XXXII

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Un par de días después, siguieron enviándose fotografías entre ellos para compartirlas en algunas de sus redes sociales, todo con el propósito de hacerle saber al mundo sobre su relación. No estaban seguros, pero a estas alturas Douglas ya debió haber notado al menos la foto de perfil de Dallon, pues el domingo en la mañana habían realizado una videollamada con los niños, aunque ella no hizo ningún comentario al respecto. Cielos, hasta la señora Weekes alcanzó a ver ese estado en el que su hijo halagaba la sonrisa de su joven novio y reaccionó a ello con un «🤨», a lo que el castaño respondió: «Tengo veintiséis años, sé lo que hago».

Ryan también supo la gran noticia y no aguantó las ganas de ir a la casa de su amigo para felicitarlos por al fin seguir su consejo y de paso pidió algunos detalles extra que Brendon no dudó en compartirle. A medida que transcurría el tiempo, más fotografías se almacenaban en la galería de sus teléfonos. El día en que llovió moderadamente, los niños insistieron en salir para saltar en los charcos y el niñero convenció a su padre para concederles el permiso, dado que tenía ganas de fotografiarlos y grabarlos bajo la lluvia en su patio trasero.

El azabache se encargó de que los pequeños estuvieran bien protegidos con sus impermeables y, luego de jugar, los envió a tomar una ducha con agua caliente, previniendo así un resfriado. No obstante —ignorante del débil sistema inmunológico de su pareja— jamás pensó que el que terminaría enfermo sería el Weekes mayor y se sintió culpable al llegar a su casa el día siguiente y enterarse de ello gracias su amigo peliazul.

Entonces, desde ese miércoles, se propuso ser quien cuidara al más alto debido a que él era el responsable de su nueva condición; obviamente le pidieron a Seaman ayudar cuidando a los niños y él, por suerte, no se negó . Actualmente era viernes por la tarde, pasaban de las siete y el castaño se hallaba en su cama, envuelto en una manta que escondía su arrugada pijama. Hoy no se había levantado para nada más que ir al baño un par de veces. Desde el día anterior había faltado a su trabajo luego de que su jefe le diera el permiso de tomar un descanso.

Odiaba estar así, tan indispuesto, débil y asqueroso a la vista. La peor parte era que Brendon insistía en quedarse con él y atenderlo en todo momento aún cuando su nariz estaba llena de mucosa y su cara demostraba lo fatal que se sentía. Vaya vergüenza la que lo invadía cada vez que se limpiaba los mocos con un pañuelo y el menor entraba por esa puerta para llevarse la basura. Le hubiese gustado seguir viéndose atractivo frente a él a pesar de su resfriado.

— Ya volví. — Avisó un sonriente Urie al llegar a la habitación del ojiazul. Hoy tan sólo vestía un pantalón negro, Vans del mismo color y un hoodie verde oscuro, siendo un conjunto bastante sencillo y cómodo. Cuando el de piel pálida se sentó en la orilla de la cama, le pasó al otro una botella con agua a una temperatura regular. — Hidrátate un poco más.

— Gracias. — Habló, sonando tan congestionado como en los días anteriores. Se incorporó lentamente hasta sentarse, la espalda y los brazos le dolían, pero no comprendía la razón si no había hecho nada recientemente. O quizá, pensó hasta ese momento, ese era precisamente el porqué.

Mientras lo veía bebiendo, el pelinegro decía:

— En un momento comenzaré con la cena. Aprovecharé que Ryan está aquí para que me ayude con eso, lo enviaré a la tienda y de paso a la farmacia por un jarabe para tu tos que, noté hace rato antes de irme, se está haciendo más flemática. — Aunque su rostro ya estaba rojo por la ligera fiebre, Dallon sintió sus mejillas arder de vergüenza a causa de ese último comentario. Desganado, dejó la botella en la mesita de noche y se recostó de nuevo, ahora cubriéndose hasta la cabeza con la suave sábana. — Uh, ¿qué pasa, hottie? — Preguntó preocupado el sano chico.

East Wind •• BrallonWhere stories live. Discover now