Out of sentimental gain I wanted you to feel my pain

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—Atlantic City, 14 de diciembre de 2025

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—Atlantic City, 14 de diciembre de 2025


Erin, hace frío en la costa. ¿Te acuerdas cuando te empeñaste en que paseáramos aquel día que se avecinaba un vendaval porque, según tú, el viento se llevaba todos los problemas y acabamos llenos de arena, que nos pinchaba la cara como si fuesen puñales, que se nos metía entre los dientes intrusa e insípida? Yo sí. Me acuerdo cada vez que llego a esta ciudad y veo que la cubre un cielo gris, como hoy.

La mitad de ti está en esta playa. Siempre que vengo lo siento así. La otra mitad en casa, en esa lápida fría y llena de musgo en la que brilla aún después de diecinueve años tu nombre: Erin Caitríona O'Shea. Siempre quisiste mantener tu apellido y me pareció tan inteligente como osado. Siempre fuiste osada. La única hija de un magnate, no te ibas a amedrentar por ser mujer. No ibas a escudarte tras O'Brien para tener éxito. A veces lo finjo, pero no tendré nunca tu determinación. Tú habrías sido mucho más fuerte que yo de haber sucedido al contrario, si fuera yo el que falta. Mi querida Erin, te añoro tanto. No sé ni cómo he podido vivir sin ti todo este tiempo, a veces, cuando echo la vista atrás.

He visto a Kev. Ya lo sabes, sé que lo sabes. Te siento a veces empujándome al vacío cuando dudo. Y después de un día y medio de absoluta desconexión, después he vuelto a la Tierra, a la desesperación. A hacerme preguntas y a odiarlo otra vez. A odiar esa manera de manejarme, de atraerme, de volverme un absoluto inútil por momentos. Se me pasó un poco con Cassia, sabes que ella me gusta porque me aborrece tanto como me desea y eso es lo que me lleva ahí una y otra vez, que me eche de su vida cada vez que nos volvemos demasiado empalagosos. Que no me adore, que no me busque, que no me llame. Así no tengo por qué sentirme en deuda contigo. Ya, ya lo sé que sueno absurdo, Erin, pero así es. Siempre serás la única... Vale, de acuerdo, sí, tienes razón. También vi a Florence y también sentí cosas. Las sentí. Sentí el tiempo pasar en nuestras pieles, sentí que había perdido una oportunidad, sentí que la vida había girado demasiadas veces, sentí que la extrañaba sin haberme dado cuenta, sentí lo que pudo haber sido y no fue, sentí una euforia infinita en nuestro reencuentro y sentí un alivio enorme al comprobar que, para nuestra fortuna, era feliz con otro hombre. Y así tú seguirás siendo la única.

He venido a ver a tu padre hoy. Era al único que me faltaba ver de la familia desde que he vuelto de Europa. Se ha hecho el desentendido al principio, ya lo conoces, pero desde que tu madre está contigo sé que le viene más que bien. He llegado a las once menos cuarto, con unos pasteles de los del paseo marítimo, esos que tienen ese glaseado que sabe como a flores. Estaba sentado en la terraza, leyendo el periódico en bermudas. Cuando he salido se me ha perdido la vista mirando el mar. Parece distinto desde Nueva York. Y si lo miras desde Dingle ni siquiera parece el mismo Atlántico, ¿verdad? El caso es que al notar mi presencia se ha puesto en plan: «Eh, chico, ¿qué haces aquí, no tienes nada mejor que hacer?», con ese tono de voz de estarse a punto de atragantar. He rodado los ojos y le he dejado los pasteles en la mesa. Le he dicho que había ido a verle porque me pillaba de paso, pero me ha dicho que sabía que estaba mintiendo y, el muy cabrón, ha añadido: «no quiero tu lástima». Se está haciendo un cascarrabias, más de lo que era, pero cuando ha visto mi sonrisa ha dejado el teatro y me ha mirado con agradecimiento. He abierto el paquete de los pasteles y he transformado el jarrón que había vacío sobre la mesa en una taza. Los elfos han hecho aparecer en seguida una tetera humeante de la que me he servido con ayuda de la varita. He negado con la cabeza, al final, y le he dicho: «La única obligación que tengo un domingo de Adviento es ir a la casa de Dios, así que vamos a vestirte, quítate esas bermudas y ponte un pantalón largo, que no hacen ni diez grados». Y le ha sentado regular porque me ha contestado que él se pone lo que le da la gana y que no iba a ir yo a decirle lo que tiene que hacer. Pero yo me he reído y he bebido del té que humeaba, pero no estaba hirviendo; sólo los elfos saben hacer eso. «¿Cómo está mi viejo amigo Ron?». Le he contado que papá está mejor, aunque la cabeza le va y le viene. Parece que ha lamentado mucho eso, y ha mirado al mar como si estuviese recordando algún gran momento juntos. «Es una pena, porque Ronan es el tío más listo que he conocido nunca». Yo lo he mirado tras mi taza y he sonreído: «Aún sigue siendo listo, sólo que a veces me cambia el nombre por el de mis hermanos». Tu padre me ha mirado con media sonrisa. «No hace falta que vengas, yo estoy bien», me ha dicho. He negado con la cabeza: «¿Cómo no voy a venir a ver a mi segundo padre? Además, yo hago lo que me da la gana y no vas a venir a decirme lo que tengo que hacer». Y en vez de reírse se ha puesto ufano y me ha contestado: «Pues si soy tu segundo padre, entonces tendrás que obedecerme, chico». Y después de que lo mirara arqueando una ceja, nos hemos reído juntos. Entonces, sirviéndose un té, ha empezado a comentarme sobre los movimientos del mercado que había leído en el periódico. Como he estado ausente estos dos meses, me ha venido bien ponerme al día. Como suponía, hay compañías de pociones tentando con la posibilidad de la vacuna para el VIM, aunque las certezas son ninguna, pero atrae a inversores, ya sabes. Yo llevo haciendo lo mismo durante dos meses en Europa, buscar inversión y buscar una cura. Tu padre me ha dicho que antes de perder su magia, él se lanzaría al mar. Yo le he dicho que creo que también. «Total, ya no tengo nada», ha dicho. Yo lo he mirado serio y he apretado los labios antes de suspirar. «No se te ocurra decir nada, tú al menos tienes juventud», me ha soltado después, anticipándose a lo que le iba a decir. Pero lo he dicho de todos modos: «Cierra el pico, soy viudo antes que tú, desde hace veinte años, así que tengo todo el derecho del mundo a lanzarme al mar como tú. Si quisiera. Aunque no quiero hacerlo. Y, además, es pecado». Me ha mirado resignado. Siempre le he dicho las cosas como las pienso y, como me conoce, ha rodado los ojos y ha soltado un disimulado «Grosero» cuando se parapetaba tras su taza, que me ha hecho sonreír. Ha cambiado drásticamente de tema para preguntarme sobre los negocios y parece que con esa conversación se ha sentido como pez en el agua. ¿Ves como está bien que venga a distraerle? Sé perfectamente lo que es sentirse sólo y, aunque los elfos hacen todo lo posible para que lo tengamos todo a mano, no son suficiente como compañía. Sé que su cabeza estará con tu madre casi todo el rato y lo sé porque lo he vivido.

Lo he hecho de verdad ir a vestirse a las doce menos cuarto. Ha refunfuñado, primero porque no quería ir a misa, luego porque le ayudaba a levantarse de la silla y también porque quería acompañarlo agarrado de su brazo hasta su vestidor. Ha refunfuñado porque le he elegido el traje, porque le he puesto la camisa, porque le he ayudado a atarse los zapatos. Y, cuando estaba frente a él, anudándole la corbata, me ha dicho: «Eres terrible, Flurry O'Brien. Me haces sentir viejo e inútil. ¿Vas a limpiarme el culo también?». Me he reído y le he preguntado si ya había cumplido los ciento diez o eran ciento once y me ha dado en la cabeza con su varita diciéndome que eran ochenta y tres. Me he quejado y le he dicho que entonces me quedaban muchos años por delante recibiendo golpes de varita en la cabeza. Luego se ha puesto el sombrero y ha salido a velocidad de tortuga por el pasillo. Una foto de tu madre me ha dedicado una sonrisa desde la pared. He rodado los ojos y se ha reído.

Hemos escuchado la misa de las doce en San Nicolás de Tolentino. De las tres Iglesias católicas de Atlantic City es mi favorita, porque es la más parecida a las iglesias de Irlanda. Además querías que nos casáramos allí, ¿te acuerdas? Pero nos ganaron el pulso Oran y Ronan con la Antigua Catedral de San Patricio en Nueva York. ¿Cómo no? Fue un gran día de todos modos. Será de las pocas veces que no usaste tu inconformista determinación, ¿verdad? La homilía de hoy iba de eso, de ceder, de esperar. ¿No es el adviento eso? Me gusta la Navidad por eso mismo, porque al final sucede después de un tiempo en el que esperamos que pase algo bueno. Tengo muchas ganas de que pase algo bueno, Erin; la gente lo merece. Nosotros también. Tienes suerte de no haber vivido esto de la epidemia. La gente necesita la Navidad como se necesita el agua en mayo. Necesitan volver a verse y abrazarse. Es un sentimiento que comparto con todos ellos, aunque desde hace más tiempo.

Hemos comprado flores para tu madre en un florista del paseo marítimo que hace cosas alucinantes con las flores de tentácula venenosa. Aunque Oran ha ido protestando todo el camino desde que las hemos comprado. Dice que soy muy mandón y que está harto de que le ordene lo que vamos a hacer. Le he dicho que se joda. Ha intentado darme con la varita en la cabeza, pero lo he esquivado. Mal hecho, después me ha apuntado con ella y me ha hecho desaparecer el pelo de las cejas. Se ha reído muchísimo y me he ido a mirar a un escaparate. No te haces una idea de lo feo que estoy sin cejas, Erin. ¡Qué cara tan absurda! Después de rogarle muchas veces, al final, frente a la tumba de tu madre ha cedido y me ha devuelto mi gesto natural. Ha dicho que era terrible verme la cara de pena sin expresión. Y luego ha dicho que también era terrible vérmela con cejas. Dios mío, ¿por qué lo elegí como suegro? Tu madre era una santa por aguantarlo. Hemos estado en silencio un buen rato después. Hay algo en los cementerios que te obliga a callar. Tienes dos opciones: callar o llorar. Y ninguno estábamos dispuestos a perder la compostura delante del otro. Aunque a mí no me hubiera importado si él lo hiciera. No iba a decir nada. Llorar o callar. El ambiente era pensativo. Puto VIM, Erin. Nadie se merece quedarse sin su magia y menos después de pasarlo tan mal. Algunos no pueden superarlo. Tu madre ya está contigo, pero habría sido una verdadera tortura para ella haberse quedado entre nosotros sin su magia, siendo otra persona. Tengo que encontrar esa cura, lo entiendes, ¿verdad?

Hace un rato que lo he dejado en casa. Me ha echado, literalmente, no quería que me terminase quedando a cenar. Son sólo las dos y media, ¿a qué hora cena? Como ves sigue siendo el mismo. No lo tendrá fácil para zafarse de mi presencia durante las fiestas. Además le diré a Bonnie que haga presión para invitarlo a cenar, ya sabes que Oran se siente fatal si le niega algo a mi madre. La hospitalidad irlandesa, esa gran arma.

He aprovechado para comer algo en el paseo antes de venir a la playa. Va haciendo frío y la arena empieza a dibujar remolinos por culpa del viento que levanta la marea. No sé si el aire querrá llevarse los problemas, reconozco que no tengo tantos esta vez. Puedo lidiar con un padre que pierde la cabeza y con un suegro demasiado cabezota. Lo único que me atormenta es tu ausencia, y no hay viento que te traiga de vuelta. Como no puedo callar, porque estoy solo, y ya me están empezando a entrar ganas de llorar creo que me iré ya a casa. Y te llevaré flores.

NEVER FORGETWhere stories live. Discover now