Sonriente

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La puerta fue azotada

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La puerta fue azotada. Por enésima vez oyó el seguro de la puerta atrancándose y la voz carrasposa de la abuela detrás regañando su agresiva conducta.

-¡Una día vas a matarme, jovencito! -dijo la robusta anciana mientras golpeaba la puerta como amenaza -No salgas hasta que recapacites si no te daré con la vara para que te arregles.

Katsuki suspiró cabizbajo. Sus ropas elegantes estaban sucias como si fuera un desollinador, los nudillos le dolían y en su piel despellejada se miraba el rojo de su sangre. Tenía trece años y no comprendió la furia que surgió cuando su vecino de quince años se cruzó la calle y estorbo su caminó frente a él. Fue un arranque que terminó en una pelea.

Se acostó resignado en el suelo del ático, su cabeza rebotó contra la madera algo podrida. No tenía remedio. De nuevo estaba enjaulado con el silencio. Se sintió miserable. Entonces escuchó el sonido de una rata que chilló llenando el ambiente oscuro y húmedo.

-Al menos tengo una amiga -suspiró con un dolor en el pecho e intentó sonreír.

Enseguida volteó su cabeza de lado y vio a la rata mordisqueando un pedazo de queso de una trampa de ratones entre dos cajas viejas; comía y comía y sus bigotes se movían divertidos que simpatizó al pequeño Katsuki. Por un momento se sintió acompañado. Fue un segundo en el cual su linda sonrisa endulzó su rostro. Un segundo que lo apartó de sentirse olvidado hasta que el peso de la rata activó la trampa y un crack partió su cuerpo.

-¡Ja! De nuevo solo -dijo con la mirada perdida y acuosa.

Respiró profundo, olió la asquerosa sangre del roedor, el olor a rancio de la basura del sitio y sintió una loza aplastando su pecho. Dolía saber que en ese ático en penumbras era el único ser vivo.

En su mundo de encierro nunca había nadie más...



Tres meses atrás...

Soso, sumiso, simplón e irritantemente sonriente. Esas fueron las palabras que Katsuki definió a su nuevo criado a la primera semana de su llegada; se hallaba sentado en la cama izquierda perteneciente a su compañero, desde ahí sus ojos rojos alargados como almendras lo observaron trabajar en hacer su cama.

El chico pecoso estiró el cubrecama sobre el colchón con cierta delicadeza y esponjó sus almohadas con ambas manos entonces olió el humo de un cigarrillo y empezó a toser severamente.

ᴜᴠᴀs ᴀɢʀɪᴀsWhere stories live. Discover now