de Eclipse, Centaurus Saros, decidió retomar las exploraciones, aún en contra de las recomendaciones de su consejo real.

Al hacerlo, descubrieron que un ser bastante parecido a ellos, aunque mucho más primitivo y macizo, sin idioma ordenado y de escasos modales; se guarecía en cavernas y mostraba interés por el arte rupestre.

Con la idea de tomar contacto, de a poco, con aquellas criaturas, uno de los exploradores arrojó un pequeño meteorito incandescente cerca de la cueva. El pobre tuvo tan mala suerte, que unos troncos secos que se encontraban cerca comenzaron a arder y las criaturas, primero asustadas pero luego decididas, danzaron frente al fuego y tras quemarse reiteradas veces le hallaron una utilidad: calentarse y sobrevivir así mejor al frío del invierno.

Quién podría imaginar que aquellos seres podrían tener una idea, pero la tuvieron. Sin embargo, los exploradores optaron por no tentar a la suerte y alejarse del planeta antes de que fueran descubiertos y se les ocurriera agregarlos a la fogata y convertirlos en su cena.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Where stories live. Discover now