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   —Son de la tribu del agua—, dijo. Azula nunca había visto que los ojos de nadie se agrandaran tan rápido como lo hicieron ellos. De verdad, ¿Esperaban que nadie se diera cuenta? Llevaban ropa tribal. ¿Era demasiado obvio? 

   —No somos la tribu del agua—, dijo el chico mayor. —No sabemos nada sobre las tribus del agua. Somos la nación del fuego. Nos gusta ... el fuego—. Le dio a Azula una sonrisa poco convincente. Los otros dos se unieron. ¿Qué estaba haciendo la tribu del agua aquí? Este era prácticamente el ecuador, lo más lejos posible de ambos polos. ¿Estaban movilizando fuerzas?

Trató de recordar lo que sabía sobre las tribus del agua. No mucho. Apenas se mencionaron en los libros de historia y no habían sido una amenaza desde casi el comienzo de la guerra. Ochenta años, si recordaba correctamente. El tiempo suficiente, quizás, para recuperarse. Suficiente para enviar exploradores.

Agarró al chico más joven y le preguntó:

   —¿Por qué está aquí la tribu del agua? ¿Son exploradores?

   —No somos nada de eso—, dijo con un chillido. ¿Por qué elegirían este momento? ¿Por qué ahora, cuando la Nación del Fuego se acercaba a la victoria? Incluso si estuvieran completamente recuperados de las batallas de hace ochenta años, no había forma de que tuvieran los números para representar una amenaza seria. A menos que tuvieran una ventaja. Una ventaja como el Avatar.

No perdió el tiempo haciendo más preguntas. Habría mucho tiempo para eso una vez que estuvieran bien encadenados y listos para decirle dónde estaba escondido el Avatar pero en un segundo el chico logró zafarse de su agarre.

Demasiado rápido. Pensó que podría usarlo para hacer que los demás cooperaran. Ahora este enfrentamiento sería un poco más largo. Detrás de ella, Ty Lee estaba lista.

   —Estás cometiendo un error —dijo la chica de ojos azulez. —No somos de las Tribus del Agua. Somos la Nación del Fuego, como tú.

   —¿De verdad? —Preguntó Azula. —Entonces dime los nombres de la familia real.

La mano de la chica morena se movió hacia su cantimplora. Tal vez una maestra agua. Azula haría que Ty Lee neutralizara su chi, igual los chicos no parecían ser una gran amenaza.

   —Ty Lee, —La llamó Azula. Pero antes de que tuviera la oportunidad de dar una orden, la otra mano de la Maestra Agua, la que Azula no había estado mirando, avanzó. Con el movimiento vino un torrente de agua. Azula soltó una ráfaga de llamas que convirtió el agua en vapor y frunció el ceño. De todos los días para que una maestra agua se cruzara en su camino, por supuesto que tenía que ser justo cuando estaba lloviendo.

Ty Lee se estaba enfrentado con el chico mayor. Para cuando se disipó la primera ráfaga de vapor, el moreno yacía boca abajo en el suelo.

   —Corran, muchachos, —dijo. —Estaré bien. —Azula vaporizó otra ráfaga de agua y se acercó a ella en la mínima oplrtunidad. La maestra agua gritó cuando Azula le inmovilizó los brazos y sostuvo una llama en su garganta, lista para matarla si los demás protestaban.

   —Necesito saber dónde está el Avatar, —Pidió. —Sospecho que lo sabes. —La chica se las arregló para retorcerse lo suficiente como para escupirla antes de que Azula pudiera recuperar su agarre. Azula retrocedió y estaba a punto de moverse para dar un golpe final cuando el mundo explotó. El chico más joven tenía sus ojos así como una extraña flecha en su cabeza que había estado cubierta por su sombrero hasta hace un momento, brillando extrañamente.

Azula no había calculado aquello. Había esperado buscar mucho más antes de lograr enfrentarse al Avatar y planificar su ataque para cuando el Avatar no la estuviera esperando.

No había esperado encontrarlo ahora mismo. No había planeado una confrontación frontal. No esperaba perder tan fácilmente. Pero perder fue lo que hizo, cuando una ráfaga de viento se la llevó y su cabeza se estrelló dolorosamente contra una roca, enviándola a la oscuridad.

Azula no se despertó hasta mucho más tarde, varias horas después. El sanador que le había traído Ty Lee le dijo muchas cosas sobre no esforzarse y las conmociones cerebrales, pero Azula la ignoró.

Había encontrado al Avatar. Ella había perdido, pero en su defensa ella no esperaba tan ataque. La ventaja era que ahora conocía su rostro y sabía que estaba vivo.

Lo encontraría de nuevo, lo golpearía y su tío finalmente tendría que reconocer que ella era la heredera más digna. Ahora era solo una cuestión de esfuerzo.

Y de pasar a hurtadillas junto a Ty Lee, quien insistía notablemente en que Azula en realidad siguiera las órdenes del sanador y descansara. Tomó un día entero antes de que Ty Lee la dejara salir de la cama por más de un momento, y otro día antes de que Azula pudiera ir a cualquier parte sin que Ty Lee la siguiera. Al tercer día, cuando el rastro se había vuelto total y completamente frío, Azula recibió una carta garabateada apresuradamente de su tío.

Ella iba a regresar a casa. Ella no debía buscar al Avatar. Era peligroso y no era apropiado, y si ella continuaba persiguiéndolo, él se sentiría profundamente decepcionado.

Se suponía que Iroh no debería haber sabido dónde estaba escondida Azula para enviarle una carta. No debería haber sabido lo suficiente como para castigarla por huir y unirse al circo. Ella había querido que todo fuera secreto, hasta que regresara con el Avatar como su prisionero.

Pero él ya sabía dónde estaba ella desde el principio. Probablemente ya conocía todo y no había dicho nada hasta ese momento.

Casi podía escucharlo hablando con Zuko de cómo Azula necesitaba sacar la aventura de su sistema, o algo así.

Su última esperanza por el trono se extinguió.

Si el tío le hubiera prohibido expresamente perseguir al Avatar, traerlo de vuelta encadenado difícilmente iba a obtener su aprobación y ni siquiera iba a permitirle que se quedara en el circo. Aunque siendo honesta, aquello último no la hubiera molestado tanto. Azula odiaba el circo, odiaba los animales apestosos, la comida grasosa y los niños y viejos estúpidos que la miraban de reojo como un bicho raro, odiaba la ropa barata y llamativa y la forma en que las viejas madres y las viejas de alta sociedad la miraban con desprecio.

Odiaba todo.

Pero a Ty Lee le encantaba el circo.

Y... bueno, había peores lugares para estar.

Hubo días en los que Azula casi podía olvidarse de la nación que probablemente nunca gobernaría. Días en los que el aplauso fue casi satisfactorio porque significaba que alguien más apreciaba el arduo trabajo que hacía. Días en los que ella era casi feliz en ese lugar. Fueron días raros, pero existieron.

Pensó en una vida en el palacio. De llevar hermosas túnicas y tener sirvientes para cuidar de su cabello, vestirla y satisfacer sus caprichos. Pensó en no salir nunca del palacio excepto en palanquín. De tener que ser obediente todo el tiempo.

El circo estuvo mejor. No mucho mejor. Pero un poco. No habia nada mas que hacer. El tío nunca la convertiría en heredera. Ese era el quid del asunto, el punto que ella seguía dando vueltas sin cesar sin solución.

El tío nunca la convertiría en heredera. Y luego una última idea cobró vida.






La Heredera | Yuri | TyzulaWhere stories live. Discover now