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Se estaban acercando al Polo Norte. Y Aang todavía no parecía tomarse las cosas tan en serio como ella esperaba.

   —No podemos permitirnos el lujo de parar, —Avisó. —Solo tenemos hasta el verano para que domines todos los elementos. Cada día que desperdiciamos es uno menos para prepararnos. 

   —Seré rápido, —dijo Aang. —Está en camino. —Azula se preguntó por qué se molestaba en objetar.

Azula no estaba segura de qué esperar de un templo aéreo. Ella nunca había estado en uno antes. Ella había querido ir con ellos, por supuesto, cuando estaba buscando al Ava... a Aang. Pero ella tenía recursos limitados y no podía imaginar a nadie tan poderoso pasando todo su tiempo en lo que era esencialmente una tumba.

Y ella tenía razón. Hacer un seguimiento de los rumores le había servido mucho mejor. Pero eso significaba que no tenía idea de qué esperar. ¿Sería como los templos de los Sabios del Fuego? Tales pensamientos se interrumpieron cuando un niño con un planeador pasó volando junto a ellos.

¿Maestros Aire? pensó, pero no era posible. El bisabuelo Sozin había matado a todos los Maestros Aire, a todos menos a Aang. Ningún otro había sobrevivido. Cada año, los Sabios del Fuego se aventuraban al templo espiritual para preguntar por el Avatar. Cada año, los espíritus decían que solo quedaba un maestro aire. El Avatar, o los espíritus mintieron o estos no eran Maestros Aire.

   —Mira, Aang, —Señaló Katara. —¡Son Maestros Aire! —Aang se cruzó de brazos.

   —Ellos no son nomadas aire. Simplemente se deslizan sobre las corrientes. —Entonces, por supuesto, tuvieron que detenerse y ver por qué la gente vivía en el templo sagrado de Aang.

No se parecía en nada a un templo de la Nación del Fuego. Ciertamente no parecía un lugar donde la gente debería vivir. Los escalones eran empinados y no ofrecían el mejor agarre a pesar de que estaban secos y no había barandillas. La gente debe caer a la muerte cada vez que llovía. Este lugar estaba destinado a los Maestros Aire y solo a los Maestros Aire.

Lo que significaba, dado que todos los Maestros Aire habían vivido en los templos, que todos los Nómadas Aire habían sido Maestros del elemento. Interesante. Solo podía imaginar lo poderoso que sería el ejército de la Nación del Fuego si cada uno de los soldados fuera un maestro. Tendría que interrogar a Aang y descubrir cuál era el secreto de su control universal.

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Azula odiaba los planeadores. Nunca volvería a subirse a uno. El aire pasaba silbando debajo de ella y se sentía mal del estómago. Se agarró a las manijas del planeador, con los nudillos blancos.

El suelo estaba demasiado lejos y de alguna manera nunca se había dado cuenta de eso cuando volaba en Appa. Ella se había sentido segura. Ahora no se sentía segura para nada. Lo peor de todo, no tenía idea de cómo aterrizar esa cosa.

Ty Lee, por otro lado, se abalanzó como un pájaro, claramente hacia el aire. Azula sintió una punzada de celos que descartó después de un momento pues estar celosa de Ty Lee era irracional. Cualquier fuerza que Ty Lee poseyera era útil para Azula. Eran aliadas o bueno, más que aliadas.

La pared se cernía frente a ella y Azula no estaba segura de cómo detenerse.

   —Pared estúpida, —Se quejó. —Prepárate para enfrentar tu perdición. —Unas pocas ráfagas de fuego bien dirigidas fueron suficientes para cambiar su rumbo, aunque inadvertidamente los disparó en la dirección de otros planeadores, por lo que tuvieron que esquivarla. Bueno, nadie resultó herido.

El área de aterrizaje terminó un poco chamuscada cuando finalmente entró para aterrizar. Azula juró no dejar el suelo sin Appa, nunca más.

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   —¡Estás trabajando para la Nación del Fuego! —Dijo Sokka, señalando las máquinas esparcidas por la habitación.

   —Sí. —admitió el Mecanista—. Lo estoy. Dijeron que nos dejarían en paz si cooperaba. —Los demás se concentraron en regañar al Mecanista. Azula estaba concentrada en algo completamente diferente.

Había polvo en algunas de las máquinas, y una capa gruesa de este. Algunos de estos no eran diseños nuevos pero Azula nunca había visto ninguno de ellos puesto en acción. Aquí había borradores de mejores diseños para motores y máquinas para las que ella no tenía nombres: taladros gigantes más grandes que casas pequeñas y globos llenos de aire caliente que volarían por el cielo como Appa si solo funcionaran, y "tanques" que podrían proteger a los soldados sin dejar de permitirles atacar. Pero aunque el tío debe haber sabido acerca de los diseños, nunca los había usado. Si hubiera estado usando esta nueva tecnología todo el tiempo, si no le hubiera tenido miedo como un tonto confundido por la edad, es posible que ya hubieran ganado la guerra.

Si el tío Iroh había sido tan negligente con la guerra, con las máquinas que protegían y transportaban a sus soldados, ¿quién sabía qué más había logrado arruinar? En todo caso, esto cimentó la convicción de Azula de que ella era la gobernante legítima de la Nación del Fuego.

Olvídarse de ser la heredera más digna, tendría que convertirse en la Señora del Fuego lo antes posible. Aun así fue una suerte para los planes de Azula, al menos el que el tío hubiera sido tan incompetente hizo que fuera mucho más fácil luchar contra él.

   —Tienes que dejar de diseñar armas para ellos, —exigió Aang. —¿No ves? Los estás ayudando a dominar el mundo.

   —No creo que sea así, —señaló Azula—. La Nación del Fuego nunca ha utilizado ninguno de sus diseños.

   —Eso no significa que no lo harán, —dijo Sokka—. Es sólo cuestión de tiempo

Azula asintió levemente con la cabeza.

Era posible que el tío recurriera a medidas más extremas, ahora que se sabía que el Avatar estaba vivo y se oponía activamente a ellos. Pero aun así, miró el polvo y se preguntó por qué su tío, por lo general un buen estratega, había dejado en desuso una ventaja tan importante.

Hubo un boom de tono bajo en la distancia.

   —¿Qué fue eso? —Preguntó Sokka, mirando directamente al Mecanista—. ¿Volvió a explotar uno de tus inventos?

   —No, —dijo el Mecanista—. Eso vino de muy lejos.

Parecía preocupado y salió corriendo. El resto lo siguió.

El templo estaba siendo invadido por soldados de la Nación del Fuego, había algunos de ellos justo afuera de las puertas por las que habían salido. Aang era demasiado tímido para atacar mientras estaban de espaldas. Azula no tenía tales reservas. Una patada rápida derribó a la primera: tenía que ser despiadada sin dejar ningún daño permanente, o de lo contrario sus compañeros se sorprenderían por su comportamiento. Esto hizo las cosas más difíciles, pero también las hizo más desafiantes, y a Azula le gustaban los desafíos.

La Heredera | Yuri | TyzulaWhere stories live. Discover now