LVI

176 15 57
                                    

La cita del miércoles no fue tan mala como Brendon había imaginado. Desde el primer encuentro, el hombre británico le había dicho que se enfocarían en el problema central, hablando de ello para que el especialista tuviera todas las piezas necesarias para comenzar a resolver el rompecabezas. Y aunque los conflictos derivados de ese problema eran los que mayormente complicaban la vida del paciente, éstos jamás se resolverían si no se trataba debidamente la raíz de todo el asunto, o eso dijo William. Por eso seguía pediéndole información sobre el evento del pasado en el que seguía estancado, omitiendo detalles vergonzosos como la situación con su ex novio y cosas así.

En realidad, Brendon no hablaba de ello, sino que lo escribía. Apenas terminaba una hoja, el psicólogo la leía y dejaba sus preguntas y comentarios hasta el final. En esa misma sesión terminaron el recuento de tal momento en la vida del chico, por lo que les quedaron quince minutos para discutir lo que el pelinegro le había compartido al otro. Y no fue tan difícil como creyó que sería, pues una vez ordenados sus recuerdos y sentimientos en el papel, pudo responder la mayoría de las preguntas que hacía el de ojos azul grisáceo. Sorprendentemente, no hubo lágrimas mientras mencionaba a su padre, pero sí se sintió desanimado cuando recordó el porqué de su pérdida.

Por suerte, al salir del consultorio ahí estaban dos de sus seres más queridos, Grace y Dallon de nuevo. El último sólo llegó para recogerlos y dejarlos en su casa rápidamente, ya que sus hijos, Breezy y también Ryan lo esperaban a él en la suya. Sin más, cada quien tomó su rumbo y pasó los demás días con su respectiva familia. El tiempo avanzó veloz y para Navidad estaban juntos otra vez. Brendon había pasado la víspera en casa junto a su madre como siempre hacían, pero en la tarde del veinticinco —cuando por obviedad ya había intercambiado obsequios con la castaña— Weekes pasó por él en su auto, ayudándole a trasladar los regalos que pensaba entregar y halagando su atuendo en el camino, desde su botas mosqueteras y la falda hasta el suéter negro que dejaba sus hombros al descubierto.

Al llegar a su destino, los niños los recibieron con una emoción indescriptible, Amelie saltando en su lugar y Knox tomando rápidamente la mano de su ex-niñero para guiarlo al interior de la casa. El azabache se mostró confundido, ni siquiera le habían dado tiempo de saludar a los presentes y sabía el motivo. Lo sabía porque era conducido a la sala, justo en el rincón donde el árbol de Navidad estaba puesto, algunas cajas con coloridas envolturas a los pies de éste.

— Oliver, ¿qué estás haciendo? — La madre del pequeño ubicada en el sofá dejó a un lado su laptop y se puso de pie, manos en la cadera y semblante serio. — Deja al pobre Brendon, acaba de llegar. Deberían recibirlo de un modo más amable.

— Obsequios. Obsequios. Obsequios. — Repetía Amelie con su vestido rojo con motas blancas, medias y chaqueta negra, aún saltando mientras avanzaba y llegaba a donde ellos. Detrás de ella, un apenado Dallon cubriéndose el rostro con los presentes que cargaba y un peliazul con medio sándwich en manos.

— ¿Ya le dieron un abrazo al menos? — Preguntó la rubia con una ceja arriba.

— ¡Feliz Navidad, Brendon! — La niña se acercó a él, le rodeó la cintura envuelta con su falda blanca con volantes y lo miró a los ojos. — ¿Podemos abrir ya nuestros regalos? Mamá y papá dijeron que no lo haríamos hasta que llegaras, pero tardaste demasiado. Además, — Añadió viendo la caja tapizada de muñecos de nieve. — ya sé que el mío es el más grande y quiero saber qué es.

— Uhm, sí, pero...

— Feliz Navidad. — Oyó la suave voz a su lado, por lo que volteó y se encontró de nuevo con los ojos miel de Knox. — Sólo una duda. ¿Por qué el regalo de Amelie es más grande que el mío?, ¿es porque ella te agrada más?

East Wind •• BrallonWhere stories live. Discover now