But it came back return to sender

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—Ilvermorny, febrero de 1990

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—Ilvermorny, febrero de 1990

Mi hermano Murdoch siempre ha sido diferente. Algunos dicen «especial», pero siempre que lo escucho así siento que es un eufemismo que representa algo más negativo de lo que la palabra «especial» debería significar. Cuando yo era pequeño veía a Murdoch como un fastidio, como una mera molestia, especialmente para mamá. No jugaba como nosotros, no comía lo mismo que nosotros y Conn siempre decía que era tonto. Y como Conn era mi hermano mayor, yo le creía. Murddie era diferente en todos los sentidos: Conn era rubio, yo soy rubio, Aislinn tiene un rubio cobrizo anaranjado y él, curiosamente, tiene el pelo negro como el tizón; Conn era un bully auténtico que se ganaba a sus amigos a costa de hacerlos reír siendo cruel con otros, yo soy un antisocial adorable que en las distancias cortas puedo ser tu mejor amigo, Aislinn tiene la capacidad de juntar a mil personas en un evento y saludarlas a todas y preguntarles por sus madres y él, curiosamente, tiene la capacidad social y empática de un caracol. Era como si no fuera nuestro hermano cuando íbamos a cualquier parte. Sin embargo, a medida que fui creciendo y todavía voy madurando, he descubierto que Murdoch es un regalo de Dios en forma de persona. Un ángel sin alas que está paseando entre nosotros, para recordarnos que la vida es más fácil de lo que solemos hacernos creer.

Yo tenía dieciséis años aquel febrero. Había recibido varias tarjetas de San Valentín adelantadas de algunas compañeras que esperaban que las invitara a una cita en esa fecha señalada. Me sentía tan honrado como comprometido, en realidad. A decir verdad, habría invitado a cualquiera sólo por un revolcón y habría seguido a mis cosas, que eran básicamente ser el mejor de cada exámen, pero ellas siempre querían más, así que me propuse elegir con cuidado. Ni a la más guapa, ni a la más lista, ni a la más divertida, sino a la que, además de cumplir esos básicos, fuese la menos loca. Tenía trabajo por delante. Esto ahora me saca una sonrisa, porque Erin, tú fuiste la más loca de todas las chicas que pudiera elegir nunca.

Escuché a una chica gritar barbaridades en un pasillo de la escuela. Una que está más loca que ninguna, aclaro, era mi hermana Aislinn. En cuanto reconocí su voz, mis pies se pararon en seco. Paralizado por el pánico que me produce saber que les pasa algo a mis hermanos, me quedé unos segundos quieto sin darme cuenta de que afinaba el oído para escuchar mejor. Metí las tarjetas en el bolsillo de la chaqueta y fui en su dirección cuando escuché, claramente: «Dejadlo en paz». Supe que se trataba de Murddie.

Al verme aparecer, unos chicos de cuarto salieron corriendo entre risas dejando ahí a mis hermanos pequeños. Saqué la varita de forma automática y apunté en dirección a ellos, al suelo, que se volvía resbaladizo bajo sus pies obligándolos a dar traspiés y patinar hasta chocar contra la pared y pudieron girar el pasillo y librarse de mi ira. ¡Mamones! Inspiré sin tranquilizarme demasiado y acudí hasta mis hermanos con la mandíbula apretada. Fue Aislinn la que comenzó a hablar demasiado rápido y de manera estridente, contándome que los había pillado intentando convencer a Murdoch de que se autohechizara para que le salieran orejas de burro mientras se reían de él. Y, mientras aquella Aislinn de catorce años comprometida con hacer la vida más fácil a todos estaba fuera de sí, Murdoch estaba ahí quieto, sentado en el alfeizar de la ventana, ajeno al estrés de mi hermana e incapaz de relajarla.

Murdoch era un tipo alto para sus doce años. Flaco y alargado, más o menos del tipo de Conn. Aislinn y yo siempre hemos sido los más bajitos. Bueno, mi altura es promedio, ella es la que es un hobbit, pero la queremos igual. Con esa altura aparentaba estar un par de cursos por encima del suyo y, de hecho, académicamente su mente quizá estaba en mi curso, aunque no fuera evidente para nadie. Excepto para mí. Mi hermana ha desarrollado el carácter Blackthorn de mi madre para controlar nuestras vidas y creía que debía ser la salvadora de Murddie. Yo, sin embargo, tenía mejores cosas que hacer que actuar de guardaespaldas, así que me había asegurado de que, realmente, a mi hermano no le hacía tanta falta que sus hermanos lo salvaramos. Pero claro, el colegio era una jungla llena de hijosdeputa como Conn que se aprovechan de los débiles o se ríen de los diferentes. Aparté a Aislinn de Murdoch, con paciencia, mientras me miraba extrañada. Mi tono de voz relajado solía tranquilizarla. Miré a mi hermano, poniéndome a la altura de sus ojos.

—No puedes permitir que hagan eso, Murddie.

—Ya...

—¡Son unos imbéciles, Flurry! Se la van a cargar, pienso ir a la directora y que los castiguen. Además van a mi clase, sé sus nombres y sus apellidos.

Miré a Aislinn un momento y se calló. Nada de chivarse. Por desgracia eso sólo los alienta a comportarse peor. ¿Es que no había aprendido nada de que Conn siempre te la devolvía el doble cuando nos chivábamos a papá o a mamá de alguna de sus idioteces?

—Ella no sabe —me dijo Murdoch. Yo sonreí y él me devolvió una de sus sonrisas extrañas y cómplices—. Ella siempre se pone así, pero a mí me da igual.

—¿Qué te da igual? No debería darte igual, tienes que defenderte de...

—No, Flurry, a mí no me afecta —me dijo serio—. No me importa que se rían de mí porque yo sé que es mentira lo que dicen. No me molesta porque no hablan de mí, yo no soy todo eso que dicen.

¡BOOM! Mi hermano me dio la primera lección de mi vida para tratar con abusones. Definitivamente la mente de Murdoch va mucho más rápido que la nuestra, aunque no lo exteriorice. Aislinn se quedó callada y me miró negando con la cabeza, como si estuviese chalado. Y es que ese maldito niño está chalado, pero para bien. Me dio por reír.

—Eh, escucha —le dije, después de asentir a Aislinn—. Hoy no te afecta, mañana tampoco, pero puede que un día sí encuentren algo que te haga sentir mal. Y cuando se den cuenta de eso, lo usarán todos los días. Tienes que defenderte.

Eso fue divertido... —Lo miré como muchas veces en las que no sé de qué habla—. Lo de hacerlos chocar contra las paredes... —una mueca macabra cruzó su rostro y yo me reí. Escuché a Aislinn admitiendo que había estado muy bien y los tres llenamos el pasillo de carcajadas.

—Te enseñaré a hacerlo, ¿de acuerdo? —me miró a los ojos y asintió. Mi hermano casi nunca nos mira a los ojos—. Un día ni yo ni Aislinn estaremos aquí, así que tendrás que saber muchos encantamientos como ese.

***

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