XXIX

283 32 42
                                    

Si lo pensaba, había avanzado mucho con Brendon. Ya habían sido varias noches seguidas en las que hablaban por al menos una hora acerca de pasadas experiencias de cada uno. Dallon recordaba haberle contado la anécdota de las vacaciones familiares en Kansas cuando una tormenta inesperada les arruinó el paseo, la vez que él se sentó sin saber sobre el hormiguero de Knox hasta romperlo y que las hormigas se metieron en sus shorts, la primera ocasión en la que lo dejaron plantado en la secundaria y terminó juntándose con un grupo de chicos que se encontró en el cine, entre otras historias.

El azabache le habló de sus malas experiencias con perros en la infancia, de la única vez que besó a una chica —que fue por un reto— y lo mucho que le había desagradado el acto. También le compartió que lo había sorprendido el regalo que su madre le dio al cumplir quince años, la primera falda de su pequeña colección luego de que ella lo hubiera visto mirando con tanto anhelo la prenda en la tienda. Así, concluyó el azabache con una pequeña sonrisa orgullosa, descubrió su lado femenino.

Rieron, se divirtieron, hubo sonrojos por la vergüenza, dulces palabras de consuelo y, como no podían faltar, besos que expresaban lo cómodos que estaban el uno con el otro. Poco a poco iban conociéndose más y lo que aprendían del contrario les gustaba demasiado. Sin embargo, ambos sentían que aún faltaba mucho para decir que conocían bien al otro y debido a eso querían que la honestidad reinara en su extraña relación. Con ello en mente, cuando Dallon llegó a casa esa noche, se dispuso a buscar al chico de ojos marrones y hablar con él de una cosa seria.

Entró, dejó las llaves en el mesón y cerró la puerta, luego se sacó el abrigo con el fin de colgarlo en el perchero. Mientras avanzaba por el corto y oscuro pasillo de entrada, escuchaba a su objetivo y se guiaba por el sonido para dar con él pronto. Entonces aquel lindo tarareo lo ubicó en la cocina donde las luces también estaban apagadas, pero la pieza era tenuemente iluminada por la pantalla de la laptop de Brendon. Éste estaba sentado en un banquillo alto del desayunador, tecleando en el dispositivo y disfrutando la música a través de los auriculares.

Ver nuevamente aquellas ropas en Urie causó que Weekes sonriera a medida que daba lentos pasos hacia él. Una camisa rosa de botones con mangas cortas, un pantalón negro y zapatos del mismo color. El menor nunca se percató de la presencia de su jefe, no hasta que éste se colocó detrás de él, le quitó un auricular del oído y se inclinó para susurrarle.

— Hola, lindo. ¿Qué estás haciendo aquí?

Encantado por el bajo volumen de voz del opuesto y la suavidad de su respiración chocando contra su expuesta nuca, Brendon sintió las mejillas ardiendo y dibujó una sonrisa en el rostro.

— Estaba avanzando con una tarea. Aún tengo tiempo para entregarla, por lo que puedo hacerlo en otro momento. — Su sincera respuesta agradó a los oídos del castaño y fue lo que lo convenció de hacer lo siguiente: rodeó la esbelta cintura de su empleado, juntó su pecho con la espalda de éste y besó su mejilla repetidas veces.

— ¿Y por qué estás a oscuras? Dañarás tu vista si la fuerzas demasiado.

— Me gusta trabajar así, es cómodo en mi opinión.

— ¿Sabes qué es más cómodo? — Fue respondido con un «¿Qué?» y dijo: — El sofá. ¿Quieres ir ahí conmigo?

— ¿Para qué? — Sonando un poco nervioso, el niñero preguntó.

Antes de contestar, Dallon rió bajo y le dio un fugaz beso al otro en la comisura izquierda de su boca.

— Tranquilo, sólo quiero que charlemos. Tengo algo que decirte. ¿Vienes o no? — Volvió a invitarlo y esta vez el más bajo no lo pensó, pues al instante estaba levantándose y cerrando la laptop.

East Wind •• BrallonWhere stories live. Discover now