Sombra 37

33.1K 1K 463
                                    

La música seguía saliendo de las manos de Grace como por arte de magia, y la señora Lincoln seguía parada ante mí, con sus brazos listos para recibirme.

- ¿No sabes bailar? –la dureza de su mirada contrastaba con la serenidad de su tono de voz.

- No.

- Bueno, has tenido suerte Christian, es un vals, no hay nada tan fácil de bailar como un vals.

Sin esperar más respuesta por mi parte tomó mi mano izquierda con su mano derecha. Paralizado, la dejé hacer. Sentía el mismo rechazo al contacto físico de siempre. Sentía como si mi cuerpo pesara mil toneladas pero fuera de mantequilla cuando la señora Lincoln se hacía cargo de él. Y mi mano voló dentro de la suya.

- Ahora pon tu mano derecha en mi cintura.

Lo hice. Obedecí sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Entonces colocó su mano libre sobre mi hombro y empezó a tararear la música muy cerca de mi oído, en voz tan baja que sólo podía oírla yo, y me iba cantando los pasos. Sonaba autoritaria, decidida. Derecha, izquierda, otra vez a la izquierda, junta tus pies. Y ahora repetimos. Derecha, izquierda, otra vez a la izquierda, y por último, junta los pies. Sabía que podías hacerlo. Sólo entonces dejó de hablar. El vals llegó a su fin pero Grace lo reenganchó de nuevo desde el principio. Volvió a comenzar y no sé si la señora Lincoln no se dio cuenta, o no se quiso dar cuenta, pero siguió bailando conmigo. Siguió haciéndome bailar, más bien.

Mi cuerpo, que al principio notaba rígido y torpe, se fue suavizando al seguir las indicaciones de la señora Lincoln, que más parecían órdenes que otra cosa. Gira, cógeme de aquí, derecha, izquierda. Cuanto más autoritarias sonaban las instrucciones más sencillo me resultaba seguirlas. Yo no respondía. Simplemente hacía lo que ella me decía, en silencio, con la vista fija en nuestros pies, en mis naúticos nuevos, en sus sandalias altas de tacón. En cómo al seguir todo lo que ella me estaba diciendo, de nuestros cuerpos brotaba un baile a un único son.

- Estupendo Christian, eres un gran bailarín –me dijo.

- Gracias –respondí.

- Silencio, calla, no hables. Ahora no. Sigue bailando hasta que acabe la música.

No volví a hablar, tal y como ella me había pedido. Cuando cesó la música se hizo un silencio envolvente en el salón. Grace había dejado las manos quietas sobre las teclas y nos miraba sin articular palabra, atónita. Su amiga, la señora Lincoln, detuvo nuestra coreografía soltando de golpe mi mano y separándose de mí. Yo me quedé parado frente a ella, recuperé las mil toneladas de peso de mi cuerpo, que volvió a quedarse en un bloque, una sola pieza. Me hizo una pequeña reverencia a la que respondí bajando de nuevo los ojos al suelo, y se giró hacia mi madre como si yo hubiera abandonado la estancia, como si no estuviera allí. Las palmas de las manos me quemaban, el estómago se me había contraído en un nudo, sentía casi dolor físico mientras ella se alejaba de mí, con una indiferencia total. Con ese mismo aire de desinterés se dirigió hacia el piano, y se sentó al lado de mi madre.

- Grace, querida, ¿te apetece que vayamos a tomar algo esta tarde, en lugar de quedarnos aquí? Así aprovechamos tu última noche antes de que vuelva toda la tropa del campamento.

- No lo sé Elena, no quiero dejar a Christian hoy. Estamos celebrando su cumpleaños.

- ¿Su cumpleaños? ¡Pero si fue hace meses!

- Sí pero habíamos pospuesto la celebración hasta hoy.

Me miraron las dos, inquisitivamente. Quería responder que no me importaba, que se fueran, pero no me salían las palabras.

- Vamos Grace, será solo un rato. Prometo devolverte temprano a casa para que cenes con tu hijo. Christian –dijo girándose hacia mí- ¿te importa dejarme a tu madre un rato? Tenemos cosas de qué hablar. Te recompensaré.

El origen de GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora