«No Volveré»

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Ya que el tiempo corría diferente en la Tierra que en el reino de Saros, en el palacio no habían pasado más que unos cuantos minutos desde que los fugitivos lo habían dejado atrás.

Si bien en un principio pensó en ocultárselo, la reina decidió que debía comunicarle al rey, que se encontraba un poco inquieto, sobre las notas que Luna y Télesco habían dejado, excusándose por no haber anunciado apropiadamente su partida.

A diferencia de su esposa, el Rey no se sintió conforme con aquello. Presentía que algo andaba mal desde que los enfermos volvieron a sus hogares, pero se sentía demasiado cansado y débil como para hacer algo al respecto. Sin embargo, no pudo desentenderse de su presentimiento, por lo que mandó llamar de inmediato a Cetus que en cuanto supo que Febo lo llamaba, se abrazó a sí mismo imaginándose desterrado o peor aún, apagado a la fuerza, por órdenes del Rey.

—Llama a mi hijo —dijo Febo, con seriedad. El encontrarse debilitado no le quitaba imponencia, y Cetus tembló al escuchar su voz grave y áspera, filosa como una navaja.

—El príncipe no quiere ver a nadie, su majes...—Cetus respondió débilmente, temblando como un niño que hizo una travesura y fue descubierto por su padre.

—¡He dicho que lo llames!

El bramido del El rey, que se encontraba en la puerta de sus aposentos, retumbó en todo el palacio. Incluso golpeó el marco de la puerta con furia, sosteniéndose luego del mismo para no caer. Al escucharlo, la reina subió corriendo las escaleras. Tomó al rey del brazo e intentó calmarlo, temiendo que tuviese una recaída.

Lyra era la última esperanza de Cetus, que rogaba lo salvase de la ira del rey. Creía que aún era demasiado joven para morir quemado en una hoguera en el sol, pero la reina no logró apaciguar a su esposo.

—Ya que te atreves a desobedecerme, iré yo mismo —dijo Febo, lanzando una mirada amenazante al sirviente, escondido detrás de la reina.

Moviendo a un lado las delicadas manos de Lyra, que intentaban retenerlo en vano, el rey caminó furioso y determinado hacia la habitación de Eclipse. Parecía que la ira le hubiera inyectado una súbita dosis de energía, ya que sus pasos eran firmes y su larga bata roja flameaba tras de sí como la cola de un cometa. La reina corrió detrás de él junto a Cetus, que agradecía el encontrarse solo en el universo y no tener familia ni nadie que fuera a extrañarlo o sufrir cuando se despidiera de ese mundo.

Febo golpeó con fuerza la puerta del cuarto unas tres veces, llamando a su hijo, pero sólo obtuvo silencio como respuesta.

—¡Eclipse! ¡Abre de inmediato la puerta! —bramó agitado el rey.

Como nada pasaba, el rey estiró la mano hacia la reina, que trataba en vano de calmarlo.

—La llave —dijo Febo con sequedad.

La reina sacó de un pliegue de su vestido una pequeña piedra, que al tomarla entre sus dedos se alargó formando una especie de llave terrícola. Entonces el rey Febo colocó la llave en un orificio que apareció en la puerta al apoyarla en ella, abriéndola finalmente.

Con espanto, los padres del príncipe descubrieron lo que Cetus ya sabía: La habitación de Eclipse se encontraba vacía.

—¡Dónde está mi hijo! —exclamó el rey quemando con sus ojos al sirviente de Lyra.

—Yo...majestad...él está... —titubeó Cetus, entrando en pánico.

La reina, mientras tanto, había entrado a la habitación de su hijo y revisaba sus cosas.

—Mi hijo y sus amigos...dónde están todos, ¡Responde ahora mismo Cetus! —Exigió a los gritos Febo, perdiendo fuerza en sus piernas y desplomándose.

El rey hubiera caído al suelo si no fuera porque el secretario de la reina lo atajó y sujetó como pudo del hombro.

—¡Majestad!...los jóvenes...el príncipe, la princesa...ellos....están...—balbuceó Cetus, nervioso, buscando excusas en su cabeza.

—Están en la Tierra —dijo la reina, saliendo lentamente del cuarto con un papel en la mano y los ojos llenos de lágrimas. Era una carta de su hijo, el príncipe Eclipse. La carta decía:

Sus majestades, mis siempre amados padres, Rey Febo y Reina Lyra:

Si esta carta llegó a ustedes significa que ya descubrieron mi ausencia, así como la de mis amigos. Sé que no lo merezco, pero les pido perdón. He sido un mal hijo, lo sé, no sólo por arruinar el legado de mi padre y dejar a la familia real en vergüenza, sino por abandonarlos de esta forma. Temo que no tengo las fuerzas necesarias para afrontarlos y mirarlos a la cara, mucho menos sabiendo el estado de mi padre, que no es el mejor. Tal vez Cetus ya se los haya dicho, pero he decidido intentar enmendar en parte mi error viajando a la Tierra. Necesito saber cómo les afectó a los humanos mi error y ayudarlos en lo que me sea posible. Mis amigos, los hermanos Pium, Grus la princesa Luna y Ara, decidieron ayudarme y hasta acompañarme en este viaje, aún ante mi negativa. Espero puedan perdonarlos también, así como a Cetus, que sólo siguió mis órdenes. Me alivia saber que aún tienen a Equinoccio, mi querido hermano, a quién voy a extrañar mucho, tanto como a ustedes, para que me reemplace el día que te apagues, padre. Espero que eso no suceda en mucho tiempo. Con seguridad él los enorgullecerá del modo que yo no fui capaz de hacerlo.

Una vez más, les pido perdón. A diferencia de mis amigos, yo no volveré. Creo que es lo mejor para todos.

Los ama, su hijo, príncipe Eclipse Saros.

La reina rompió en llanto mientras el rey leía la carta, que ella ya había leído incrédula antes, y lo abrazó, desconsolada. Cetus permaneció parado junto a ellos, con la cabeza gacha, intuyendo lo que le esperaba y angustiado por el sufrimiento de la reina, a quien tanto apreciaba.

El rey apartó a su esposa luego de abrazarla por un rato, y confrontó finalmente a Cetus, mostrándole la carta.

—¿Cómo pudiste ayudarlo? ¿Cómo te atreviste a hacer algo así a nuestras espaldas?

Cetus se arrodilló frente a Febo, pidiendo clemencia, manteniendo la mirada baja, totalmente abatido. Entre sollozos, le aseguró que no tenía idea de las intenciones de Eclipse de no regresar, y le confesó en detalle su plan, incluyendo la existencia del diario del explorador y cómo lo habían encontrado, algo que el rey ya sabía por tener personas vigilándolo en cada rincón del reino. El único lugar al que Febo no tenía acceso, eran los aposentos de su hijo.

Tampoco sabía el rey sobre el incidente, el error que su hijo mencionaba en la carta y que era el motivo de tan drástica determinación. Lyra había logrado ocultárselo, pero ahora no tenía más remedio que ponerlo al tanto de todo.

Al terminar de hablar la reina cubrió su rostro con ambas manos. Tan solo de imaginar que Eclipse se encontraba en un lugar tan lejano, desconocido, repleto de peligros y de seres rústicos e impredecibles, le llenaba el corazón de angustia e impotencia.

Aplacada su ira, Febo abrazó y consoló a su esposa. Ya no importaban los motivos; porqué ni cómo había sucedido todo. Lo único que necesitaban era traer al príncipe de regreso a casa, y así se lo prometió el rey:

—No importa si debo viajar a la Tierra yo mismo, lo traeré de vuelta conmigo, no te preocupes.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora