VIII

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El último maestro agua de la Tribu Agua del Norte.

No era más que una gran decepción, ni siquiera capaz de manejar su propio elemento.

Desde su nacimiento y hasta hace un instante, la vida de Park JiMin se había visto reducida a los resquicios que la crueldad de una guerra había dejado a su alrededor. Huyó de casa a corta edad para que no hiriesen a nadie por su culpa. Se vio obligado a alejarse de la civilización, a sobrevivir en silencio en medio de la soledad por mucho tiempo. JiMin estaba seguro, la guerra lo llevaría a la locura, la soledad lo llevaría a la locura, no poder volver a casa, buscar el lugar al que pertenecía. Demasiado asustado para intentar formar un vínculo sin importar lo lejos que pudiera encontrarse, demasiado débil para alejar la aterradora idea de que todos, absolutamente todos, eran peligrosos. En la mente de JiMin, la Nación del Fuego lo perseguía, y lo haría por siempre hasta aniquilarlo.

Esa minúscula parte de él, esa diminuta parte que comprende recuerdos aterradores, solitarios y dolorosos, susurra en su mente que aquello, no es buena idea.

No puede serlo.

¿Huir con un maestro fuego?, ¿enloqueciste?

No sabe con exactitud qué hora es, pero cuando eleva los ojos al cielo, el espacio sobre ellos no es más que oscuridad absoluta sin una sola estrella.

Un paso tras otro.

Los mechones castaños todavía gotean restos del lago, el agua resbala por su rostro, se desliza sobre su torso desnudo, su cuerpo se estremece ligeramente con el rugir del viento cuando el frío lo golpea como diminutas agujas incrustándose bajo su piel. Desvía la mirada del camino y da un rápido vistazo hacia el hombre que toma su mano, la luz ambarina ocasionada por el fuego satura el color por completo, volviéndolo vibrante, irreal.

La pálida piel desnuda parece bañada en oro y el cabello de ébano refulge con intensidad. Cuando el soldado se gira, la pequeña flama sobre su palma baila, iluminando la mirada felina. No recuerda haber visto jamás una sonrisa así en el rostro de YoonGi, quien aprieta aún más su agarre mientras apura el paso. JiMin corre tras él, envueltos por los sonidos de la noche, el crujir de las hojas bajo sus pies desnudos y la cadente agitación en sus respiraciones. Alertas, despiertos, podrían correr de manera interminable bajo el aplastante éxtasis de emoción. Algo en la sonrisa de YoonGi le obliga a sonreír con él y, cuanto finalmente lo hace, toda duda, cualquier cuestionamiento que hasta ese momento ha existido, se extingue como las cenizas de una fogata.

Se había resignado por tanto tiempo a creer que el único capaz de detener el caos estaba muerto, que cuando el Avatar dio una señal de vida, no pudo creerlo. Tenía que verse, buscar una señal de que lo que acababa de presenciar, era real. Suspiró cuando vio que su propia expresión se extendía en el gesto de YoonGi, se encontró a sí mismo en esa mirada, a pesar de la fuerte impresión no había más que sorpresa mezclada con un profundo alivio en su rostro, y JiMin lo supo en ese momento, que quizá aun existía una oportunidad para ser feliz.

La nueva posibilidad estremecía su alma con euforia, pero al mismo tiempo parecía aterradora tanta libertad, tanto camino que aun quedaba por recorrer, quizá por eso JiMin decidió aferrarse a él. Saber que ese hombre sostiene su mano mientras corren, que puede sentir sus dedos casi incrustándose en la piel de su muñeca, le hace creer que todo es posible.

YoonGi es, al borde del amanecer, lo único en ese bosque que se siente real, lo único que evita que caiga bajo la incertidumbre del futuro que le deja mareado a cada paso, así que quiere aferrarse a él, incondicionalmente.

¿Qué es esto?

¿Así se siente la esperanza?, ¿Desbordante en mi pecho?, ¿Es normal que mi corazón lata de esta manera?

El final de la guerra está cerca.

El pálido se detiene de pronto, el pecho de JiMin golpea su espalda. Puede sentir la calidez en su piel, la forma en la que su pecho sube y baja por la intensidad de la carrera mientras intenta en vano contener el aliento. Sus ojos miran en todas direcciones y la flama se extingue de inmediato, dejándoles en medio de la más profunda oscuridad. El castaño apenas puede respirar cuando el pelinegro tira de él, atrayendo su cuerpo que choca ligeramente contra la corteza de un árbol.

—Voy a decirles jadea en un susurro, y JiMin no puede evitar estremecerse ante el contacto de sus labios en el lóbulo de su oreja — el campamento está a unos metros, JiMin. No puedo dejarlos, si esperas aqu-

—¿Qué? — se siente como un nuevo peso sobre sus costillas, su mano sujeta la muñeca del pálido de inmediato, aterrado cuando la posibilidad de quedarse solo de nuevo parece una realidad — N-no.

—Volveré rápido, lo prometo.

—Por favor, no — su mano se aferra aún más, tirando del cuerpo contrario hacia él. Bajo la penumbra, YoonGi es torpe y apenas puede distinguir la sombra del castaño, pero la voz de JiMin es urgente y sus gruesos labios están casi presionados sobre su mejilla, el fino camisón apenas existe entre el muchacho y el pálido pecho desnudo— No te vayas — suplica en un hilo de voz.

La respiración del pálido se atasca en su garganta, pero asiente con rapidez.

—¿Vendrías conmigo?

—Sí.

—Solo caminaremos, ¿de acuerdo? — YoonGi entrelaza sus dedos — quédate a mi lado y no te apartes. Debemos ser silenciosos, no estamos muy lejos.

—Sí, está bien.

Curioso. Nunca pensó que se sentiría mucho más desnudo sin luz que sin ropa. Sin fuego para guiar sus pasos en medio del que podría ser territorio enemigo, el corazón de JiMin late aterrorizado, mucho más vulnerable de lo que recuerda, se sintió alguna vez. YoonGi debe tener tanto miedo como el, el agarre de su mano se siente como una presa entre sus dedos. Puede escuchar su corazón, el suave crujido de las hojas bajo sus pies, bajo los pies de YoonGi, el aleteo de uno que otro insecto y el canto de los grillos cuando logra distinguir las sombras que las tiendas dibujan y los restos de una fogata.

Le cuesta respirar, y le toma un par de segundos notar que, delante de él, YoonGi no se mueve.

El pelinegro permanece de pie, completamente erguido con la vista fija en lo que a JiMin le parece un árbol. Entrecierra los ojos, ajustando la mirada y su corazón cae perdido hacia algún lugar en su pecho al lograr distinguir un contorno.

Bajo el árbol, la sombra desconocida recorta aún más la oscuridad.

YoonGi da un paso y tan pronto eso ocurre, su agarre se vuelve firme tirando de la muñeca contraria para ocultar a JiMin tras su cuerpo. La oscuridad se ilumina, y el suave crepitar de las llamas delinea las facciones desencajadas del extraño cuando eleva una mano y la flama dorada brilla cegadoramente.

Capitan SonZung susurra el pálido conteniendo el aliento.

Definitivamente, el hombre no parece feliz de verle.  

The fire soldier│ YoonMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora