Miércoles

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La vecina vino a visitarnos. Se comportó como las señoras de antaño, como una vieja matrona de modales refinados. Padre la entretuvo hasta que sus ánimos se agitaron. Él lo notó también, entonces. Ella nunca había aparecido frente a nuestra puerta, siquiera nos había saludado una vez o dos al cruzarnos en el pasillo. Pero hoy, de entre todos los días, decidió traernos un paquete repleto de masas finas e invitarse a sí misma a tomar el té.

Era casi pintoresco, Padre jugando a ser devoto y bien portado. Un dechado de amabilidad, haciendo preguntas sobre temas que jamás le interesaron.

Por un momento pensé que reiría. Casi suelto carcajadas a borbotones, nerviosas, caladas. De esas reservadas para cuando la incomodidad trata de escapar por los poros. Me mantuve en silencio, como una buena chica. No hablé hasta que el rostro ladeado de Padre y su mirada me perforaron.

Esbocé una pequeña sonrisa, mínima. Dije un puñadito de palabras en un susurro áspero que corregí inmediatamente. Lo reemplacé por la voz más dulce que pude recrear, pensando en las protagonistas de la última película que recuerdo haber visto.

No suena bien.

Nada en mí se ve bien.

Es una burda imitación, una puesta en escena para que la vecina se mantenga callada y no vuelva a presentarse.

Porque es evidente, es innegable: aun alguien como ella está preocupada.

Pero sus preguntas pueden lastimar.

Un paso en falso y soy yo quien tendrá que pagar por su curiosidad.

Los fragmentos olvidados de Ava Dare (Instantes perdidos #1)Where stories live. Discover now