Sombra 36

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Me quedé paralizado, con la vista fija en un punto al final de sendero de pizarra, donde las coníferas se abren para dar paso a la entrada del muelle sobre el lago Washington.

- ¿Es para mí, Grace?

- Claro, cariño.

- Pero…

- Nada, no hay peros. ¡Feliz cumpleaños Christian!

En ese momento quería abrazarla pero todo mi cuerpo estaba paralizado por la emoción. Flotando en las tranquilas aguas del lago y amarrado al muelle había un pequeño velero. Grace me agarró de la mano y prácticamente tiró de mí hacia el borde del agua. Un hombre vestido con bermudas y una camisa de manga corta terminaba de ajustar el mástil en la fogonadura. Nos vio acercarnos y saludó con una gran sonrisa.

- ¡Doctora Trevelyan-Grey! ¡Buenos días!

- Hola Gunther. Buenos días.

- Supongo que éste es el joven afortunado. ¡Feliz cumpleaños, Christian!

- Muchas gracias –logré articular.

- Christian, querido, este es el señor Bernhardt. Tu nuevo instructor de vela.

- Por favor muchacho, llámame Gunther. ¡Señor Bernhardt suena a mi padre! Dame diez minutos más y estamos listos para salir a navegar.

- Por supuesto. Vamos a dejar estos paquetes dentro de casa y enseguida te traigo de vuelta al marinero –Grace me hizo un gesto con la cabeza para que la acompañase, y nos alejamos del muelle.

Echamos a andar hacia la puerta posterior de la casa y yo no podía dejar de volver la vista atrás, para comprobar si era cierto lo que acababa de ocurrir. Pero tenía que serlo. El señor Bernhardt seguí allí con una llave en la mano apretando clavijas.

- Grace, ¿cómo lo sabías?

- Christian querido, yo lo sé casi todo de vosotros tres. Sois mis tesoros –sonreía. Estaba tan feliz como yo.

El verano anterior nos habían llevado al Seattle Yatch Club a tomar unas clases de vela a Elliot y a mí. Mia era todavía un poco pequeña y le daba miedo meterse en el agua si Carrick no iba con ella, y las normas del club prohibían a los padres acompañar a sus hijos durante las clases, así que decidieron esperar algún tiempo. Pero Elliot y yo sí que fuimos. Había dos tipos de embarcaciones Laser, para un tripulante, y para dos. Al principio nos pusieron a todos por parejas hasta que aprendimos a manejarnos con soltura. Después, si queríamos, podíamos ir solos en uno de ellos, siempre cerca del grupo y siempre con un monitor pegado a nosotros. Y yo fui de los mejores del grupo.

Fue mi primer contacto con los deportes de naturaleza. Hasta entonces todo había sido fútbol americano, baseball, baloncesto, incluso tenis. Pero no era bueno trabajando en equipo y la sensación de competición disparaba mi agresividad, por lo que terminaron retirándome de todos los grupos en los que participaba. Pero entonces conocí la vela, la sensación de deslizarse sobre el agua igual que una hoja que cae de un árbol y vaga, mecida por las corrientes y por el aire, sin oponer ninguna resistencia. Aprendí a utilizar el viento a mi favor, a esquivar las corrientes más fuertes y a subirme sobre las que podían ir a mi favor. En el agua todo era silencio, todo era quietud. Sentía que no era un extraño para la naturaleza, sino que era un más. Un poblador del lago del mimo modo que lo eran las truchas, las ranas, los arrendajos, los colibríes, los pájaros carpinteros. El sol o el aire. Allí me encontraba bien. Navegaba en mi propia embarcación, apartado del bullicio de los otros chicos que se salpicaban, jugaban a tirarse por la borda los unos a los otros, a agarrarse de los chalecos salvavidas o hacer competiciones de salto. Nadie se dirigía a mí, ni yo me acercaba a nadie.

El origen de GreyWhere stories live. Discover now