Sombra 39

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La luz en la salita de billar era muy escasa y la señora Lincoln estaba parada bajo el quicio de la puerta que separaba la habitación donde nos encontrábamos del pasillo que conducía al distribuidor principal y al comedor. Justo detrás de ella colgaba del techo una araña inmensa, de más de quince bombillas en forma de vela. La diferencia de luz era tal que su silueta se recortaba a contraluz y era difícil distinguir sus gestos.

- Vuestro juego es probablemente el peor que he visto nunca –avanzó hacia el interior de la estancia. – Llevo aquí lo suficiente como para saber que Christian no ha hecho un saque legal y que tú ni siquiera te has dado cuenta.

Abrió un armario camuflado en la pared y sacó de él un taco.

- Christian –sus ojos verdes se posaron en mí, fríos y rápidos como una flecha- ayúdame a volver a poner las bolas en el triángulo de nuevo, por favor.

- Sí señora –comencé a colocarlas atropelladamente.

- Así no. La negra tiene que ir en el centro.

- Lo siento.

- No pasa nada, mira y aprende. Coloca la blanca en el punto de pie.

- ¿Cómo?

- En la marca blanca que hay ahí. Para empezar a jugar, ¿la ves?

Retiró con muchísima suavidad el triángulo que rodeaba las bolas sin que se movieran un milímetro, quietas y juntas, como sometidas a la voluntad de aquella embrujadora mujer rubia platino. Se colocó en el extremo opuesto de la mesa y se inclinó sobre ella, la mano izquierda adelantada y dos dedos apoyados en el tapete verde frente a la bola blanca.

- A ver, par de inútiles –sonreía a pesar de las burlas- la mano izquierda hay que colocarla en forma de puente. De esta forma se evitan oscilaciones del taco que puedan perjudicar la rectitud del tiro inicial. ¿Os ha quedado claro? Así.

De un golpe certero lanzó la bola blanca contra el triángulo que se deshizo en un momento y con un ruido seco. Todas las bolas abandonaron la formación golpeando contra las tres bandas opuestas a ella.

- ¡Anda! –dijo el señor Lincoln - ¡Has metido la amarilla entera en el agujero!

- La uno lisa, y la he embocado en la tronera. ¿Qué es eso de agujero?

- Ya venga, lo que sea. Trae, me toca a mí –su esposo avanzó hacia ella con intención de tomar su sitio cerca de la bola blanca.-

- Pues va a ser que no tenéis ni idea de jugar. Sigue siendo mi turno, tengo que embocar las siete bolas lisas y después la negra. Entonces la partida habrá terminado.

- Pero digo yo que en algún momento nos tocará jugar, ¿no, Elena?

- Imposible. Nunca fallo. Os tocaría si al intentar embocar una fallase. Pero eso no va a ocurrir. La verde en la esquina.

Como si fuera fácil volvió a inclinarse sobre la mesa y golpeó la bola blanca que, rebotando en dos bandas, dio con la bola verde que, como bien había predicho ella, fue a colarse en la tronera de la esquina. La señora Lincoln jugaba como si las bolas fueran por raíles. No fallaba un tiro y se movía alrededor de la mesa grácil, subida en sus tacones de vértigo. Apenas levantaba la vista de la mesa o, si lo hacía, era siempre con una mirada insinuante, de soslayo, sin perder jamás la concentración. Una vez que comprendimos que no teníamos nada que hacer mientras ella permaneciese en el juego, tanto el señor Lincoln como yo nos apoyamos en la pared, a mirarla. A admirarla, más bien.

Llevaba una falda de tubo negra por encima de la rodilla, con una abertura que superaba el medio muslo, a una altura que podría en algún ambiente y en algún momento haber sido considerada poco decente. Pero estando en su casa y con su marido delante no era el caso. Cada vez que pasaba por delante de mí notaba la estela de su perfume, y sentía que pasaba más cerca de lo necesario, casi rozándome. Yo quería mirar al señor Lincoln y comprobar si a él también le parecía excesivamente corta la distancia que marcaba su mujer, pero parecía más aburrido que otra cosa.

El origen de GreyΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα