I read your mind and tried to call

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—Trenton, 5 de septiembre de 2006

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—Trenton, 5 de septiembre de 2006


Nunca podría olvidar esa mañana, Erin. Nuestra última mañana despertando juntos. Tu espeso cabello pelirrojo sobre la almohada, tu piel brillando pálida y llena de pecas bajo la luz del sol que entraba tímidamente por la ventana... Te giraste hacia mí y me viste mirándote, te echaste a reír. Daba igual lo cerca que estuvieras del término del embarazo; no hacías más que repetir que estabas fea e hinchada, pero te recuerdo preciosa. Siempre lo fuiste.

—¿Tienes que ir? —me preguntaste. Yo asentí, pero dejaste de sonreír. Los dos suspiramos.

—Todo estará bien, volveré mañana por la mañana.

—Lo sé —dijiste mirando al techo—. ¿Y si Alannah quiere venir antes de tiempo?

¡No lo hará! —me reí—. ¿Es que no vas a esperar a tu padre, eh? —hablé a tu barriga, haciendo que te rieses muy alto. Te miré a los ojos y me agarraste la cara con tus dos manos.

—Sólo quedan tres semanas...

—Sólo tres semanas —repetí asintiendo.

—Tengo miedo...

—Eso es imposible Erin O'Shea, tú nunca has temido nada.

—Pues ahora sí —dijiste mientras me abrazabas—. Estoy cagada con la idea de cuidar de un bebé. —Me hiciste reír.

—No me hagas esto, Erin. Yo estoy cagado perdido, confiaba en ti... creía que tú podrías hacerlo por los dos.

Me miraste y nos reímos. Tus ojos azules brillaban. Eras tan bonita, Erin...



—Algún lugar de Arizona, por la noche del 5 de septiembre de 2006


Papá me había dado alas. Hacía tiempo que no tenía que cumplir sus órdenes, que me dejaba actuar a mí, a mi manera. Mientras él y tu padre operaban sus cosas en Atlantic City, confiaba ciegamente en mí para hacer lo demás en el resto del país. No era fácil, sigue sin serlo, pero fue lo que elegí. Lo que elegimos, Erin. Nadie dijo nunca que ser criminal valía la pena, pero es nuestra forma de vivir. Y, por aquel entonces, no estaba tan concienciado con las vidas ajenas, la verdad. Todo valía si era por y para la familia. Todo era por nosotros.

Aquel día debía haber escuchado más de una vez a mi intuición. Fue uno de esos días de trabajo que se hacen largos. Todo iba justo como no lo habíamos planeado. Frank Twomey me había pasado todo el operativo para que lo diera por válido; lo habíamos repasado juntos varias veces, todo tenía que ser sencillo. Ir, soltar la pasta y traernos la mercancía. Algo que habíamos hecho tantas veces... pero ese día se complicó. Tenía tantas ganas de llegar sano y salvo a casa que no me di cuenta de que dejé cosas sin atar. Los astros se propusieron ponernos la zancadilla. En el campamento apache no fue todo lo bien que esperábamos. Se había hecho de noche, teníamos que sentarnos a cerrar el trato con una especie de ritual bajo la luna. Los indios están locos, Erin, les dejábamos hacer todas esas tonterías para demostrarles respeto. Pero eso ya se acabó, ya no dejo que me mangoneen con sus mierdas chamánicas. Ahora el que manda soy yo. Esa noche Frank la cagó, no respetó el protocolo por alguna mierda de detalle que aún se me escapa. Todo se esfumó delante de nuestros ojos, el trato y la mercancía. Tuvimos que sacar nuestras varitas, protegernos unos a otros, tratar de salir de allí ilesos con nuestro material. Las luces que nuestras varitas emanaban eran parecidas a los relámpagos en el cielo de aquel fuerte natural. El paraje no era cómodo para nosotros, ni siquiera sabíamos a qué desierto terminaríamos llegando tras la carrera. Aún veo los fogonazos verdes a nuestro alrededor mientras corríamos. Un recuerdo de la promesa que te hice me cruzó la mente y el gato que soy se escabulló ágil de entre las manos de un enemigo.

Estaba sólo y hacía frío, el corazón se me iba a salir del pecho, escondido tras un matorral, recé para calmarme. Tenía la mercancía entre mis brazos, trataba de retomar la respiración. Inspiré y sonreí bajo las estrellas. Usé mi varita para transformarlo todo en un pequeño estuche que guardé en mi túnica. No sabía dónde estaban los demás. Me estaba levantando del suelo mientras pensaba en qué haría a continuación cuando noté un empujón y el sabor de la arena entre los dientes. En el forcejeo me di cuenta de que mi varita había salido despedida unos metros. Intenté hacerla llegar, pero recibí el puñetazo que más me ha dolido nunca en la cara. Sentí salir la sangre de mi nariz al instante. Todo era confuso y ese sabor metálico inundaba mi boca obligándome a contener una arcada. Lo miré a los ojos. No, Erin, esa no era la noche de mi final, porque te había prometido volver. Bajo mi mano sentí una piedra, como si hubiera aparecido de la nada, la apreté entre mis dedos y le golpeé la sien. Una, dos y hasta tres veces, hasta que cayó desplomado sobre mí. Me costó salir de debajo de ese cuerpo robusto. Lo pateé para alejarme, me levanté y cogí mi varita del suelo. Mis piernas echaron a correr de nuevo hacia el fuerte. No sé si ese tío estaba vivo, tampoco me importaba, Erin. Me daba igual. Corrí hacia esas piedras y escuché un jadeo. Ahogué un grito al ver a Frank escondido tras unas grandes rocas. Los demás... no importaban. Tenía problemas para llenar mis pulmones, respiraba con mucha dificultad con la nariz rota. De repente, una luz plateada nos abrazó, llenándonos de calma. Era una gata persa. Un mensaje patronus de Aislinn.

—Flurry, no querrás perderte el milagro de ser padre. Ven.

Mis ojos se abrieron mucho, Frank sonrió. Asintió. Saqué el traslador de mi bolsillo, un desvencijado saco de frijoles. Estaba programado para servir por la mañana, pero teníamos que irnos. Yo mismo intenté modificarlo. Lo toqueteé, lo organicé mientras el pulso me temblaba y el corazón se me salía y respiraba por la boca con dificultad. No estaba seguro de que fuera a funcionar. Traté de decir todas las palabras necesarias para que el hechizo funcionara. Y lo conseguí.


—Hospital Warrior Fox, Boston, madrugada del 6 de septiembre de 2006
Entré corriendo en el hospital. La sangre de mi cara y mi túnica alertaron a las enfermeras de recepción. Grité tu nombre. Querían curarme, pero seguí mi intuición hasta el pasillo por el que habíamos pasado muchas veces en tus revisiones. Llegué hasta el fondo y vi a Aislinn y Murdoch. Ella se espantó al verme, me agarró la cara con las manos y me pidió calma.

—¿Dónde está? —pregunté.

—No querrás que te vea así... —dijo ella. Estaba nerviosa, lo noté en su voz. Me puso las manos en la nariz y me la colocó haciéndome un daño tan sobrenatural que sólo pude gritar. Pero noté que respiraba de nuevo. Murdoch sonrió y movió su varita frente a mí. Aislinn me clavó sus ojos azules—. Ahora estás un poco mejor... —inspiré por la nariz y fue como una bendición después de todo—. Será mejor que estés tranquilo.

¿Cómo? ¿Cómo si quiera podría estar tranquilo después de oír eso? Solté las manos que mi hermana me agarraba y crucé la puerta. Te escuché sollozar.

—¡¿Erin?! —pregunté al aire, probando un par de puertas antes de entrar en la habitación en la que estabas.

—¡Flurry!

Te agarré las manos. Tus ojos brillaban, pero no era el mismo brillo de por la mañana, ni siquiera pude leer el terror que nos daba ser padres en tus ojos, era otro tipo de miedo. Todo iba mal y tú lo sabías. Negué con la cabeza y apreté tus manos.

—Se va...

—¿Quién? ¡No, no, Erin, deja de decir eso!

—Flurry... hay algo mal, sé que algo está mal.

—¡Qué no!

—¿Por qué tienes la ropa llena de sangre?


—¿Qué? ¿Y qué más da eso ahora?

Rugiste. Pero no sonó como una leona defendiéndose. Me empujaban, unas enfermeras, me obligaban a soltarte. Me miraste aterrada. No, no; te sonreí, traté de calmarte. Yo estaba más asustado que nadie en esa habitación. Todo fue rápido, nos hicieron salir, movieron tu cama hasta un quirófano de urgencia. Volví a agarrar tu mano.

Fueron unos minutos interminables. Me dolía más que a ti. El sanador dijo palabras ininteligibles mientras ordenaba que te dieran cosas. Nos dijo algo que nos cortó la respiración. Nos miramos. Eras tú o el bebé y yo te agarré fuerte la mano. Saldremos de esta, amor. Lo pasaremos juntos. Pero quédate conmigo. Ya no íbamos a conocer a Alannah, ni sabríamos cómo sería ser padres, pero te necesitaba a ti más que a nadie.

Fue interminable, pero de repente te relajaste. Las pociones que te daban funcionaban. Tienes que salir, eso era lo que me decían. Yo me negaba. Nuestras miradas se cruzaron, me suplicaste. Yo no iba a irme.

—Tienes que salir.

Yo te apreté la mano. Escuchábamos lo que se decían, pero no queríamos entenderlo. Tu sangre se desvanecía con Alannah y tenían que intervenirte cuanto antes.

—Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que ella esté bien —me dijo el sanador para convencerme de que me fuera.

—Te quiero —dijiste.

—Yo te quiero más.


Te besé en los labios, nos miramos a los ojos. Yo lo supe, pero no me creí. Tú lo sabías y me dijiste adiós.

—Tienes que salir.

—Salvadla, salvadla a ella... —repetía mientras un celador me acompañaba fuera—. ¡Erin! ¡Erin, te quiero! ¡No me dejes, Erin! ¡Sé fuerte!

Las puertas del quirófano se cerraban frente a mí. Mi cuerpo temblaba de miedo. Aislinn agarró mi mano. Un pitido se adueñó de mis oídos. Una niebla emborronaba mis ojos y empapaba mi cara. Los sollozos de Aislinn se me clavaban en el alma. Tu voz diciéndome que me querías era lo único que quería escuchar. El nudo de mi garganta era asfixiante y el pánico se agarraba en mi pecho. Las puertas oscilaron otra vez. Mi cabeza se agachó al instante. No podía oírlo.


Tu cuerpo no pudo soportar que tu corazón se hubiera vaciado por completo.

El mío se hizo pedazos.

NEVER FORGETWhere stories live. Discover now