and then the Truth.

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—Atlantic City, julio de 2001

Dos días para cumplir veintisiete. Le había dicho varias veces a mi madre que dejase de insistir con eso de tener edad para casarme. No sólo no había chica, sino que no estaba ni por la labor de encontrarla. Flurry O'Brien, por aquel entonces y desde hacía tiempo, dedicaba sus días y noches al negocio. A veces, si las cosas me iban bien y cerraba algún trato, me permitía un homenaje en algún lugar donde ya conocía a la clientela habitual. Entendía que Bonnie tuviera ganas de ver a sus tres hijos formalizando sus vidas, incluso que quisiera ser abuela, pero no era mi momento. Aislinn llevaba tiempo con su novio y parecía de lo más dispuesta a volar del nido; y Murdoch, él era un desafío para cualquiera, así que mamá no esperaba mucho para él. Papá no tenía ninguna visión sobre nosotros y nuestros futuros, y si las tenía, jamás nos lo decía. No después de la muerte de Conn. Había aprendido a controlar de algún modo ese fantástico e inoportuno don. Se concentraba especialmente en visualizar las garantías de acabar un negocio y trataba de cerrar cada información que el cosmos le ofrecía sobre nuestras posibles bodas.


—Flurry, ¡espabila! —me dijo la voz de mi padre tras el periódico que tenía abierto de par en par. Me obligó a fruncir el ceño, molesto. ¿Cómo sabía que tenía resaca? Su cara apareció tras las hojas mientras doblaba el diario y lo dejaba sobre la mesa, clavándome sus ojos azules—. Me acompañarás a Atlantic City hoy. Comeremos con un viejo amigo.

Asentí sin decir nada, para parapetarme tras mi taza de café. Como no le pregunté, mi padre decidió explicarse por su cuenta. El viejo amigo era Oran O'Shea, un magnate de la pequeña ciudad costera que controlaba la aduana del puerto. Un salvoconducto perfecto de Hierro rojo. Mi padre no sólo usaba el puerto de Atlantic City, tenía varios puntos estratégicos en toda la costa este, y, de hecho, Oran solía poner un alto precio a su dársena, por lo que casi nunca era la opción favorita para Ronan O'Brien. Papá había visto que con los años mi capacidad de persuasión era algo excepcional, así que me confiaría, por primera vez, la oportunidad de convencer al viejo Oran de dejarnos el puerto para una mercancía a un bajo costo. Asentí a mi padre, tratando de disimular la sonrisa. El mayor problema de Ronan O'Brien era que había cosas que sólo negociaba él, pero comenzaba a cederme terreno y eso me hacía demasiado feliz.

Jersey no es muy diferente del estado de Nueva York, pero Atlantic City, sin embargo, tenía un aire como de cincuenta años atrás. No sólo porque Manhattan estaba plagado de edificios altos, sino porque el paseo marítimo, los carteles de los establecimientos e, incluso, la gente, eran como de una película en blanco y negro.

Entramos en un pequeño restaurante de mariscos al final del paseo. Papá llevaba su traje de corbata, pero yo había decidido ponerme unos jeans y un jersey de rombos. Había rodado los ojos al verme, pero me había dado igual. Caminamos hasta la mesa a la que nos llevó el hostess, donde nos esperaba un hombre con poco pelo en la cabeza, pero bastante en el bigote y una chica joven pelirroja. Mi padre apretó el paso los últimos metros para saludar con un apretón al hombre que se levantaba.

¿Cómo te va, Oran, viejo amigo? Él es mi hijo Flurry —le dijo para introducirme.

El hombre achinó los ojos a la par que una sonrisa apareció bajo el espeso bigote canoso. Yo sonreí, tendiéndole la mano.

—¡Los chicos tienen que aprender! ¿Verdad, Ron? —pronunció el hombre con una de esas voces de fumador, que están como cascadas y arañan el aire—. También he traído a mi hija, para que sepa lo que le espera —agregó, señalándote. Yo me llevé una sorpresa. Tu mirada se alzó de un libro que reposaba sobre el mantel. Esos cristalinos ojos azules, perfilados con maquillaje oscuro, yo ya los conocía. Y sonreímos a la vez—. Ella se llama...

—¡Erin! —pronuncié yo con un entusiasmo digno de un reencuentro como ese, marcado por la casualidad y la utilidad al mismo tiempo.

—¿Cómo estás, Greg? —me preguntaste al levantarse de la silla, para estrechar la mano de mi padre y luego dedicarme una sonrisa amplia. ¿O debería decir Flurry?

Me sacaste una sonrisa otra vez. Habías sido esa ilusión durante un par de meses en mi último año en Ilvermorny. Te sacaba un curso y nuestra despedida fue inminente cuando me gradué. ¿Te rompí el corazón? Seguro, no lo dudo. Nunca he hecho otra cosa que romper el corazón a quienes se me enganchan.

—¿Os conocéis? —preguntó mi padre, tomando asiento.

Yo asentí, sin quitar la sonrisa, y me senté a tu lado sin dejar de mirarte. Tu sonrisa era preciosa. Fuiste tú la que explicaste que habíamos coincidido en Thunderbird y que disfrutábamos los ratos libres transformando la ropa de los despistados que olvidaban sus cosas por los pasillos de la escuela. Aquel detalle me hizo reír, con una mirada puesta en los recuerdos.

La comida fue amena. Papá y Oran hablaban de negocios mientras nosotros nos manteníamos callados, sólo hablando con la mirada, entendiendo que saldríamos de allí esa tarde como socios y nos veríamos esa misma noche como lo que ya fuimos una vez. Porque yo te iba a ir a buscar y tú sabías que lo haría y saldrías a esperarme. Quedaban dos días para mi cumpleaños y se me adelantó el regalo.

NEVER FORGETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora